ONCE

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Desde el escritorio, pude ver como mi hermano, junto a Nate, iba y venía por el pasillo cargado con grandes cajas. No sabia que contenían, pero podía imaginarlo porque era contenido que salía del garaje. Algunas cajas iban al despacho de nuestro padre y otras eran colocadas en la furgoneta de mi hermano, seguramente con destino al almacén donde mi padre guardaba la mercancía que vendía o compraba. Estaban haciendo el inventario, cada seis meses se hacía y, aunque el encargado de eso era mi hermano, Nate siempre lo ayudaba para que no le tomara una eternidad.

—Podrías ayudar —sugirió Matthew cuando pasó nuevamente por el pasillo con un par de cajas más en sus brazos.

Si, podría, pero no me apetecía ni tampoco me incumbía. Era su trabajo y no el mío, no tenía ninguna obligación en agarrar esas cajas y tampoco lo haría.

—Es tu trabajo, no el mío.

—Pero es lo que te da de comer, deberías ayudar.

—Sigue sin ser problema mío, hermanito.

Me levanté de la silla en la que estaba sentada y me acerqué a la mini nevera que había sobre una de las mesitas de noche. No ocupaba mucho espacio porque era pequeña, pero me permitía colocar lo necesario en su interior y por eso era de gran utilidad. Una de mis mejores compras, sin duda.

—Sin embargo —hablé unos minutos después—, puedo ser generosa y ofreceros un par de cervezas por vuestro esfuerzo.

El primero en entrar fue Nate, se sentó en el borde de mi cama y yo le lancé la lata de cerveza que atrapó con total agilidad en el aire. Unos minutos después apareció mi hermano, le di otra a él y agarré para mi una botella de agua con gas.

—Te encanta vernos sufrir, pero terminas ablandándote —habló mi hermano, sentándose junto a Nate—. Muy en el fondo tienes algo de corazón, estoy seguro, hermanita.

—Muy, pero muy en el fondo —le dijo Nate, con intención de molestarme.

Rodé los ojos por el comentario de Nate y agarré uno de mis lápices para lanzárselo justo en su cara. Lo esquivó mientras reía y le dio un trago a su cerveza con una pequeña sonrisa burlona en sus labios. Le encantaba sacarme de quicio y por eso él y mi hermano eran el dúo perfecto.

—Mantengan la boca cerrada si no quieren que los eche a patadas de mi habitación.

Ambos asintieron con una sonrisa de diversión en sus labios y se concentraron en beber de sus cervezas, yo hice lo mismo con mi botella de agua. Luego me volví a sentar sobre la silla de mi escritorio y jugueteé con las hojas sobre la mesa mientras el silencio reinaba la habitación.

—¿Tienes trabajo hoy? —pregunté mirando a mi hermano—. Tenía pensado hacer algo en la noche y si quieres puedes invitar a... los chicos.

Me miró con una ceja alzada y una sonrisa amplia se plasmó en sus labios.

—Oh, ¿es que los echas de menos? —se burló—. Fíjate, al parecer la niña buena si se junta con los chicos malos.

Un resoplido escapó de mis labios inevitablemente y cerré los ojos por un momento. Los echas de menos. No, no extrañaba a nadie, solamente trataba de ser... agradable y menos juzgona. No los echaba de menos, para nada.

—Olvídalo, ya no quiero hacer nada.

—Es broma, es broma —soltó una suave risa—. Tenemos que pasar por un sitio antes, pero si, podemos hacer algo juntos después de eso.

#

Miré a mi hermano, soltando una fuerte carcajada al escuchar lo mucho que desafinaba mientras cantaba a todo pulmón la canción que se reproducía en la radio. Cantar no era lo suyo, sonaba igual que un perro siendo atropellado.

Balas perdidas ©Where stories live. Discover now