Capítulo ocho

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Grulla de Japón

Capítulo ocho

Unos pies suaves bajaron de un palanquín para aterrizar sobre tablas de madera lisas. Kiku se enderezó, sus extremidades rígidas le dolían. Hacía casi una década que estuvo por última vez ante la entrada del Palacio Imperial de Japón. Pero aquí estaba él, en casa otra vez.

Había sido un largo viaje desde China. Después de que lograron escapar del Palacio de la Luz Tranquila, viajaron a pie hacia las costas para abordar un pequeño bote. No se tomaron ni un momento para descansar.

Todo lo que Kiku recordó del viaje a través del océano fue que las tierras de China se hacían cada vez más pequeñas a medida que las aguas crecientes lo empujaban más y más lejos de donde estaba Yao. Cuando por fin la gran masa de tierra se convirtió en solo una pequeña mancha en la distancia, Kiku parpadeó y, de repente, esa mancha desapareció. Luego se meció por los mares agitados, sus ojos consumidos por las olas ondulantes, sintiendo que los remolinos lo atraparían y lo tragarían en las profundidades del océano. Día tras día, el sol alcanzó su punto máximo, radios como garras desde el horizonte, elevándose hacia el cielo para brillar con fuerza sobre lo que había debajo para luego hundirse gradualmente en su escondite hasta el siguiente amanecer.

Se sentía como si hubieran transcurrido vidas cuando finalmente llegaron a tierras japonesas. Pero el viaje aún estaba lejos de terminar. Tan pronto como bajaron del bote, un palanquín estaba listo y esperando llevarlos al palacio. Así que, con la adición de varios escoltas que habían venido del palacio a brindar ayuda, se embarcaron en otro largo viaje, recorriendo valles y terrenos montañosos.

El palanquín tenía un diseño muy básico hecho de madera con decoraciones mínimas. Era poco habitual utilizar un palanquín tan común para la realeza, que casi siempre viajaba solo en los palanquines más elaborados y elegantes, pero esto era necesario ya que no querían llamar la atención por el momento. Cuatro hombres llevaban el palanquín que tenía una pequeña ventana con persianas, pero Kiku rara vez las abrió, sin interés en mirar hacia afuera. Había perdido completamente el sentido del tiempo ya que simplemente se sentaba en el pequeño espacio, escondido del mundo exterior y atrapado en sus propios pensamientos.

Kiku estaba empezando a creer que este viaje no tendría fin cuando los portadores del palanquín finalmente se detuvieron. Sintió que la caja se inclinaba cuando los hombres lo bajaron y las puertas se abrieron para revelar su llegada a destino.

Kiku simplemente se quedó en la entrada ligeramente aturdido. Luego, antes de que supiera lo que estaba sucediendo, se encontró conducido a través de las puertas abiertas hacia una antecámara. Matsunaga estaba preocupado, dando instrucciones a varios sirvientes. Mientras observaba a los hombres entrando y saliendo de la habitación, Kiku sintió una atmósfera distante y silenciosa en este palacio. Ya, los recuerdos se estaban filtrando de su antigua vida en Japón. Se dio cuenta de que este lugar no se parecía en nada al vibrante y caótico aire del palacio chino.

Mucho ir y venir de servientes continuó. Kiku recibió prendas japonesas para cambiarse y varios hombres lo arreglaron para hacerlo parecer presentable después de un viaje tan arduo. Mientras tanto, Kiku permaneció en silencio, sin decir una sola palabra. De alguna manera, se sentía muy fuera de lugar.

Aún estaba por descubrir que esa sensación solo empeoraría.

Cuando terminaron los preparativos, lo llevaron al pasillo y más adentro. Sus acompañantes se detuvieron en una puerta cerrada. —Por favor, disculpenos, Su Alteza Real.— Uno de ellos llamó a través de la puerta de papel antes de abrirla lentamente para dejar entrar a Kiku y Matsunaga.

Grulla de Japón •°Traducción°•Where stories live. Discover now