40. Los cogollos de los sotos

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Tan pronto como terminó la película, Freya se quedó dormida e intenté arroparla con todo mi cuerpo antes de que cogiera un resfriado

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Tan pronto como terminó la película, Freya se quedó dormida e intenté arroparla con todo mi cuerpo antes de que cogiera un resfriado. Habíamos pasado por un mal rato, pero también por uno muy bueno. Y, por si fuera poco, los ronquidos que dejaba escapar era un sonido muy suave. Le froté la cara con los pulgares y sonreí fascinado por su belleza.

Me había pasado así por varias horas y esperé el momento propicio para pisar el acelerador. Fue justo después de abrocharme el cinturón e hice lo mismo con ella. Claro, con mucho cuidado de no hacerla despertar. En eso, me permití pensar un poco en lo que iba conduciendo y las luces recorrieron por toda la carretera principal. Frené luego de pasar el puente W&OD Trail y ya había amanecido por completo. La escasa lluvia vistió las ventanillas y, al instante, le di una pasada con los limpiaparabrisas.

Miré mi reloj de mano y ya habían sido las siete de la mañana. Aun así, no quería despertarla, así que, en ese instante cogí mi teléfono; aunque parecía un precio demasiado alto. Pulsé el botón verde llamando a Sherisse y esperé una señal suya. Y sí, lo había considerado desde nuestra última conversación. Entonces, no tuve ningún problema en contactarla, y a eso le añadí la cena que los había invitado para esta noche de reencuentro. Y notablemente el silencio se reprodujo cuando le dije que podía invitar a Kalan y a Owen.

Tras la última llamada, me froté las manos debido al frío que sentía, salí a comprar unos bolillos y café para coger un poco de calor. Saqué las monedas del bolsillo de atrás y me detuve de golpe. Le mostré una expresión suave al hombre de enfrente y volví al auto con las cosas que había comprado. Le di un sorbo y, al rato, vi a Freya moverse de su asiento antes de abrir los ojos.

-¡Buenos días, pequeño marshmallow! -le saludé con un beso cerca de la comisura de los labios.

-Buenos días -respondió mi saludo con la voz ligeramente ronca.

-¿Qué tal dormiste?

-Nada mal -Apartó su mano de mi pecho para peinarse los mechones de cabello con los dedos-. A tu lado me siento segura.

-Me alegra escucharlo de ti.

Le entregué el café que lo había comprado especialmente para ella.

-¿Qué hacías mientras dormía?

Se puso a preguntar.

-Te miraba.

Sonreí al darme cuenta que a ella no le hizo mucha gracia.

-¿Qué? ¿Desde hace cuánto?

-Eso que importa -murmuré cerca de su rostro-. Te ves muy hermosa mientras duermes.

-Cole, ¿no pudiste dormir? -averiguó.

-Algunas veces no lo hago -admití rascándome el mentón amistosamente.

-¿Por qué?

Dejando escapar un suspiro, me obligó a responder y estaba seguro de lo que diría. Al menos no quería que ella se lo tomara mal. Lo segundo es que, no quería que me mirara con lástima, que me dijera porque no lo hago y que me permitiese ver de nuevo la oscuridad.

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