4. Esencia del alma

Start from the beginning
                                    

—Q-quiero saber de qué va eso. ¿Por qué dices que... desafío tu habilidad? ¿A-a qué te referías? ¿Qué quieres en verdad?

Él inclinó la cabeza ligeramente, todavía con el ceño fruncido y la expresión seria.

—¿En verdad quieres saberlo?

Volví a tragar saliva a la vez que mis cejas se juntaban. Una punzada de incertidumbre me surcó, y me sentí incapaz de admitirlo en voz alta. Me fui por la tangente.

—¿Por qué me llamaste criatura?

El gesto suspicaz en su mirada se acentuó. Pero, luego de un par de segundos, una esquina de sus labios se curvó hacia arriba.

—Porque lo eres. —Dio un paso hacia delante y reprimí un escalofrío—. Déjame entender esto, primero te esfuerzas en echarme de tu casa, e incluso te atreves a lanzarme agua bendita para conseguirlo, y después vienes y haces un esfuerzo miserable por invocarme.

—N-no, yo no...

—Sí, lo hiciste —me interrumpió, aún sonriendo con arrogancia—. Dijiste mi nombre, quisiste que viniera. Pero ¿por qué? ¿Acaso ya no me tienes miedo?

Apreté los puños con fuerza.

Noté cómo mi respiración comenzaba a ir al ritmo acelerado de mis latidos. El solo acto de hablar con él me suponía un esfuerzo enorme, y no podía entender por qué.

Estrujé mi cerebro por una mentira rápida y creíble, pero sentí que mentir no funcionaría con él, así como tampoco hacerme la osada. Y opté por ser sincera.

—Estoy esforzándome por no temer —musité.

Él hizo un movimiento pausado con la cabeza, como asintiendo para sí mismo. Su mirada penetrante me hacía sentir incómoda, por lo que yo también crucé los brazos sobre el pecho.

—Eres valiente —dijo mientras su ceño se suavizaba—. Pero ten presente que hay una línea muy delgada entre la valentía y la estupidez.

Apretujé la mandíbula, tratando de reprimir la inoportuna cólera que me invadió.

—Tienes suerte de que fui yo quien te encontró y no otro de los míos —continuó.

Parpadeé al tiempo que, de forma asombrosa, sentí crecer un inminente coraje.

—¿Suerte? ¿Cómo diablos...?

—En primer lugar —me interrumpió de nuevo, regresando a su tono arisco—, ni siquiera te dignas en hacer una invocación como es debido, o al menos el mísero intento de una. Y en segundo, me das órdenes como si fuese un perro. —Su mirada se intensificó todavía más—. Jamás en tu vida debes darle órdenes a un demonio si no quieres que te despedacen en el acto.

Eso me sacó de balance.

—¿O-órdenes? ¿Cuándo...?

—Dijiste: «Azazziel, ven aquí».

Mis ojos se abrieron por la sorpresa. Entonces, me mordí el labio, sintiéndome más intranquila que recién.

—N-no lo decía con esa intención. Y-yo...

Él dejó escapar una ligera risa ronca.

—Relájate, tartaja. Creí que había quedado claro que no quería matarte.

Otra punzada ajena, de una emoción que supe distinguir, me atravesó el pecho de lleno. ¡¿Cómo diablos me llamó?!

El calor de la vergüenza envolvió mi rostro en un segundo. Me mordí la lengua. El miedo que aún le tenía detuvo la extraña urgencia de escupirle una grosería.

PenumbraWhere stories live. Discover now