La chica a mi lado se puso de pie de golpe y se dirigió a la habitación más cercana, la que asumí que era suya. Yo volví a mirar por tercera vez la ropa que me había prestado, una camiseta blanca —en mi interior rogué que no fuera del tal Ian— y un buzo holgado oscuro, preocupada por no ensuciarlas con la comida.

—No está mal, ¿eh? —exclamó desde su cuarto.

—¿Ah?

—El departamento —explicó—. Me da algo de pena tener que mudarme, pero bueno... —Regresó, cargando una guitarra acústica y yo abrí los ojos en señal de sorpresa—. No funcionó, así que...

Se sentó en el sofá, a mi lado, acomodando la guitarra sobre sus piernas.

—¿No funcionó?

—Ian y yo —dijo a modo de explicación, forzando una pequeña sonrisa.

Asentí cabizbaja, intentando terminar mi comida.

—¿Hace cuánto...? —No me sentí capaz de terminar con la pregunta, por temor a incomodarla.

—Estuvimos juntos unos meses. —Deslizó la mano por las cuerdas de la guitarra, haciendo un sonido extraño y molesto. Frunció el ceño y acomodó las clavijas—. Supongo que nos apresuramos demasiado, no lo sé. —Se encogió de hombros—. Decidimos seguir como amigos antes de terminar odiándonos, pero eso fue hace como dos meses ya. Él sabía de mi situación, así que no me echó a la calle de piadoso, supongo. Me siento algo en deuda con él por eso.

—Te ayudaré a buscar un lugar pronto —prometí, aunque yo no tenía la más remota idea sobre todo lo que tenía que ver con eso.

Me dedicó una sonrisa cálida, antes de volver a pasar la mano por las cuerdas. Esta vez el instrumento emitió un breve eco muy agradable.

—Entonces... —dijo con tono cauteloso, colocando la palma encima de las cuerdas para detener el sonido—, ¿ya me vas a decir qué es exactamente lo que te molestó tanto?, ¿que tu mejor amiga y tu hermano tuvieran sexo?, ¿o que lo hayan hecho en tu cama?

El enojo amenazaba con salir a flote, pero luché por mantenerlo a raya.

—Nat, te dije que quería olvidar eso por hoy —murmuré.

—Por favor, dime. —Hizo un puchero infantil, y no parecía estarlo pidiendo para fastidiarme, sino porque de verdad quería saberlo.

Ahora entendía por qué en ocasiones mi curiosidad le resultaba irritante a la gente. Toparme con una persona casi tan curiosa como yo era algo gratificante... e insoportable a la vez. Más para mí, que me costaba un mundo compartir mis sentimientos y secretos con los demás.

Suspiré, rindiéndome.

—Me molesta que me lo hayan ocultado por tanto tiempo —respondí con los ojos cerrados—. No me gustan las mentiras.

—Ya veo. —Se estiró hasta la mesita de centro para tomar entre sus manos la taza de té, antes de reclinarse en el sofá y volver a mirarme—. ¿No te molesta el hecho de que hayan hecho el sucio acto en tu propia cama?

Apreté los dientes.

—Sí, Nat, también me molesta eso —farfullé—. Estoy tratando de olvidarlo.

—Es que, no lo entiendo. ¿Qué rayos les pasa a tu hermano y a tu amiga?, ¿por qué en tu cuarto?

Torcí el gesto.

Una voz insidiosa sugirió que podía ser como una venganza por parte de Diana, para descargar su molestia conmigo, pero me negué a pensar que ella pudiera ser así de infantil y mal intencionada. La Diana que yo conocía no era así.

PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora