5. Curar el alma

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AGONEY

Los gritos. La gente. Miles de ojos observando cada movimiento que hago. El público cantando las canciones conmigo. Los aplausos. Y por dentro...nada.
Es curioso, hace años ansiaba que alguien quisiera escuchar todo lo que tenía que decir. Tenía miles de canciones compuestas en momentos que me habían marcado. Canciones tristes, alegres, poderosas, vulnerables... Y nadie me oía.

Tenía la sensación de ser mudo porque yo sentía que gritaba con todas mis fuerzas pero nadie alcanzaba a oírme. Sentía tanta frustración que al final dejé de gritar.

Pero entonces conocí a Manu y fue como si renaciese. Me enseñó a caminar de nuevo, me enseñó a mirar, a comportarme, a "amar" e incluso a hablar. Y poco a poco la gente empezó a oírme.

El problema es que mi mensaje, el que había intentado gritar durante tanto tiempo, se había perdido por el camino.

Ahora tengo a miles de personas deseando escuchar lo que tengo que decir, pero yo hace tiempo que dejé de ser dueño de mi boca, y de mi cuerpo.

Así que sí. Es frustrante. Al principio solo fue una pequeña molestia, una pequeña vocecita en mi cabeza que me decía que aquello no estaba bien. Pero era tan débil esa voz, que quedaba totalmente eclipsada por el ruido exterior que conlleva entrar en el mundo de la fama, tan joven.

Entrevistas, conciertos, luego firmas de discos, mi primera gira... Y la vocecita se fue apagando. Hasta que un día llegué a casa después de meses y meses de gira, había sido increíble, incluso mejor que la primera. Todo el mundo me conocía, les gustaba, ponía la tele y se estaba hablando de mí, encendía la radio y salía yo cantando, mi cara estaba en la portada de todas las revistas...

Pero esa noche cuando llegué a casa, me senté en el salón con la tele y la radio apagadas, solo, y lo único que encontré fue silencio. No solo silencio en mi casa, cosa que es normal, sino silencio en mi cabeza. Y me asusté muchísimo.

Quise llamar a alguien para hablar, pero no se me ocurría nadie. Tenía el móvil lleno de contactos pero no me apetecía hablar con ninguno de ellos. Manu no me iba a entender, me diría que saliese de fiesta para despejarme o que me llevase a alguna chica a casa. Y el resto de contactos eran eso, chicas que alguna que otra vez me había llevado a casa en un intento por seguir sus consejos.

Pero hace ya tiempo me di cuenta de que eso no me iba a servir a mí.

Esa noche también fue cuando me di cuenta de que ni siquiera tenía el teléfono de nadie de mi familia. Llevaba años sin hablar con ellos, y por primera vez en ese tiempo, les eché de menos. Muchísimo.

En definitiva, me sentí muy solo. Pero solo de verdad, porque sentí que me había abandonado hasta a mí mismo.

Esa noche la recuerdo como otra de las peores de mi vida, junto a la del día que dejé el bar y alguna más.

Los días siguientes no salí de casa, ni puse la tele, ni escuché la radio, ni hablé con nadie. Básicamente lloré mucho y comí más bien poco. Y al fin, tres días después, lo sentí.

Empezó como una pequeña melodía en mi cabeza, era triste, pero era algo. Me aferré a ella con todas mis fuerzas. Intenté memorizarla para que no se fuera tal y como había venido. Fui corriendo al piano y, tras recordar las cosas básicas que había olvidado por la falta de práctica en los últimos años, empecé a hacer los primeros acordes de esa melodía que había aparecido en mi cabeza como un milagro.

Y es que así lo recuerdo yo, como el milagro que me salvó.

Los siguientes días los recuerdo mejor, me dediqué a seguir esa melodía hasta que casi sin darme cuenta las palabras empezaron a brotar.

Sing with me | RagoneyWhere stories live. Discover now