O1 - Angie

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—Es por eso que los elefantes vuelan

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—Es por eso que los elefantes vuelan. Apuntalo, grande y claro.

—Listo calixto.

Angela hizo amago de escribir y con ello, las sospechas de la señorita Owens se confirmaron.

—Angie, ¿en verdad crees que los elefantes vuelan?

Angela levantó la cabeza de su cuaderno al percibir que la voz de su institutriz se había escuchado mucho más cercana, como si estuviera justo al lado suyo. En efecto, la señorita Owens estaba a su derecha. Tenía los brazos cruzados y arqueaba una ceja, una sola ceja.

¡Oh, oh! El rostro de Angela se sonrojó al darse cuenta. La joven institutriz no atinó más que a sonreír.

—Me ha descubierto, es verdad, estoy un poco mucho distraída. —«Sinceridad, sinceridad, ante todo, mi pequeño ángel», le pareció que oía a Mamá Mary Lou decir—. Ha sido culpa de ese monólogo que se repite y repite en mi cabeza, incompleto.

—¿Me dejas ver?

La señorita Owens giró el cuaderno en su dirección. Como cabría esperar no había ninguna nota de la clase de francés del día de hoy, pero eso era algo que ambas sabían muy bien. Borrones, tachones, letras sobre escritas. Nada jamás terminaba de unir las partes en desorden y faltantes de aquel diálogo teatral.

Angela solía escenificar los monólogos de sus obras favoritas. Se sabía muchos de memoria. La abuela Mary Lou le conseguía cada semana el guion de una obra diferente. A veces, con un poco más de suerte se las alquilaba en video. Particularmente prefería lo contemporáneo de lo clásico, a menos que se tratasen de óperas. Estaba fascinada por las y los cantantes líricos. Soñaba despierta con algún día poder entonar arias del calibre de O mio babbino caro, o de Vesti la Giubba, o quizás L'amour est un oiseau rebelle, o...

—Bien. Te noto muy distraída, así que lo dejaremos hasta aquí por hoy —anunció la señorita Owens mientras borraba la pizarra. Era la clásica pizarra verde sobre la que se escribe con tiza. Estaba vieja y obsoleta, como todo en aquella casa que parecía sacado de museo.

La labor de la señorita Owens estaría completa luego de ayudar a Angela a buscar el monólogo en su celular. Sin embargo, Angela no iba a darse por satisfecha con ello. Hoy era miércoles, el día en que la abuela daba clases de costura en "La escuela para señoritas" a varios kilómetros de ahí, lo que en resumidas cuentas significaba poder descender al Abiqua Creek, uno de los dos arroyos que corrían a lo largo de la pequeña ciudad. Bajaba siempre secundada por la madura y gruesa señora que la cuidaba cuando la abuela salía. Solo entonces podía hacer lo que más disfrutaba en el mundo: recitar líneas de teatro al aire libre. ¡Y qué mejor si ahora podía hacerse de una audiencia más grande!

Ni siquiera tuvo que emplear su cara de perrito apaleado, la señorita Owens dijo que sí al primer cuestionamiento. Poco después las tres descendían por un camino serpenteante, dejando atrás la casa amarilla y su jardín de arbustos podados en forma de conos y bolas. Se habían detenido en una parte del Abiqua Creek alejada de la civilización, con sus aguas mansas y cristalinas y sus piedras grandes y lisas a la orilla.

—Muchas gracias por estar aquí. Esto es La tempestad por William Shakespeare. Acto 1, escena 2, Miranda:

Si con tu magia, amado padre, has levantado
este fiero oleaje, calma las aguas.
Parece que las nubes quieren arrojar
fétida brea, y que el mar, por extinguirla,
sube al cielo.

En esta escena Miranda rogaba a su padre Próspero que detuviera la tormenta porque ya había habido suficiente sufrimiento.

¡Ah, cómo he sufrido
con los que he visto sufrir! ¡Una hermosa nave,
que sin duda llevaba gente noble,
hecha pedazos! ¡Ah, sus clamores
me herían el corazón! Pobres almas, perecieron.
Si yo hubiera sido algún dios poderoso,
habría hundido el mar en la tierra
antes que permitir que se tragase
ese buen barco con su carga de almas.

Angela terminó acompañada de varios aplausos por parte de la señorita Owens y la señora Martin, quien en ese preciso instante fue a llenarla de besos y la abrazó con tanta fuerza que la chica apenas podía respirar.

Esa tarde, a plena luz rojiza de la puesta de sol, a Octavia Martin le pareció que frente a ella tenía a la niña con el futuro más prometedor que había visto nunca. Angela, vestida como una adolescente de los años sesenta en pleno siglo XXI y con esas dotes actorales, hacía tremendo honor a su nombre.

Angela era un verdadero ángel.

Estaba claro que la rechoncha señora jamás de los jamases había escuchado a bandas del estilo Rolling Stones, de haberlo hecho habría sabido lo que Lynd Owens sí advertía: que Angie era y sería siempre una canción de desamor.

Estaba claro que la rechoncha señora jamás de los jamases había escuchado a bandas del estilo Rolling Stones, de haberlo hecho habría sabido lo que Lynd Owens sí advertía: que Angie era y sería siempre una canción de desamor

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Dejen aquí sus impresiones del primer capítulo.

¿Les gustó la narración? Aunque está en tercera persona, trato de que tenga ese tono infantil, centrándome un poco más en los pensamientos de Angela.

Las actualizaciones serán los domingos, martes y jueves, esto porque realmente son capítulos cortos. Intentaré actualizar a este ritmo, a ver cómo me va; ya tengo varios capítulos escritos y espero que eso ayude.

¡Muchas gracias por estar aquí!

Angela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora