Epilogo.

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Con la expulsión de Aaron de la escuela, pues no era su primera falta, y la suspensión de los chicos por tres días, las aulas estaban terriblemente calladas, pero John y Lucas tenían tres días enteros para ellos solos. Los dos estaban castigados, pero John hacía quehaceres en la casa para conseguir permisos y Lucas tenía inmunidad cuando se trataba de ir a ver a John. Por eso se encontraban todos los días a la misma hora en el mismo lugar.

A unas cuadras de la iglesia a la que iba Lucas había un parque con muchos árboles y una laguna con un puente donde se sentaban a lanzar palos y piedras.

Esa tarde veían como se metía el sol, la cabeza de John sobre el hombro de Lucas, sus manos entrelazadas. John comenzó a dejar pequeños besos en el cuello del rubio, pero se detuvo abruptamente para separarse y mirarlo casi asustado.

— ¿Qué pasa?— preguntó Lucas alterado.

— No te lo he preguntado— le dijo obvio — Soy un idiota.

— ¿Preguntar qué?

John lo agarró de la mano y se puso de pie jalándolo con él. Se aclaró la garganta teatralmente y lo tomó de las manos.

— Lucas, bebé, amor, mi chico...— le dijo intentando mantener mirada seria — No te rías, trato de hacer algo importante aquí.

— Ya, lo siento, continúa— le dijo el rubio mordiendo su labio para contener la risa.

— Después de todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos crecido, dicho y hecho, aún queda algo que debo de hacer— le dijo con expresión seria — Y no sé por qué no lo he hecho, es tan obvio pero supongo que es por eso que ninguno lo ha preguntado, supongo que no hace falta-

— ¡John!— lo cortó Lucas — Solo dilo.

— Ya no quiero, ya sabes qué voy a decir— dijo rodando los ojos fastidiado.

— No, no sé— mintió divertido con una sonrisa amplia.

John suspiró volviendo a la seriedad.

— ¿Quieres ser mi novio?

— No.

— ¡Lucaaas!

— ¡Claro que sí, tonto!

Y con eso el rubio se lanzó a sus brazos abrazándolo y haciéndolos caer al pasto. Lo besó en los labios interrumpiendo su risa.

— No hacía falta que lo preguntaras— le dijo el rubio.

— Quería hacerlo, lo hace más formal— le dijo — Recuerda el discurso porque cuando nos casemos va a ser igual, en este mismo lugar.

Lucas rió contento. Y de haber sabido que cuando el día llegara sería diez veces más desastroso que ese momento, se lo hubiese advertido. Era extraño recordar cuando John se arrodilló tratando de recordar lo que había dicho nueve años atrás y él tuvo que ayudarle, completando entre los dos la propuesta. Y cómo aquél perro lo empujó y su novio calló al agua perdiendo el anillo, solo para volver al lago y buscarlo por casi treinta minutos entre los dos, empapados, como un par de idiotas buscando desesperados. Era extraño, pero amaba recordarlo y amaba que jamás iba a olvidar. Jamás iba a olvidar las fiestas, las noches de películas, las borracheras, la boda, el primer departamento, los perros, las adopciones, la primera casa, las peleas, las reconciliaciones, los momentos felices y los tristes. Todos y cada uno, eran momentos épicos juntos, recuerdos de juventud que merecían ser contados a sus nietos en una mecedora cuando estuvieran viejos y decrépitos. En definitiva habían crecido, cambiado, mejorado y habían hecho historia juntos.

Shy BoyWhere stories live. Discover now