VII: EL HOMBRE DE NEGOCIOS

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Llegó entonces al planeta del hombre de negocios. Estaba tan ocupado, que ni siquiera levantó la cabeza cuando llegó el Principito.

—Buenos días, Señor —saludó el Príncipe—. Su cigarrillo está apagado.

—Cinco y cinco, cinco y diez, trece, siete, dos, seis, siete, tres, seis, quince, perdón pero no tengo tiempo de volver a encenderlo. Veinte y uno y cinco, treinta y uno. Esto da un total de quinientos un billón seiscientos veinte y dos mil setecientos treinta y uno —el hombre suspiró.

—¿Quinientos billones de qué? —preguntó el Principito sin comprender.

—¡QUINIENTOS UN BILLONES DE...! Ya no sé... ¡TENGO TANTO TRABAJO! Yo soy señor, no me divierto con tonterías. Seis dos siete, ocho doce veintiuno...

—¡¿QUINIENTOS BILLONES DE QUÉ!?

El hombre de negocios no sabía que el Principito nunca renunciaba a una pregunta, una vez que la había formulado.

—¡NO TENGO TIEMPO DE RESPONDERTE!

—¡¿QUINIENTOS BILLONES DE QUÉ?!

El hombre comprendió que no tenía esperanza de paz.

—BILLONES DE ESAS COSITAS QUE SE VEN A VECES EN EL CIELO.

—¡MOSCAS!

—¡NO! Esas cositas que brillan.

—¡ABEJAS!

—¡NO! Esas cositas que brillan doradas, que hacen desvariar a los enamorados. ¡PERO YO SOY SERIO! Y NO TENGO TIEMPO PARA DESVARIAR.

—¡AH, LAS ESTRELLAS!

—EEEEEEEESO ES —Sonrió el hombre—. LAS ESTRELLAS.

—¿Y qué hace con esas estrellas?

—¿Que si qué hago?

—Sí.

—Puf, las poseo.

—¿Posees las estrellas?

—Sí.

El Principito no lograba comprender, así que preguntó:

—¿Y para qué te sirven?

—Me sirven para ser RICO, RICO, MUY RICO

—¿Y para qué te sirve ser rico?

—¡PARA COMPRAR OTRAS ESTRELLAS SI ALGUIEN LAS ENCUENTRA!

—Pero, ¿cómo puede alguien poseer las estrellas?

—¿De quién son?

—Pues... —el Principito dudó un momento—. No lo sé. De nadie...

—ENTONCES SON MÍAS. ¡PUES SOY EL PRIMERO EN HABERLO PENSADO!

—¿Y eso es suficiente?

—Seguramente.

El Principito vaciló.

—¿Y qué haces tú por las estrellas?

—¡Las administro, las cuento! Las recuento. Yo soy un hombre serio. 

—Yo si poseo un pañuelo puedo ponerlo al rededor de mi cuello y llevármelo. Yo si poseo una flor puedo cortarla y llevármela. Pero tú no puedes cortar las estrellas. 

—Emm —el hombre se rió sarcástico—, no. Pero puedo depositarlas en el banco. Como...

El Principito lo interrumpió.

—¿Eso es todo?

—Es suficiente. 

—Yo poseo una flor que riego todos los días, y es útil para mi flor que yo la posea. Pero tú no eres útil a las estrellas. 

El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta. Y el Principito se fue, y volvió a repetirse:

—Decididamente, las personas grandes son enteramente extraordinarias.




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