—H-hablamos de un montón de cosas, Dee. —Me puse nerviosa al recordar la delicada confesión que Nat me hizo sobre su pasado. No podía hablarle a Diana sobre eso—. Nada importante, ya sabes, solo para conocernos.

Su labio superior se torció en un gesto lleno de desdén.

—Supe que el otro día te vino a buscar después del trabajo.

Otra vez, parecía un reproche. Eso no me gustó en absoluto.

—Lo siento. Sí, es cierto, no te he hablado de ella —repliqué, aunque traté de contenerme de mirarla feo—. Pero no actúes así, como si fueras mi niñera.

De repente, su mirada se suavizó.

—Amy —dijo como quien le habla a un niño, poniendo una mano en mi hombro—, tú eres una chica muy inocente. Personas como ella son mala influencia para ti.

Fruncí el ceño, y mi enfado aumentó otro poco.

—Bueno, ¿es que no puedo averiguarlo por mi cuenta? —Todavía intentaba calmarme, aunque un ligero matiz de fastidio dominó mi voz—. Creo que Nat es una chica decente, y además tú tienes varias otras amigas.

—Mis amigas no son el problema aquí —replicó con hosquedad.

—No sabía que había un problema.

No fui consciente del momento en que dejamos de caminar por la acera. Simplemente, de un segundo a otro, ambas estábamos quietas mirándonos fijamente.

—Te pregunté un millón de veces si querías salir y pasar el rato con mis amigas —espetó.

Tomé una bocanada profunda de aire para calmarme. De verdad no quería pelear con ella, no si la razón era que había hecho por fin una nueva amistad, que en realidad ni siquiera sabía si duraría tanto como la nuestra.

—Diana, tú sabes que no soy una persona que se relacione fácil con la gente. Tú y David son mis únicos amigos.

Situó las manos hechas puños en las caderas.

—Ah, pero bien que te relacionaste con la gótica perturbada esa —reprochó—. Si hasta volverán a salir de nuevo, ¿o no? —Hizo un movimiento de cabeza; estaba apuntando a mi celular.

El tono desdeñoso de voz y su expresión irascible me tomaron por sorpresa.

En ese momento, una ligera lluvia comenzó a caer sobre nosotras casi con la misma rapidez con la que el fervor del enojo inundó mi pecho.

—¿Qué es lo que te molesta? —solté—. ¿Nat, o el hecho de que haya una nueva persona a la que considere amiga?

Mis propias palabras me sacaron de balance, aunque no tuve mucho tiempo para procesarlo. El rostro de ella se crispó por la irritación.

—¡Ni siquiera sales conmigo y vas a salir con ese hobbit!

—¡Tampoco es como si te interesara demasiado! —exclamé—. Las cosas siempre deben ser a tu modo, y si no es un sitio que te guste solo a ti, tampoco te esfuerzas en buscar algo que me guste hacer a mí.

—¡A ti nada te gusta! —Su voz se elevó todavía más que la mía—. ¡Lo único que haces es leer estúpidos libros y ver televisión! Y el resto del día te lo pasas encerrada en tu casa, ¡así de aburrida eres!

Apreté los labios y clavé la vista en el suelo.

Sus palabras cavaron un hueco en mi pecho, más doloroso de lo que en realidad debió ser.

Antes de darle la oportunidad de continuar, le di la espalda y comencé a caminar a zancadas para dirigirme a la parada de autobús.

—¡Bien! —Le escuché gritar desde lejos—. ¡Sal con la pigmea! ¡Me importa una mierda!

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