O3 - El nuevo amor de la abuela

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El primer gran amor de la abuela se había presentado de forma inesperada

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El primer gran amor de la abuela se había presentado de forma inesperada. Angela no se cansaría jamás de escuchar la historia, parecía sacada de un libro de cuentos de hadas. Como no podía ser de otra forma, comenzaba con una muchachita de humildes orígenes poseedora de una extraordinaria belleza. Aneska Fehér era su nombre.

Aneska Fehér y Mary Lou Von Peters eran la misma persona en distinta época de su vida. No obstante, la abuela apenas si hablaba sobre eso, sobre los días antes de la revolución suscitada en su patria. A los diez años huyó junto a uno de sus hermanos menores de su país natal, Hungría, hacia los Estados Unidos. Vivieron en calidad de refugiados durante un par de años, tiempo durante el cual lamentablemente su hermano falleció.

Cuando tuvo la edad suficiente, Aneska decidió ganarse la vida por sí misma. Se cambió el nombre y obtuvo un trabajo como actriz en un teatro de mediano renombre. Su belleza era tal que los pretendientes le llovían. El ganador de la contienda por su corazón fue el primer actor de ese mismo teatro, pero no lo consiguió de forma limpia. Encaprichado con ella, la chantajeó para convertirla en su compañera sentimental. Comenzaría así una relación de abuso de la que no parecía poder salir.

Pero entonces lo conoció a él: Richard Von Peters, un magnate hotelero, diecisiete años mayor que ella, quien disfrutaba de asistir a toda clase de manifestaciones artísticas durante su tiempo libre. La noche que la conoció, el teatro ofrecía "Sueño de una noche de verano". Al verla encarnar a Titania, la reina de las hadas, completamente entregada a su papel y acentuándose su belleza bajo la luz de los reflectores, el flechazo fue instantáneo.

Richard comenzó a frecuentarla. Al año de conocerse —y una vez la salvó del infierno en que vivía— se casaron. Fue el inicio de una nueva y mejorada etapa con la que Mary Lou se dijo haber alcanzado la felicidad.

«¿Lo ves, Angela? El amor es una luz en el camino y cuando toca a tu puerta, lo hace sin miramientos. No le importa la edad, el rango social ni la posición económica. Sé generosa y el mundo sabrá compensártelo», solía decirle la abuela al término de la historia, mientras le acariciaba el rostro y la miraba con gesto tierno.

A Angela le tocaba la parte de soñar. Si algo le había enseñado la historia de la abuela es que el final deseado llega con el matrimonio. Los cuentos de hada así se lo ratificaban, cuántos de ellos no terminan con el "se casaron y vivieron felices para siempre". Ciertamente, lo que venía después del "felices para siempre" constituía una de las mayores incógnitas para su avispada mente.

Luego de registrar su visita en la recepción, los dos ancianos y la niña se encaminaron a la sala de estar, la que era el punto de convivencia por excelencia. Para este fin se disponían estanterías atestadas de libros, televisores, sillones de masaje, dos juegos de sala y en el fondo un montón de mesas redondas para seis.

—Buenas tardes, queridos amigos —saludó la abuela al grupo de ancianos que ocupaban el segundo juego de sala. Traía a Angela tomada por el hombro.

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