Si bien el día anterior me había contado detalles muy sensibles de su vida, no estaba segura si podía fiarme de ella con tanta prisa. Necesitaba conocerla más.

—Oye, y... ¿por cuál nombre es «Nat»? —pregunté como quien no quiere la cosa, al tiempo que jugaba distraídamente con la pajilla del café.

Esbozó una ligera sonrisa, negando con la cabeza.

—Mis amigos no me llaman por mi nombre. No me gusta —explicó—. Es el mismo que tiene mi madre.

«Mis amigos». ¿O sea que ya me consideraba amiga suya?

—¿No tienes contacto con ella?

—No.

Parpadeé, preguntándome si es que no me estaba comportando algo grosera.

—¿Nada de nada?

—Nada de nada. Vive aquí, en Portland..., supongo. —Se encogió de hombros—. Al menos, hasta donde sé. Si se ha mudado de mi antigua casa con el bastardo ese que tiene por marido, no tengo la menor idea. —Hizo un movimiento de cabeza hacia la izquierda—. Vivíamos del otro lado del río.

—¿Puedo saber por qué no? —Traté de tener el mayor tacto del que fui capaz.

Ella hizo un ademán despreocupado con los labios hacia abajo.

—No quiero tener el menor contacto con la mujer que prefirió un pene antes que a su hija.

Me quemé con el café al hacer un movimiento brusco. De inmediato Nat se largó a reír.

—No me digas que eres de las personas que se horroriza al oír la palabra pene.

Um...

Volvió a reír.

—Estoy tentada a empezar a decirlo repetidamente.

—No, por favor —rogué.

Se carcajeó una última vez, antes de dar un largo suspiro.

—Entonces, sí le contaste a tu madre... de ese hombre —murmuré insegura. Ella asintió sin mirarme—. ¿Y no te creyó?

Me costaba entenderlo. ¿Cómo su madre no fue capaz de confiar en su hija cuando le dijo algo así? ¿Cómo pudo siquiera ponerlo en duda? No quise ni imaginar lo mal que ella debió pasarlo.

Nat meditó un poco antes de responder.

—A veces pienso que, si hubiera sido más como tú, ya sabes, una chica tranquila, tal vez me hubiera creído —explicó con escaso ánimo—. Pero yo nunca fui como esas chicas introvertidas que se la pasan estudiando, que no salen y tienen buenas calificaciones. Ella pensó que andaba difamando a su esposo para llamar la atención. —Se encogió de hombros en un gesto que pretendía ser despreocupado, pero en sus facciones se coló el dolor de ese hecho—. No volví a insistirle en el tema después de eso.

—A mí tampoco me iba bien en la escuela —dije, para tratar de aminorar su expresión.

Ella me miró como si no me creyera.

—Ah, ¿sí? ¿Eras una chica rebelde?

—No tenía buenas notas, de no ser por un amigo mío hubiera reprobado todo. También me peleaba a veces —admití con cierta vergüenza—. Y como, según mis profesores, yo me aislaba de mis compañeros, pasaba bastante tiempo en la sala de castigo.

—¿Por qué te peleabas? No me digas que te hacían bullying —dijo, pero no pareció que fue con intensión de burla, sino más bien con indignación.

PenumbraWhere stories live. Discover now