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"Muy a menudo el miedo a un mal nos lleva a realizar uno peor"

Nicolas Boileau-Despréaux.

Por hacer feliz a ese chico.

Camino a paso decidido hasta algunos pasos más allá de la entrada del callejón cuando un brazo lo jaló.

Aquí estabas. ¿Dónde demonios crees qué...?

Solo observó el callejón y lo supo, gruñó y apretó su agarré en el Alfa.

M-Me lastimas, suéltame.

Te dije que no te alejaras. Murmuró entre dientes con notable molestía. —No me obedeces... Y haces esta mierda.

Y-Yo solo quería...

¡Me importa una mierda lo que querías! Nos vamos ahora antes de que...

¡Pero miren a quien tenemos aquí! La rata ha vuelto a su agujero.

—Mierda.— Susurró.

El Alfa sé tensó y rápidamente se escondió detrás del Omega buscando protección.

Y con un amigo.

Nosotros nos iremos de aquí ahora.

Oh, no, claro que no.

Para cuando se dieron cuenta estaban rodeados.

Encerio, déjanos tranquilos, nos iremos y no volveremos por aquí.

Tú me debes mucho Sam.

Yo no seré tu puta ni un día más ¿Me escuchaste?

Eso lo decidiré yo Sammy.

El grito del Alfa y un fuerte dolor en su cabeza no le dió tiempo a reaccionar cuando estuvo en el suelo cerrando los ojos dejando una profunda oscuridad a su alrededor perdiendo así la consciencia.

En ese momento el terror atravesaba el cuerpo del Alfa.

Llevenlo dentro.

¡No!

Con todas sus fuerzas logro soltarse de aquel hombre para arrojarse sobre el cuerpo dormido de aquel Omega al cual ahora podía dar un nombre. Sam.

Los hombres tironearon su cuerpo para alejarlo y arrastraron a ambos por una vieja y oxidada puerta que parecía ser la entrada trasera de un viejo edificio.

El pequeño Alfa comenzó a llorar mientras en su mente suplicaba ayuda a su madre y padre.

Fue encerrado en una habitación suplicando y golpeando la puerta, pidiendo ayuda.

Pero...

¿Quién lo ayudaría en ese lugar?

Su corazón dolía mientras pulsaba en su pecho, lloraba pensando en el porqué de su sufrimiento.

Junto sus manos mientras se arrodillaba en el suelo llorando.

Mamá, sé que arruine tu vida... Te pido perdón... Perdóname... Pero por favor... Ayúdame. No quiero morir, te lo suplico, ¡No quiero morir mamá!

Las lágrimas bajaban mojando sus mejillas, cuello, suelo y parte de la vestimenta que llevaba.
Suplicaba e imploraba al cielo por ayuda.

No era fácil sentarse y sentirse como antes, en un horrible lugar donde por razones de lógica simple se sabía que nada bueno saldría de allí.

Las paredes y el suelo eran fríos y duros.

Ninguna persona en su sano juicio estaría bien en ese lugar.

No tenía idea de cuanto tiempo pasaría allí encerrado.

No tenía idea de cuanto tiempo estaría allí solo.

No tenía idea de cuanto tiempo había pasado desde que lo dejaron allí.

Él no tenía absolutamente idea de nada.

Se sentía mal por no saber que le había pasado a aquel Omega. Aquel Omega de olor a flores en plena primavera.

Solo había escuchado historias de como los lobos descubrían a su pareja. Nada más y nada menos que por su olor.

Toda su vida paso junto a Omegas, y por ello sabía que ellos tenían olor dulces y suaves.

Pero jamás había olfateado algo tan dulce como el olor de aquel Omega.

Se preguntó cual era el aroma de su madre.

Lo imagino como un aroma dulce y fuerte, un aroma que gustaría a todas las personas... Trato de imaginar un aroma a fresas y chocolate.

Nunca había probado aquello, pero las Omega decían que eran delicias únicas, aún más cuando éstas se fusionaban.

Su boca cerrada contenía su saliva a causa de las ansias que tenía por probar aquello.

Él jamás comía algo de lo que todos hablaban, siempre comía la misma sopa líquida con a penas uno que otro cubo de alguna verdura.

Su cuerpo era delgado y denotaba cuan desgastado estaba. La poca fuerza que tenía era suficiente como para levantarse y caminar por si mismo.

Sus pensamientos fueron abruptamente alejados cuando la puerta fue abierta, allí podía ver a aquel hombre de antes que se acercaba cerrando la puerta tras él.

El foco que colgaba de la habitación se balanceo cuando la puerta pesada se estrelló contra su marco.

La luz titilo.

Y él se asustó.

Su cuerpo tembló.

No temas pequeño. Solo necesito probarte.

Se acercaba poco a poco y su cuerpo temblaba aún más.

Si algo había aprendido, era que llorar no servía de nada, nunca lo había hecho, por el contrario solían golpearlo.

Pero cuando lloraba al ser penetrado o cuando sus miembros entraban en su boca a ellos parecían complacerle.

El hombre bajo la cremallera de su pantalón e ingreso su mano para sacar su erecto pene.

Chupa pequeña perra.

Tomo aire profundo y se acercó para ponerse de rodillas frente a él.

Sus manos temblorosas tomaron la palpitante carne para enviar un escalofrío al hombre dueño de aquello.

Piensa en tu madre.

Piensa en tu padre.

Piensa en ti.

Piensa en el césped.

Piensa en las flores.

Piensa en su aroma.

Piensa en aquel lindo Omega con aroma a flores...

Hijo de Omegas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora