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Venus se quedó dormida inmediatamente tras su arrebato de nervios puntual y supuse que era por agotamiento.
Entendí que aun estando asustada, encontraba la manera de arreglarlo todo y era admirable de su parte.
Yo en cambio no sabía como actuar. Me encontraba en mi propio bloqueo emocional que no me permitía ni pensar. Hacía todo lo que se me ocurría al momento.

Su sueño se profundizó tanto que ni siquiera se percató de todo el ruidoso mecanismo de la puerta al abrirse. En cambio sí que se despertó en el brusco intento del guardia de avisarnos de la hora de comer.

En ese momento empecé a planear mi próxima oportunidad. En el comedor frecuentaban los guardias base, como mi hermana. Solo tenía que encontrarla y avisarle de que iba a salir cuanto antes, con su ayuda o sin ella. 

O tal vez podría atreverme a fingir que me moría y planear algo más cerca de la libertad.

Mi mente no paraba de mover engranajes mientras nos escoltaban al comedor.
Los masculinos gruñidos y el porte brusco, delataban la ausencia de mi hermana, o de una mujer.

Mientras avanzaba repasando las baldosas que anteriormente había memorizado, aproveché para tomar una ráfaga de aire libre por si más tarde lo fuera a necesitar.

Entre los pasillos no habían más que presas acompañadas de sus respectivos guardas, todos iguales,  y un extremado orden de protocolo. Y así de la nada tras varios minutos caminando lo noté.

Noté una mano masajear levemente la parte alta de mi espalda.  No sabía como tomarme el gesto y lo sopesé como algún tipo de acto pervertido. Todo me parecía una amenaza desde hacía días.
Tras otro buen rato subiendo escaleras me sorprendió escucharle hablar, o más bien susurrar.

-Intenta atacar al guardia de delante.

Me bloqueé por unos segundos frente a esa estúpida frase y fruncí el ceño. No pude distinguir la voz con exactitud, pero no conocía a suficientes guardias para poder fiarme de alguno.

-¿Qué? - solté indignada- No pienso meterme en más líos.

- ¿Quieres salir de aquí o no?- elevó la voz sin dejar el susurro, dandome mucho que analizar en un solo instante.

Inspiré incapaz de creer lo que estaba a punto de hacer y movilicé mi cuerpo para darle una patada al superior de enfrente, quien no tardó en quedar en el suelo al tener la guardia baja.

-Esa maldita perr...- Comenzó a soltar su ira hacia mí, pero mi compañero se interpuso.

-¡Ya te avisé una vez 34 y estoy más que harto! Pasarás sin comer la noche en el calabozo a ver si escarmientas. – Vociferó este en un tono... Masculino. ¿De quién demonios se trataba?

-¡Eso mismo!- añadió el agredido.

Me agarró de mis prisioneras muñecas de una manera violenta y nos dirigimos en dirección contraria a la de la cafetería. Yo solo pensaba en el mal historial que llevaba hasta el momento a la hora de fiarme de los desconocidos y esto no iba por buen camino. El miedo se apoderó de mí y me atreví a frenar en el sitio para encararlo.

-Qué coño haces, muévete – me ordenó aun a la vista de otros de sus compañeros y una vez solos me desposó y me tomó de los hombros para que le preste toda mi atención.

-Escucha, lo siento, pero era la única manera de hacerlo sin llamar demasiado la atención. – me habló con otro tono completamente distinto. Ese tono.

-¿Diego?- interrogué casi alarmada.

-Si, eso no importa. Lo que impor...

-¿Te envía mi hermana?- le interrumpí de inmediato.

El arte de portarse malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora