Especial: Cuando las hojas caigan

38 9 13
                                    

Este es un extra sobre Laia y lo que sucedió con Ryan.

********************************

Caminaba por el pueblo, ya era de noche; entró a un puesto y compró pan y algunas verduras. Al salir iba a ver unas cuantas tiendas cuando algo llamó su atención. Era Jella, ella desde el agua veía a los lados buscando algo. La ignoró y siguió caminando.

—Laia.

Se detuvo al escuchar la melodiosa voz de ella, volteo hacia el muelle donde estaba ella haciéndole señas para que se acercara.

—¿Qué pasa, Jella? —le pregunto con tono neutral al llegar a la orilla, podía ver como agitaba la cola por debajo del agua para mantenerse a la vista.

—Oye Laia, te seré sincera: tú no me caes bien y sé que yo tampoco a ti, pero soy consciente de que ninguna quiere el mal para la otra... —explicaba la sirena con ojos de agua.

—Ve al punto, por favor. —interrumpió Laia.

—Eso hago. Cuando venía para acá, pase por el área de Abedules y escuche muchos sonidos raros, luego me di cuenta que habían unas personas cerca de allí hablando de eso...

—Estabas husmeando.

—Yo le digo curiosear; y deja de interrumpirme, trato de ser buena contigo al decirte esto.

—Bien, te escucho. —respondió la de ojos violeta cruzándose de brazos, bajo la luz de la farola.

—Bueno esa señora dijo que parecía que alguien había perdido el control y el hombre pregunto "¿dónde?" y ella dijo "cerca de la casa de Luna violeta". —al terminar de escucharla Laia no pudo evitar fruncir el ceño un poco.

—¿Estas segura que escuchaste eso? — La sirena asintió mientas ponía un mechos de su cabello rubio anaranjado detrás de la oreja. — Jella, si me estas jodiendo...

—¿Crees que jugaría con algo así? Te juro que es lo que escuche y si no es verdad puedes arrancarme la cabeza o lo que sea que los licántropos hagan con sus enemigos. —movía la mano en un gesto despectivo.

—Bien, te creo. Iré a ver lo que pasa. —Acomodó el bolso sobre su hombro.— Y... Gracias por avisarme.

La sirena sonrió con satisfacción asintiendo y sumergiéndose en la profundidad de las oscuras aguas.

Laia se dio la vuelta y empezó con rapidez el camino al área de Abedules, subió unas cuantas escalerillas de piedra que separaban el lugar de la vía central por la que circulaban los trenes llevando seres por toda la isla. Esperó unos tres minutos y no pasó, ni parecía que iba a aparecer algún tren que fuera a la parte oeste. Se acercó a la cabina de los horarios, pero la puerta se abrió dejando ver al encorvado Sr. Trejo o como lo llamaban los que lo conocían Sr. Tren.

—Hola, Laia —saludo el duende anciano de menos de un metro de altura mientras se sentaba en el banco de madera viendo las vías de metal iluminadas por las farolas.

—Hola, Tren.

El duende abrió la bolsa de galletas que cargaba en la mano. —¿Quieres una? —le preguntó mientras comía una.

—No, gracias. ¿Oye, cuando pasa el siguiente tranvía hacia la frontera otoño?

—En 20 minutos.

En 30 minutos podría llegar si se daba prisa, por lo que se despidió del duende y empezó a caminar a gran velocidad.

Pasó casi corriendo por el frente de la casa de Melody Mendes y la manada de sus padres, con los que había pasado el fin de semana. Al llegar a su casa con puerta azul, todo estaba silencioso, algo no muy normal. Entró y vio como muchos de los muebles de la sala de estar estaban destruidos. Pisó un pedazo del espejo ahora roto; habían unas pocas manchas de sangre cerca.

Dos muertes al atardecer ©Where stories live. Discover now