—Oye, tengo que entregar esto —dije, mostrando la bandeja metálica que tenía en mis manos, con una hamburguesa y tres diferentes tipos de peligrosas (para mí) bebidas calientes.

Ella sostuvo la bandeja, y temí que se me pudiera caer.

—No entregas nada hasta que me digas qué te ocurre.

—No seas ridícula, no me pasa nada. —Sin querer, soné más dura de lo que pretendí. Bajé la vista, intentaba en lo posible que no me mirara a los ojos—. Ya déjame entregar esto, ¿quieres?

—¿En serio me llamaste ridícula, Masters? —Sesgué los labios. Una punzada de culpa me atravesó, pero no me disculpé. No me gustaba cuando Diana me llamaba por mi apellido como en son de mando, ni cuando se ponía en ese plan. Cuando no le respondí, ella entornó los ojos, como si yo la hubiera ofendido de la peor forma existente—. Bien, como quieras —replicó resentida, y me dio la espalda para atender a sus propios clientes.

Suspiré. Detestaba discutir con ella, pero en ocasiones mi mejor amiga podía ser una persona realmente insufrible.

No sabía qué pasaba conmigo. No podía decidir y eso me tenía histérica. Y, por lo visto, esto también estaba empezando a afectar mi amistad y mi trabajo.

El demonio ese me había dicho que volvería esta noche, y tenía que tener mi decisión lista. Lo que menos quería era jugar con su paciencia. Pero no podía hacerlo; no lo podía determinar. No quería estar obligada a hablar con la verdad por temor a un inminente dolor desconocido. Aunque se suponía que tampoco tendría por qué mentir. Además, según él, ese era el único modo en el que podríamos confiar el uno en el otro. Sería la forma indicada en que yo también lograría creer plenamente en todo lo que saliera de su boca. No podía fiarme de lo que él me dijera si no hacíamos el pacto. Pero, si llegaba a aceptar, ¿en serio iba a poder hacerlo? ¿Realmente podía confiar en él?

Además, también estaba su amenaza. Temía demasiado por mi familia, por lo que él pudiera llegar a hacerles.

La balanza estaba por completo a su favor. Todo me decía que debía aceptar el pacto. Podría imponer mis reglas y por fin sentirme segura con su presencia. Pero, incluso así... aun con todas esas razones, no podía decidirme a hacerlo. Había algo que no me dejaba elegir.

Cuando estuve preparada para irme del trabajo, fijé mi atención en Diana, quien se ponía su chaqueta, dispuesta a marcharse.

—¿Dee? —la llamé, pero no reaccionó.

Ella cruzó la puerta del café, pasando por mi lado, y no me dirigió la mirada. La seguí por la calle y, cuando comenzó a sacar las llaves de su auto, la tomé del brazo para impedir que siguiera avanzando.

—¿Qué? —escupió, girando hacia mí de manera brusca.

—¿Podemos hablar?

—No, tuviste tu oportunidad. Ahora suéltame, Masters.

Trató de deshacerse de mi agarre.

—¿Quieres escucharme?

—¡No! —Volvió a forcejear contra mí.

—¡No estoy bien, ¿de acuerdo?! —No pretendía gritarle, pero fui incapaz de controlar el tono de mi voz. Ella abrió mucho los ojos y se congeló por un instante. Frunció los labios, pero no se atrevió a seguir moviéndose, ni a decir nada más—. N-no sé qué me pasa...

Y toda la incertidumbre con la que cargaba, aunada al abrumante sentimiento de inquietud, hicieron que al final se me quebrara la voz.

—¿A qué te refieres?

PenumbraWhere stories live. Discover now