O7 - De ópera a silbidos

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El miércoles por la tarde volvieron a reunirse con el señor Ford en el asilo

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El miércoles por la tarde volvieron a reunirse con el señor Ford en el asilo. Angela empezó esta vez con el pie derecho, le habló de buena gana sobre su pasión por las artes escénicas e incluso se animó a recitarle un par de monólogos.

Abuela y nieta le cayeron tan bien al magnate hotelero que de forma inesperada las invitó a la ópera.

El asistente del magnate logró adquirir boletos para un teatro en la ciudad de Portland, a una hora del poblado de Silverton donde Angela y su abuela vivían. Por el tiempo y la distancia fue lo mejor que el asistente pudo conseguir. No había que olvidar que Gregory Ford era un hombre de negocios y para tipos como él la agenda llena parece ser requisito.

Llegó el viernes de la siguiente semana y las invitadas se arreglaban para la cita.

Porque la ocasión lo ameritaba, la abuela había gastado parte de sus ahorros para comprarle a Angela un vestido rojo de terciopelo con grandes botones en la parte delantera y, a juego, unos brillantes zapatos de charol. Ver la cara de felicidad de la niña al ir a comprar ropa nueva no tuvo precio.

La abuela, por su parte, se engalanó con un vestido azul marino de brocado y mallas grises, que combinó con un collar y pendientes de zafiro. A diferencia de Angela, no estrenaba nada, todas eran piezas que atesoraba con celoso cuidado de los años dorados de su vida, donde había riqueza a manos llenas.

El señor Ford había enviado a un chófer para recogerlas. Él las vería hasta allá, en el Keller Auditorium.

—La ópera, Angela. ¡Qué maravilla! —recordó la abuela, presa de la ensoñación.

Luego le susurró con un guiño:

—Un rey, con un castillo. No te conformes con menos.

A la entrada del show les dieron el programa de mano. Existía todo un protocolo sobre cómo atender a la ópera, asuntos tan nimios como de qué forma vestir, cuándo aplaudir, qué gritar. Angela sabía, por ejemplo, que para mostrar tu entusiasmo por un cantante la tradición es gritar ¡Bravo! a los hombres, ¡Brava! a las mujeres y ¡Bravi tutti! a un conjunto. Desatender cualquiera de estas normas sociales podría hacer que los más entusiastas te mirasen feo.

El teatro era espectacular. Una amplísima bóveda de madera clara, ricamente iluminada, con filas de butacas descendiendo a diferentes niveles; al fondo se apreciaba el foso para la orquesta y un escenario cubierto por una cortina roja. En los costados había asientos más privados y elevados con vista privilegiada: los palcos. El señor Ford y sus invitadas ocuparon uno de estos.

Era un lugar bonito y moderno, aunque muy lejos de ser el ostentoso y colosal teatro de ópera de las películas. A Angela apenas le importaba, estaba muy entusiasmada. Sería una pena que esta noche no fuera tan especial como la había imaginado.

Además de apreciar el poderoso rango vocal de los artistas y observar lo colorido del vestuario y la escenografía, no entendía gran cosa de lo que estaba pasando y leer la pantalla donde corrían los subtítulos era chocante. Se preguntó por qué era que estudiaba francés en vez de italiano, así al menos podría entender un poco de lo que estaban cantando.

Entonces la ópera dejó de parecerle la gran cosa y empezó a verla un poco más como el aburrido e interminable espectáculo que Carter decía que era.

«Serán las cuatro horas más insufribles de tu vida». No era tan así, pero de a poco se estaba convenciendo de ello, sugestionada por la forma de pensar de su amigo.

—¿Qué música te gusta? —le había preguntado él uno de esos días.

—Ópera —respondió ella sin una pizca de vergüenza.

—¿Ópera? Pfff... —resopló—. ¿Quién escucha esa música para ancianos? ¡Qué aburrida eres, Angelita!

A pesar de los prejuicios que su apariencia podía generar, Carter escuchaba música de todo tipo, desde pop hasta metal; y lo curioso no era eso, sino que de vez en cuando le gustaba reproducir el sonido desde un anticuado aparato. Un walkman.

Ambos eran muy jóvenes como para haber presenciado el momento de auge del walkman, pero aun así el muchacho había encontrado gratificante poder grabar en casetes canciones que pasaban por la radio y le gustaban o coleccionar muchos casetes de sus artistas preferidos. Sus "reliquias" como él las llamaba. Ahora la vida era más sencilla. Con el internet y el teléfono móvil, escuchar tu música favorita estaba al alcance de un click y eso ciertamente le quitaba parte del encanto.

Para Angela, que nada sabía de música más allá de sus CDs con grabaciones de ópera y los discos de vinilo de la abuela —que de vez en vez reproducía en el viejo tocadiscos—, resultó una auténtica revelación. Carter se había ganado su atención y él, orgulloso de encontrar a alguien que sabía apreciar las cosas buenas de la vida, se animó a compartirle más de su mundo.

Le dijo que, si bien su grupo favorito era Nirvana, según él, las mejores canciones eran las que incluían silbiditos en ellas.

—Silbar le quita un poco lo ridículo a la duck face —le aseguró.

—Yo no sé silbar —confesó apenada Angela.

El resto de la tarde la gastaron tratando de hacer que Angela aprendiera el sofisticado arte del silbido. Tras mostrarle diversas técnicas, finalmente lo consiguió.

Desde entonces Angela fantaseaba con ella y Carter entonando «Young Folks» ante una multitud de cientos de miles de millones de personas.

Aquella noche en el teatro, esa imagen pareció cobrar aún más nitidez. En aquel escenario los cantantes líricos habían desaparecido, en su lugar estaban ella y el chico emo/gótico/lo que fuera, silbando.

¡Caracoles! Debía ser la niña más manipulable del mundo. Antes estaba loca por la ópera a causa de la abuela, ahora se la pasaba silbando a causa de él. "Moldéala a tu gusta" se le ocurrió que podría ser un buen slogan para un comercial donde el producto a ofrecer fueran muñecas a tamaño real con su cara.

La función terminó.

—¡Vaya que se han perdido las buenas costumbres! Mira que asistir a un evento así con ropa informal y aplaudir mientras los artistas cantan. —Opinó la abuela mientras balanceaba la cabeza—. Entiendo que se esté intentando acercar la ópera a todo público, pero deberían guardar el respeto que se merece.

El señor Ford asintió.

—Tienes razón, Mary Lou. La ópera no es para todos. No cuando no se sabe apreciar correctamente. Algún día las llevaré a Milán.

Milán aún se sentía lejano, pero si la intención era seguirlas invitando a algún sitio, lugares no faltaban. Pronto le siguieron restaurantes y la casa de descanso del señor Ford a las afueras de Silverton.

 Pronto le siguieron restaurantes y la casa de descanso del señor Ford a las afueras de Silverton

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Disculpen la tardanza. Dudo que pueda seguir actualizando tres veces a la semana, pero procuraré hacerlo al menos una vez por semana.

¿Qué les parece la historia hasta ahora? Les dejo con la canción de Young folks en la multimedia.

Capítulo dedicado a SylebraMGonzalez20 Muchas gracias por tus comentarios y apoyo a la historia!!

Saludos y abrazos a todos 🙌

Angela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora