2. No me recuerden que la primera impresión es importante

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Trato de sonreír.

Lobo se sacude de encima a la que parece ser su asistente y se aproxima a mí. ¿Qué quiere?

—«Ivanna no es tan intratable como parece» —murmura repitiendo las palabras del señor Rodwell—. En realidad es peor. Mucho peor —asegura, pero su tono de voz es el de alguien que quiere gastar una broma.

¿Intenta ser mi amigo? Hace una hora se burló de mi ropa.

—Si necesitas desahogarte con alguien mi oficina está en el tercer piso —ofrece siendo el primero en entrar a uno de los elevadores. Lo sigo después de que entra el señor Rodwell y otros ejecutivos.

¿Desahogarme?

De cara a la puerta del elevador, miro sobre mi hombro buscándole, pretendo que aclare su comentario, pero solo me guiña un ojo.

—Este es tu piso —me informa el señor Rodwell cuando la puerta se abre en el cuarto piso. Salgo. El resto, por lo que escucho, va a un desayuno—. Te acostumbrarás a ella, lo prometo —se despide el señor Rodwell con una sonrisa.

Asiento. Veo las puertas del elevador cerrarse y, una vez a salvo de miradas entrometidas, avanzo.

Este está perfectamente señalizado. En la pared dos flechas a la izquierda indican que ahí se encuentran las oficinas de Rueda y Cuadrado, y a la derecha las de Rojo y Bueno.

«De acuerdo» Tomando valor avanzo hacia la derecha.

En mi camino veo fotografías de un señor canoso que esboza una sonrisa gentil. A él lo vi en el quinto piso. Y también hay de Ivanna, mi jefa. Mi jefa. Aún no lo puedo creer. 

Hace dos noches, consciente de que harán recorte de personal en la pizzería, me dormí tarde pensando en cómo ayudar a mamá a pagar la hipoteca de la casa, y ahora tengo trabajo. Uno mejor a cualquier otro que tuve antes. De manera que no me importa que tan insoportable sea Ivanna, necesito quedarme.

Mi papá también trabajó aquí y por esa razón Lionel Rodwell nos conoce. No obstante, al morir él  de forma imprevista, nos dejó deudas. Nada de seguros o herencias, solo deudas, y la principal es una hipoteca interminable. Mamá incluso ha tenido que trabajar fines de semana para pagar, y yo, como el hijo mayor, tengo la obligación moral de apoyarle. Fui a la universidad porque me lo pidió pero no fui un alumno aplicado, no pude socializar, mi horario siempre ha sido apretado. Toda mi vida he buscado empleos que me permitan hacer horas extra. Pero al final, cansada de migajas, decidió contactar al señor Rodwell que, como ya dije, le debía un favor y heme aquí. Y él me pidió venir a una entrevista de trabajo, pero... qué más da. Quizá es mi día de suerte.

El final del pasillo es una sala dividida en dos secciones: las oficinas de Ivanna y las de Bueno, pero hay un punto medio, una recepción.

—¿Puedo ayudarte en algo? —me pregunta la encargada. Hay gente esperando.

—Vengo a... —«¿A qué vengo?». A hablar con Ivanna Rojo.

—¿Eres Luca?

Sería un fracaso como Clark Kent. Todos aquí me reconocen. 

—Sí.

—Hacia allá —señala su derecha—. Al llegar a los cubículos pregunta por Grisel.

«Grisel», me repito para no olvidar.

Sigo las indicaciones y llego hasta otra sala pequeña, ubicada estratégicamente en medio de cuatro cubículos. Dentro de uno hay cuatro personas en pleno cotilleo y para no interrumpir me siento a esperar. Ellos, al igual que el mundo aquí, hablan de Ivana, aunque no tardan en notarme.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora