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Recuerdo.

Recuerdo como amaba esperar, por muy absurdo que parezca, las situaciones me arrebataron aquello tan simple por lo que todo ser humano pasa alguna vez, me lo arrebataron mediante ocupaciones y ocupaciones de lo que yo no me quería encargar. Pero lo hacía sin rechistar siquiera.

Reconozco que el esperar era un placer odiado por muchos, pero solo por aquellas personas que no conocían el hecho de aprovechar cada segundo de su vida en mejorar las cosas.

Eso pretendía hacer yo. Esperaba, pero esperaba en secreto cada noche mientras aprovechaba aquel tiempo que no me permitían tener, para pensar sobre todo aquello que alguna vez quise.

Recuerdo la noche, como conseguía calmarme con solo un trago de su niebla que transcendía en mi campo de visión, dejando un panorama parcialmente opaco.

Aquella noche esperé al rededor de media hora, junto al punto de encuentro.

El punto de encuentro, constaba en uno de los callejones de mi sector, pero era uno de los callejones menos transitados. De hecho a simple vista, podrían calificarlo como peligroso. Pero aquello no me importaba. Mantenía en mi cabeza cosas mas importantes de las que pensar, como en el por qué me arrebataron a mi hermana, o que ganaba el líder intentando mantenernos tan ocupados en el sector, o como podría arreglar la brecha que dejó mi padre en mi familia.

Aquella noche no pensé en nada de eso. No fui capaz. No sabía por qué malgastaba mi tiempo, en pensar en él, y en como me gritó el día anterior.

Él nunca gritaba, pero ayer cuando lo hizo me alarmé. Y no era por el volumen de su voz, no. Ni siquiera fue por la brusquedad en sus palabras. Me alarmé por la verdad que ellas poseían.

¿Y sabes por qué poseían aquellas verdades? Porque él sí que tenía tiempo para pensar, siempre lo tuvo. Su padre le regaló todo el tiempo del mundo, dentro de su "torre" y solo pudo usarlo para pensar. Hasta tal manera que consiguió volverle loco, aquello que podía salvarle, también podía matarle.

Lo medité, y ¡cuanto lo medité! Sus palabras se reproducían en mi cabeza una y otra vez sin cesar desde aquel callejón , del derecho y del revés, más rápido y más lento. Pero nada. Todo lo que dijo, pudo tener tantos puntos de vista, que tras analizarlos todos no supe con cual quedarme. No había ni punto de comparación.

En cuanto escapé de mi subconsciente, caí en cuenta, de que la noche era mas profunda, y el trago de niebla ahora dejaba el panorama completamente opaco y el tiempo se había estirado en mis propias manos, convirtiendo en aquella media hora de espera, en una o quizás dos.

Él siempre llegaba tarde. Era un rasgo común en su ser. Pero comprendía sus razones.
Él no podía quedar conmigo a sabiendas de todo el mundo.
Todo debía permanecer en el más profundo de los secretismos, por que según él, nadie debía enterarse de lo que entre nosotros compartíamos. Y aunque solo fueron palabras, no lo consideramos poco. Estuvimos intercambiando información que sacábamos de nuestros pensamientos hasta el fin de sus días. Desgraciadamente, duró menos de lo que esperaba.

Nunca tardaba más de 45 minutos. Siempre conseguía escaquearse de alguna manera. La situación me podía, y dejé de lado los pensamientos, para analizar más a fondo la noche y asegurarme de que nadie asechaba por los alrededores.

Entonces, dejé de permanecer como una estatua en mitad de la calle y elegí movilizarme.

Sentía preocupación. Era algo que provenía desde todo el cariño que le tenía. Después de todo, teníamos tantos pensamientos en común, que era irresistible no sentir apenas un roce de empatía hacia su persona.

El arte de portarse malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora