Capítulo 23: Suegros

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—Déjame pagar tu vestido ¿sí? Será mi regalo para ti

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—Déjame pagar tu vestido ¿sí? Será mi regalo para ti. —Mi madre me miraba con un brillo en sus ojos que mantenía la sonrisa en mi rostro.

—Claro que sí mamá.

—¿Cómo estás hija?

Me miró llevando una galleta a sus labios; mi padre y Dylan habían ido al patio a tener una charla de hombres que según mi padre era momento de dejar cosas en claro. Me gustaría saber lo que le estaría diciendo. Mi madre y yo nos quedamos intentando organizar lo que sería la boda de Dylan y mía, nuestra boda.

—Soy feliz, mamá.

¿Y cómo no serlo? Por momentos me pregunto en qué pasaría si regresara ahora, si la línea del tiempo regresara a su cauce natural, ¿qué tan devastada quedaría? Después de probar la cúspide de la felicidad, volver al punto medio de no conocer la alegría absoluta de ser correspondida. Tendría que ser cuidadosa, proteger mis pasos para no cometer un error y estropearlo, pero ¿cuánto duraría? En algún momento podría equivocarme, no podría pasar toda una vida de puntillas y no estaba segura de quererlo. Mi única verdad es que estaba enamorada de Dylan Stone y aprovecharía cada buen momento que pudiera pasar con él, así fuera algo efímero.

—Con eso me basta —dijo mi madre agarrando las tazas y llevándolas al fregadero—. Entonces, ¿cuándo iremos a ver los vestidos?

Sonreí sintiéndome de nuevo en una nube—. ¿Qué tal el fin de semana?

***

Escuché a Dylan cantar desafinadamente en cuanto me acerqué a la puerta del baño. Sonreí mientras daba dos toques a la puerta.

—Vamos tarde Dylan.

—Termino aquí y me salgo.

Abrí un poco la puerta y un primer plano de su espalda fue lo que apareció en mi campo de visión. Llevaba unos jeans colgando de sus caderas dejando a la vista desde su espalda baja.

Estaba quitándose la barba frente al espejo cuando me notó; volteó y mis ojos cayeron justo a su abdomen delgado y firme, tardé un poco más de lo que quise en subir mis ojos a su rostro que se encontraba un poco nervioso.

—Solo vengo a cepillar mis dientes —susurré.

Dylan sonrió embobándome con la imagen de sus hoyuelos y me hizo un espacio en el lavabo. En cuanto nos vi juntos en el espejo, claramente pude creer que podía vivir así toda mi vida.

Tiempo después, estacioné el Volvo frente a la modesta casa y cruzamos la cerca tomados de la mano. El señor Theo Stone abrió la puerta, y aún con las marcas de cansancio en sus ojos nos deslumbró con las más grandes de sus sonrisas. Abrió los brazos, feliz de ver a su hijo aún cuando se acababan de ver el día anterior, era amor paternal puro y aunque a mí no me había faltado, no pude evitar sentir algo de aprecio por el tipo de padre que él era; lidiaba con la enfermedad de su esposa, trabajaba, se encargaba del hogar y de su hija de apenas seis años, y siempre tenía para brindar esa sonrisa optimista a cualquiera.

Besos y sueños ©Where stories live. Discover now