|Capitulo 68|

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Toqué con mis dedos las increíbles flores amarillas que se abrían paso en todo el lugar.

No sabía dónde estaba ni tampoco recordaba cuando había llegado aquí. Pero era bellísimo. Parecía un campo. Por el césped verde y las flores y árboles que se encontraban en todos lados. Era un día espectacular. No había una sola nube en el cielo y el sol brillaba radiante. No entendía cómo podía tener la vista tan clara de todo lo que estaba pasando. La luz debería haberme cegado.

Caminé sin despegar mis dedos del camino que las flores iban dejando. Tenía una sonrisa plantada en la cara mientras sentía el viento correr mi cabello de mi rostro. Todo el lugar me resultaba de lo más conocido, aunque estaba segura que jamás había estado allí. Era una extraña sensación en el estómago que, al parecer, no planeaba irse. Escuché con atención. Los pájaros habían dejado de cantar y sólo podía oír el ruido del viento, que ahora golpeaba mi rostro y hacía volar mi cabello con más fuerza. Me giré en el momento en que detecté la risa de una niña detrás de mí. Pero no había nada. Ni siquiera un rastro. Sólo un sonido que seguía repitiéndose a mis espaldas a medida que me giraba. Y que cada vez se hacía más fuerte y más cercano.

Oí unos pasos. Una persona corriendo. Y cantando. Entrecerré mis ojos intentando ver algo a la distancia, pero no había nada. Otra persona silbaba al ritmo de la canción. Comencé a caminar lentamente en la dirección en la que mis oídos creían escuchar esas voces. No podía escuchar el sonido del césped crujiendo bajo mis pies, no escuchaba el sonido de mi respiración, tampoco escuchaba a los pájaros. Sólo podía escuchar las voces que resonaban en mis oídos y en mi cabeza como si fuera lo único en lo que girara el mundo. Era extraño. Era tan extraño que ni siquiera me animaba a hablar. Sentí que las voces se alejaban, comenzaban a distorsionarse y perderse en la distancia. Corrí sin saber a dónde iba.

Era como si hubiera perdido todo sentido de la cordura. Nadie corría detrás de un sonido que había escuchado. Y menos si no sabía en dónde estaba, ni quién podía llegar a ser. Y más si creía que no se trataba de una sola persona, si no que tal vez podría haber más. Pero yo sí. Corría y corría y sólo escuchaba esas voces, y no mis pisadas, como si estuviera pisando algodón o nubes y por eso era tan sigilosa. El verde de las plantas estaba por todos lados y hasta algunas ramas estuvieron cerca de golpearme la cara. No me sentía agitada ni cansada y las piernas no me dolían como siempre lo hacían cuando corría de esa manera.

Me detuve, al notar lo raro de la situación. Las voces habían desaparecido, los pájaros también, todo ruido había desaparecido. El silencio era sepulcral y ahora sí estaba perdida.

Froté mi cara intentando mantener la calma. Buscándole un sentido a lo que estaba pasando. Pero no había razón en mi cabeza. Intenté recordar, pero nada. Era como si estuviese en blanco. Y sólo pensara en lo que sucedía ahora. Como si no pudiera ver hacia atrás, al pasado. Antes de rendirme y largarme a llorar de la impotencia que me causaba no poder recordar nada, miré al suelo y noté algo extraño en el césped.

Una marca. Una marca extraña que desentonaba completamente con la situación y el lugar. Todo era verde y color, lleno de flores y árboles y vida. Y luego esa marca negra en el medio del verde que sobresaltaba demasiado.
Era como si lo hubiesen quemado. Como si lo que sea que hubiera pasado por allí, hubiese dejado su huella, quemando lo que había tocado. Y me había dado cuenta, al cercarme, que era sin lugar a dudas una huella. No de un animal, ni de un ave, ni nada de eso. Era de una bota. De una bota de una persona. Un ser humano. No sabía si alegrarme por no estar sola, o preocuparme por el hecho de que esa bota había quemado el césped verde que estaba debajo de mis pies.

Caminé, siguiendo las huellas que se repetían y formaban un rastro. Un pie izquierdo y uno derecho que parecían caminar quemando lo que había a su paso. Descubrí también unas cuantas flores hechas casi cenizas en el camino y huellas parciales de manos y dedos que parecían apoyarse en árboles. Era como si alguien estuviera diciéndome hacia dónde ir. Y una parte de mí me gritaba que siguiera las pistas, y la otra sólo intentaba detener mis pies y hacer que de la vuelta para alejarme de allí. Pero me encontré a mí misma sin poder dejar de caminar. Se me hacía casi imposible terminar allí y dejar lo que sea que estuviera pasando a la mitad. Nunca descubriría por qué me habían dejado aquí, o cómo había terminado en este lugar.

Luke; lrh |Adaptacion| Where stories live. Discover now