Capítulo 39

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Domingo por la mañana. Estoy tendida en el sofá púrpura, frente a mi ventana, abrazada a una manta. Tengo el rostro hinchado como una pelota, rojo como un tomate, la nariz y ojos irritados. Siento como si fuera que he recibido una paliza. Pero el dolor más fuerte no es el físico. Mi corazón está en irreconocibles millones de pedacitos. Roto.

El iPhone, está escondido en alguna parte que no recuerdo de mi habitación—el tercer cajón del escritorio de vidrio, trato de no ir mucho hacia ahí—, y no me interesa hablar ni estar con nadie. Como siempre, Tiffany Lynch, la masoquista número uno recrea cada segundo que pasó junto a él desde que lo conoció; la primera vez que lo vi, la cafetería del museo y nuestra charla, cuando pensé que Theno era su novia en el Starbucks, nuestro primer beso… Todas las risas, todos los besos, las caricias.

Y comienzo a llorar de nuevo.

¿Por qué la vida es tan injusta conmigo? ¿Qué le hice a Dios?

Entregar tu virginidad a un musulmán. No estar casada. Ser una adolescente adicta a los orgasmos.

Bueno, como sea. Se supone que Dios es un océano de misericordia. Y maldición, solo quiero ser feliz, no pido dinero, poder, solo ser feliz…

La puerta de mi habitación se abre y me seco las lágrimas lo más rápido que puedo. Es Meredith, el ama de llaves, de unos cuarenta años, es la esposa de Ernest, les tengo mucho aprecio a los dos. Ella se acerca a mí y me toca el rostro. Las arrugas de su frente se profundizan y sus ojos marrones me miran con ternura y preocupación.

-Tom Gruffudd está al teléfono, pide hablar contigo-dice, con voz dulce y baja, yo le doy una levísima sonrisa, y tomo el aparato de sus manos, ella se retira-.

Carraspeo, y milagrosamente, mi voz suena normal.

-Hola, papá-saludo-.

-Hola, Ti-suena animado-hoy saldremos a navegar, como te prometí-yo cierro los ojos. En serio, ahora mismo, no tengo ganas de salir-Paso por ustedes en una hora para desayunar-me lanza besos y cuelga-.

-Sí, claro. Como quieras. También puedo ir a cazar la próxima semana. Claro-le gruño al teléfono-.

Casi cincuenta minutos después, ya cambiadas, Florence y yo esperamos en la sala viendo El Coyote y El Correcaminos. Mi hermana y yo vestimos capris, camisetas de mangas cortas y sandalias. Personalmente, con el asesoramiento de Florie, empaqué unas cuantas cosas suyas en su mochila de La Era del Hielo, como un cárdigan y una muñeca.

Mientras acaricio su cabello y veo como al coyote se le cae una enorme roca encima, me pregunto que habrá hecho papá para que Nina lo dejara sacarnos.

No hay rastro de ella.

La verdad es que un día muy hermoso. La temperatura es alta para ser primavera y hay sol. Los pájaros cantan y el aroma a flores abriéndose a la vida llena mis sentidos. Aunque no me siento bien, sigo estando rota.

-¿Por qué esa cara?-pregunta Tom, cuando subo a su camioneta, luego de abrocharle el cinturón a Florence, me encojo de hombros-.

-Solo estoy cansada-él sacude mi cabello cuando cruza el portón de Lynchville, hacia el paseo del Támesis-.

-Tiffany Gruffudd, tengo una sorpresa para ustedes-dice mi papá-.

¿Zayn en el yate?

Dios mío. Concéntrate, y evita ponerte a llorar.

Sacudo la cabeza, y lo miro con una media sonrisa, poniendo lo mejor de mí para parecer emocionada y curiosa.

-¿Cuál es la sorpresa?-inquiero-.

-Vaya, qué emoción-hace una mueca, mientras conduce como un loco-si te lo digo no será más una sorpresa-volteo los ojos, ¿En serio?-.

-Ay, papá-río débilmente, negando con la cabeza-.

-Está bien, ya que insistes desesperadamente. ¡Oh, no! ¡Saca esa pistola de mi frente, Tiffany Ariane! ¡Te lo diré, te lo diré!-suelta el volante y se lleva las manos frente a la cara-.

Comienzo a reír, y Florence también, sin saber por qué de seguro. Me digo que este día es muy especial. Estoy con las personas que quiero y me quieren, es un día hermoso. Así que por lo menos superficialmente, trataré de pasarla bien. He extrañado a mi papá.

Paramos en una cafetería y decidimos llevarnos al yate el chocolate caliente y las galletas.

Es jodidamente enorme, lujoso y nuevo. Claro. Mientras abordamos el mini transatlántico, mi papá me habla que es un no sé qué cosa con no sé qué otra cosa y que valió la pena gastar no sé cuantos millones de libras en esto. Lo único que entiendo es que este innecesario gasto podría alimentar a un hogar de niños.

Volteo los ojos, él al contrario que Nina, ayuda a varios hogares y organizaciones sociales. Aunque me sigue pareciendo un total despilfarro me digo: El que puede, puede.

Cuando estoy en cubierta, veo una canosa cabeza sentada en la proa, con un vaso de whisky en la mano, está una leyenda. Y el hombre más gracioso y amoroso de la vida.

Mi abuelo, Daniel Gruffudd me sonríe y se levanta para recibirme. Vaya, sí que es una sorpresa.

Es un hombre alto y delgado, tenía el cabello castaño antes, y tiene ojos verdes. Su rostro es muy bonito, incluso para la edad que tiene. En las fotos que me enseñaba mi abuela Rachel, pude apreciar que parecía un ángel cuando joven.

-¡Nena!-exclama, y casi corriendo, voy a sus brazos-No te veo desde Navidad-dice él, besa mi frente-.

-Hola, abuelo-lo saludo, emocionada-.

-¡Auelito!-chilla Florence, quien está en brazos de Tom, abre y cierra los puños hacia el abuelo-.

-¿Cómo está mi pastelito de calabaza?-dice, y carga a mi hermana. ¿Qué mierda es eso? Dios, comienzo a reír-¿De qué te ríes? ¿Acaso te olvidas del apodo que te puse, eh?-ay, no-.

-Por el amor de Dios, no te atrevas, abuelo, en serio-ruego, seria, él suelta una risa malévola, volteo los ojos-.

-¡Apple Strudel con canela!-cierro los ojos cuando lo escucho, que horror-.

-¡Lalala! ¡No escucho, tengo orejas de pescado!-me tapo los oídos con las manos, la profunda risa de mi abuelo suena amortiguada en mis oídos-.

-No entiendo por qué le pusiste a mi hija el apodo de un postre-dice Tom-.

-Porque esta niña, es un dulce-le contesta mi abuelo, pasando un brazo por mis hombros-.

No puedo solamente deprimirme y arrojarme por la borda. Tengo a estas maravillosas personas a mí alrededor. Mi abuelo, quien a sus setenta años, viudo hace seis, sigue pareciendo alguien de cincuenta y pocos, y amando a mi abuela, que Dios la tenga en su gloria. Mi papá, que nunca nos ve, y ahora está con un luminoso rostro y mi hermanita, el pastelito de calabaza de mi abuelo, la luz de los ojos de Tom, que se merece que estemos todos pendientes de ella.

No es justo que no disfrute de ellos, lo considero un lujo que no puedo permitirme. ¿Cuándo será la próxima vez que nos veremos? Conociendo a mi madre, dentro de mucho.

Art of Seduction · Zayn Malik AUWhere stories live. Discover now