OCHO

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Un largo bostezo de cansancio escapó de mis labios y parpadeé varias veces tratando de acostumbrar mis ojos a la luz natural del sol. Fruncí el ceño cuando noté que no me encontraba en mi habitación y que tampoco conocía el lugar.

No tardé en entender lo que ocurría.

Me incorporé en la cama y miré mis manos vendadas por los nudillos. Aun tenía la ropa de ayer con manchas de sangre seca, pero parecía que alguien había tratado de limpiarlas sin tener mucho éxito. Por encima de la ropa traía una sudadera negra, grande y con olor a perfume masculino.

—Al parecer sigues viva.

Di un pequeño brinco asustada y miré al dueño de la voz. Ryan me miraba desde la puerta apoyado con su hombro en el marco y los brazos cruzados sobre su pecho. La posición le favorecía, porque resaltaba sus músculos bien trabajados.

Iba con una camisa negra de manga corta que se ceñía a su cuerpo y unos pantalones de mezclilla azules. Calzaba unas botas negras que lo hacían ver un poco más alto de lo que realmente era.

—Y desearía no estarlo para no verte la cara.

—Por fin coincidimos.

Rodé los ojos y bufé con fastidio. Retiré las sábanas de mi cuerpo y me levanté del colchón estirándome.

—Tu hermano no ha parado de llamarme y hacerme preguntas. Es casi igual de estresante que tú —dijo, en un claro tono de molestia —. ¿Siempre habéis sido así de insoportables o es con los años?

Me encogí de hombros y sonreí con falsedad.

—¿Siempre has sido así de gilipollas o te diste un fuerte golpe en la cabeza?

—Es de verte la cara.

Le di una mala mirada, agarré una almohada y se la lancé. Consiguió esquivarla con total agilidad e hice una mueca con mis labios disgustada.

—Te odio, lo sabes, ¿no?

—Y no puedo estar más complacido por eso.

—Incordio —murmuré pasando por un lado suyo para salir de la habitación.

Caminé por el largo pasillo escuchando sus pasos detrás de mi.

—¿Quieres algo para desayunar?

Su ofrecimiento me extrañó, estaba siendo amable y Ryan no lo era nunca. Y mucho menos conmigo, pero tal vez, solo tal vez, estaba siendo comprensivo y había dejado su lado de gilipollas de lado para no incomodarme.

—¿Y morir envenenada por ti? No, gracias.

—¿Tan mala fama tengo? —preguntó fingiendo estar ofendido.

—Si, y te encargaste de dártela tu solito.

—Vaya, una pena.

Solté un ligero suspiro con cierta diversión y detuve mis pasos al llegar a la puerta principal. Me di la vuelta para mirarlo y apreté mis labios en una fina línea.

—Gracias... por haberme ayudado.

Alzó sus cejas y una sonrisa burlona adornó sus labios.

—¿Me estás dando las gracias, Lee?

—No hagas que me arrepienta, Jones.

—No tienes que darlas —dijo al cabo de unos minutos—. Pero deberías empezar a pagarme por todas las veces que te he salvado el culo.

—Quisieras —golpeé su pecho con mi dedo índice—, que yo, te pagara por algo.

—Lo único que quiero yo de ti —agarró mi mano apartándola de su pecho— es que te pierdas.

Balas perdidas ©Where stories live. Discover now