Hora del té

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Hacía ya un tiempo que había abandonado el despacho de Charles. Susumu habría activado el protocolo de ataque, pero le pareció una idea pésima. Aguantar confinados en las plantas más bajas sólo sería prolongar la agonía. Sabía que los RKs no enviarían ayuda, así que adoptó su propio protocolo.

Había ordenado a Hyun-Shik Cho que preparase el mayor número de nanobots posibles. A otros tantos ingenieros les ordenó que sacasen a relucir sus últimas artimañas. De todas formas poco podían hacer, ellos no sabían luchar.

Eso lo llevó a solicitar ayuda a todos los militares en condiciones de lucha favorables. No eran muchos, pero valdrían para aguantar lo suficiente.

Tenía un plan. Él no era militar, ni sabía cómo se libraban las guerras. Comprendía la conducta humana y todo su plan se basaba en las palabras de aquel robot: "Nos enfrentamos a un hombre". No obstante disponía de planes de contingencia.

El punto negativo de las instalaciones era que se construyeron con el fin de proteger el aislador dimensional, y no a quienes trabajasen en ellas. Solamente había una puerta al exterior en la azotea.

Todo esto lo pensaba mientras veía como un líquido esmeralda fluía por un tubo hasta introducirse por la mano de una chica. No la conocía, ni tampoco quería saber su nombre. El hizo lo que considero necesario para salvar su vida.

Sabía que no lo hacía por juramento como sus compañeros. Él tenía claro que el juramento hipocrático solo eran palabras, y la vida estaba sobrevalorada. No recordaba siquiera haber realizado una intervención con ánimo de salvar a nadie. Lo hacía por desafío, para ver donde se encontraban sus límites, o como favores que se acabaría cobrando.

La chica frente a él fue un auténtico reto. Yacía boca arriba, con unos tubos conectados a su nariz para facilitar su respiración. Las sábanas sólo mostraban su rostro completamente cubierto por un cabello dorado con pequeñas mechas azul celeste, los colores del amanecer. Ella fue una de las muchas personas en estado crítico que atendió aquella noche.

Su caso fue realmente peculiar. Millones de diminutas esferas metálicas habían impactado en la zona superior del cuerpo. Los daños en el tórax fueron leves, pero el impacto en su cráneo fue demoledor. La intervención duró solamente tres horas, aunque Susumu opinaba que podía haberlo hecho en menos tiempo si le hubiesen dejado operarla solo. Desafortunadamente para él Sarah Muller, directora de las instalaciones, le ayudó en la operación. Siendo ella la mejor neurobiologa no le iba permitir proceder sin su ayuda.

El cirujano consideraba que sabía mucho más que ella de neurobiología. Mantenía que si fuera por él todo el departamento de biología sería relevado, ya que él podía hacer el trabajo que ellos hacían en un año en un día. Todos decían que eran los delirios de un sociópata, pensamientos derivados de su actitud narcisista.

Con ayuda de un potente imán en el techo solo tuvo que programar a unos nanobots para que extrajeran la mayoría de las esquirlas, más pequeñas que un grano de arena. De todas formas quedaron mil doscientas cincuenta y cuatro que tuvo que extraer por su cuenta, mientras ignoraba las sugerencias y comentarios de Sarah.

Finalmente el número ascendió a 3.890.147 esquirlas extraídas. Tuvo que reparar las micro rótulas de los huesos con ayuda de los nanobots, nuevamente, y coser su cabellera. Su forma de coser era un tanto peculiar y aunque muchos médicos habían intentado copiar su técnica ninguno lo había logrado hasta el momento. Sus punzadas eran tan precisas que las cicatrices resultantes tras la sanación eran completamente imperceptible.

Detrás suyo la puerta se abrió y Charles Bowman entró sujetando un maletín metálico. Dejó el maletín en una mesa empujando ligeramente una botella en el acto. Se volvió a la chica y la miró.

Hecatombe MetamorfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora