X: EL ZORRO

2K 85 10
                                    

El Principito atravesó el desierto, subió las montañas y caminó largo tiempo a través de arenas, de rocas, de nieve. Descubrió al fin una ruta; y todas las rutas van hacia las moradas del hombre.

Llegó entonces a un jardín florido de rosas, y se sintió muy desdichado. Su rosa le había dicho que era única en el mundo. Y tan sólo en ese jardín, habían como cinco mil rosas semejantes a la suya. 

—Me creía rico con una flor única —se dijo así mismo—. Y no poseo más que una rosa ordinaria. Realmente no soy un gran príncipe —y tendido sobre la hierba, lloró. 

Entonces, apareció el zorro. 

—Buenos días —saludó el zorro. 

—Buenos días —respondió el Principito—. ¿Quién eres?

—Soy un zorro —contestó el animal rayado.

—Qué suerte que te encuentro —el Principito lo miró—. ¿Quieres jugar conmigo?

—No puedo jugar contigo —dijo el zorro—. No estoy domesticado. 

—¿Domesticado? ¿Qué significa?

—No eres de aquí, ¿verdad? —quiso saber el zorro.

—¿Qué significa domesticado? —el zorro no sabía que el Principito jamás renunciaba a una pregunta una vez que la había formulado. 

—Es una palabra demasiado olvidada —informó el zorro—. Domesticar significa... mmm... Crear lazos. 

—Crear lazos —repitió el joven príncipe.

—Oh, cómo explicarte. Para mí todavía eres un muchachito semejante a cien mil muchachitos. ¡Ah! No te necesito. Y tú —señaló al Principito con su pata rayada—, tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero si me domesticas, tendremos necesidad del uno del otro. Serás para mí, único en el mundo. Seré para ti, úuunico en el mundo.

—Ya empiezo a comprender —expresó el príncipe—. Hay una flor... creo que me ha domesticado. 

—Es posible —dijo el zorro—. En la tierra se toda clase de cosas.

—¡Oh, no es en la tierra!

—¿En otro planeta? —el zorro estaba muy desconcertado. 

—Sí —respondió el niño.

—¿Hay cazadores en ese planeta? —preguntó el animal rayado. 

—No —volvió a responder el niño.

—Es interesante eso. ¿Y gallinas?

—No —contestó de nuevo al zorro. 

MMM, no hay nada perfecto —se quejó el zorro, con voz tenue—. ¡Ay, ay, ay! Mi vida es monótona: cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro. Pero si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que se me serán diferente a todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo, me llamará fuera de la madriguera como una música. 

«¿Ves allá los campos de trigo? Son del color de tu cabello. Cuando me hayas domesticado, el trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. Por favor, domesticarme.»

—Yo quisiera —respondió el príncipe con cabellos dorados como el trigo—, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

—Sólo se conocen las cosas que se domestican —respondió el animal—. Si quieres un amigo, domesticarme. 

—¿Y que hay qué hacer? 

—Hay que ser muy paciente. Te sentarás al principio muy lejos de mí —el zorro se alejó un poco—. Así, en la hierba. Te miraré de reojo, y no dirás nada. La palabra es fuente de mal entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poquito más cerca. 

♣♣♣

Al día siguiente, el Principito volvió. 

—Hubiese sido mejor a la misma hora —el zorro estaba muy triste—. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Pero... si vienes a cualquier hora, nunca sabré a que hora preparar mi corazón. Los ritos son necesarios. 

—¿Qué es un rito? —preguntó el Principito.

—Es también algo demasiado olvidado. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días. Una hora de las otras horas. 

Y así el Principito, domesticó al zorro. 

♣♣♣

Pero llegó la hora de la partida. 

—Ay —sollozó el zorro—, voy a llorar. 

—Tuya es la culpa —se excusó el Principito—. Yo no quería hacerte mal, pero tú querías que te domesticara. 

—Sí.

—Pero vas a llorar —le recordó el niño.

—Mmm, sí —el zorro estaba por estallar en llanto.

—Entonces no ganas nada —repitió el príncipe.

—Gano, sí que gano —respondió zorro—. El color del trigo. Pero hagamos una cosa: quiero que mires de nuevo las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Ve, míralas. Y cuando regreses, te regalaré un secreto. 

♣♣♣

Cuando volvió a ver al zorro, le dijo:

—Tenías razón amigo. Adiós.

—Adiós —respondió el zorro—. He aquí mi secreto, es muy simple: No se ve bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

—Lo esencial es invisible a los ojos... —repitió el Principito. 

El tiempo que perdiste en tu rosa, hace a tu rosa importante. 

—El tiempo que perdí por mi rosa... —repitió nuevamente el Principito. 

—Los hombres han olvidado esta verdad. Pero tú no debes olvidarle. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa. 

«Eres responsable de tu rosa»





El PrincipitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora