In Omnem vitam | Cashton

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Cuando lo vi por primera vez pensé que era un angel, un ser mítico, alguien perfecto. Era la persona más increíblemente bella en la tierra en ese momento para mí. No supe su nombre, tampoco a dónde se dirigía en aquel vagón del tren, tan solo lo miré por todo el trayecto hasta que bajó. Mi profesión es ver la belleza de las personas, pero él era diferente, él mantenía su perfección a la distancia y aún así para mi era como si la resaltara aún más.

El trayecto hasta York era tan largo que veía muchas personas a diario, todas tenían belleza, por supuesto, con algunas tuve que charlar para pedirles que me ayudaran con mi próximo proyecto, algunas accediendo al instante y otras tan solo dudosas. Nunca fui penoso al presentar mi trabajo, pero aquel martes de invierno no pude siquera acercarme a él.

Los días pasaron, gente por aquí, gente por allá, metidos en su monótona vida, perdidos en sus pensamientos. Y entonces llegó el siguiente martes, ahora era más frío, las calles estaban llenas de nieve, la gente sacudía sus gorros y bufandas. Lo vi de nuevo, ahora llevaba anteojos y un maletín, su abrigo gris era tremendamente largo, podría apostar a que llevaba un traje negro debajo. Estaba buscando la fuerza para acercarme a él, sin embargo, no la pude hallar, ¿y si es un empresario realmente serio y le aborrecen este tipo de trabajos? No podría con la vergüenza, no ante tal perfección.

Pasaron las semanas y me di cuenta de que él solamente se subía los martes a este vagón, a la misma hora, yo olvidaba que debía conseguir más gente tan solo por mirarlo durante el camino e imaginarme cómo sería si le hablara y pidiera ser el modelo principal.

Durante las fiestas nadie subía a aquel vagón, ni a otros, preferían quedarse en sus casas, solo los que estaban casados con su profesión seguían ahí. Y entre ellos, estaba él también. Nuestras miradas se conectaron, me había descubierto, lo supe al ver su ceño fruncido.

-¿Trabajo en Noche Buena?- preguntó.

-Algo así- sonreí-. Yo... Eh, bueno, tengo que terminar para antes de año nuevo.

-¿Algún negocio?

-Una hermosa fotografía- suspiré y bajé la mirada, en mi mente llegaron los recuerdo de cómo sería invitarlo a ser el principal, negué ante mi estupidez.

-Bueno, que tengas suerte.- Salió del vagón en la estación, pero me di cuenta demasiado tarde que esa no era done siempre bajaba, era la mía. Entonces bajé igual, tan desconcertado.

-Gracias- le dije cuando lo alcancé, el sonrió. Íbamos caminando a la par y pude ver perfectamente el hoyuelo de su mejilla derecha, también como es que las arrugas de su rostro y las pequeñas cicatrices de acné complementaban su belleza.

-Mi trabajo es idénticar obras de arte- dije sin pensar, él volteó a verme, pero no me quedé para saber lo que tenía que decir, simplemente caminé lo más rápido posible, la salida estaba cada vez más cerca, podía ya sentir el frío. Era probable que aquel tipo me quisiera golpear.

Una vez afuera vi como empezaba a nevar, así que me coloqué el gorro gris que llevaba para esas ocasiones y caminé, pues ningún taxi transitaría en Noche Buena. El estudio de fotografía quedaba a tan solo tres cuadras y si me daba prisa, lograría llegar antes de que la nieve aumentara.

Las calles eran silenciosas, tan solo podía verse la cafetería abierta y escuchar a lo lejos la música vieja de fondo, pero una vez que estuve casi solo por la calle escuché los pasos de alguien más. En York jamás me habían asaltado y el miedo recorrió mi espina dorsal.

Volteé repentinamente, pero sólo me encontré con aquel tipo. Mi valor y miedo se convirtieron en duda. ¿Estaba siguiendome o sólo era una coincidencia?

-¿Por qué te fuiste?- me preguntó.

-Me habrías golpeado.

-¿Como puedes asegurar eso?- avanzó dos pasos, los mismo que yo retrocedí-. No puedes decirle eso a la gente y después huir.

- Usualmente no lo hago- murmuré bajando la mirada.

-Bebe un café conmigo- el sonreía dando media vuelta. Y sin pensarlo más, caminé junto a él.

La cafetería era el lugar donde siempre acostumbro pedir un mini desayuno todos los días, era un lugar relajante. Charlotte me atendía siempre con una sonrisa. Aquella noche no me sorprendió verla ahí.

Dos hombres y una mujer compartían una charla a dos mesas de donde escogimos.

-¿Algo que deseen?- preguntó Charlotte con una sonrisa.

-Lo de siempre- pedí.

-Un café, solamente.

Una vez que Charlotte se fue, sentí como él me miraba, no quería que lo siguiera haciendo, yo soy el observador, yo siempre veo a la gente, no ellos a mi, ¿eso es lo que sienten?

-¿Qué?- pregunto a la defensiva-, ¿qué tanto me ves?

-Es la misma pregunta que me hago todos los martes.

-Bueno, ya te dije, es mi profesión.

-¿Acosar?- elevó una ceja divertido, su sonrisa ladina hace que se vea más joven, me pregunto cuántos años tendrá.

-Soy fotógrafo.

-Bueno, supongo que entonces yo podría serlo también.

Charlotte llegó con nuestras bebidas sin darme oportunidad de hablar.

-¿Cómo puedes suponer algo así?- lo miré confundido.

-Porque vi tu belleza sin necesidad de tener esa habilidad, no eres fácil de ignorar.

No cambié mi expresión porque si lo hacía, él tendría tal privilegio de saber mis emociones, y yo no quería eso. Aún así, no supe que decirle.

Y lo que él dijo después fue tan desconcertante aún más.

-In Omnem vitam.

-¿Qué?

-Para toda la vida, es latín. El nombre de una leyenda, de hecho... Ver la belleza mutua es la mejor prueba de que deben permanecer juntos para toda la vida.- Citó o eso supuse, al menos hasta ahora después de tres años no sé si me ha dicho la verdad.

Aquella noche conocí a Ashton Irwin tal y como era; una perfecta obra de arte.



O. S CASHTON Y MUKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora