—No creo que tengas nada que me pueda servir —arguyó, encogiéndose de hombros.

—Quizás haya alguna camiseta de Mats en mi placard. —respondí, yendo en busca de aquello. Manuel frunció el ceño con antipatía—. No voy a traerte una del Borussia.

—No es por eso. —balbuceó con un hilo de voz—. Puedo quedarme con mi camisa.

—Como quieras. —Volví a la cocina mientras él acababa de orearse junto a la estufa a leña. Allí se mantuvo durante unos cuantos minutos, taciturno. Contemplaba distraídamente las fotos que se mostraban sobre la estantería, imágenes que en su mayoría reflejaban mi infancia, y los momentos más felices que pudiese recordar.

No pude evitar preguntarme qué hacía allí. No me desagradaba en absoluto su presencia, si bien me intimidaba un poco. Vaticiné que quizás, su relación con Kathrin no estuviera en punto cúlmine, así como la noche anterior parecía ser. ¿Por qué había una veta triste en su mirada?

—¿Quieres quedarte a cenar? —pregunté, mientras sacaba un poco más de lasagna de la heladera. Él me contempló con desinterés, habiendo salido de su ensimismamiento.

—Si tú quieres... - musitó. En otro momento podría haber creído que estaba insinuándome algo más; esa era la forma en que Manuel parecía comportarse absolutamente todo el tiempo. No me gustaba que la decisión recayera sobre mí porque a pesar de mis intentos por apartarme de Neuer, realmente deseaba que se quedara y compartir un poco de tiempo con él, aunque careciera de sentido y sobre todo de moral. ¿Qué necesidad tenía de provocarme aquello a mí misma, cuando era consciente de que él volvería a casa más tarde, donde Kathrin lo aguardaba?

Asentí silenciosamente mientras esperaba que la pasta acabara de calentarse. Manuel se hallaba ahora en cuclillas frente a la estufa. Fue allí cuando quise saber qué estaba atravesando por su mente, cuáles serían sus perspectivas a futuro, y de un modo más oculto, si yo formaba parte de ellas. Me negué esto último con rapidez.

—¿Vamos a comer en mi habitación? —sugerí la idea que había tenido antes de su llegada. Esperé que estuviera de acuerdo, luego de que me contemplara sin comprender por qué estaba proponiéndole aquello—. Me gusta ver la lluvia caer.

—Está bien. —Manuel se puso de pie y se acercó a mí sigilosamente, mientras yo sacaba la cena del horno procurando no quemarme— ¿Necesitas ayuda?

—No, está perfecto. —mascullé, dirigiéndole una mirada suspicaz a la fuente que humeaba—. Voy a tomar agua, pero también hay cerveza en la heladera, sírvete.

—Joanne... —comenzó en un claro tono reprobatorio al tiempo en que abría la heladera y rebuscaba dentro— No debes tomar alcohol.

Me sorprendió aquel planteo. Está de más decir que Manuel tenía completamente la razón, mas yo no hubiese imaginado que se preocuparía de aquel modo por el bebé. Sonreí, y lo miré con ternura.

—No tomo alcohol, me estoy cuidando muy bien. —Me excedía un poco en las comidas, aunque no dejaba de ser un comportamiento algo normal. A su vez, no me alimentaba con nada que fuese dañino, así que no podía considerarse aquello como una mentira— Las compré para Mats. Trae los platos.

Caminé hacia mi habitación y él me siguió, con cuidado de no tropezar ya que la única luz que había dejado encendida era la del living. Yo dejé la bandeja sobre el colchón antes de sentarme allí mismo.
Manuel se detuvo un instante al entrar. El enorme ventanal de mi habitación era la puerta predecesora a mi balcón, el lugar más íntimo y personal de todo aquel departamento. Mi favorito, además.
La forma en que la lluvia arreciaba casi diagonalmente difuminaba todas las luces de Múnich que desde allí se podían contemplar. No existía, además, ningún otro sonido más que aquel. Era verdaderamente un espectáculo muy lindo. Manuel sonrió por un instante, y yo encendí la tenue luz ámbar de mi velador.

Tren a BavieraWhere stories live. Discover now