II: LAS PREGUNTAS

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Necesité mucho tiempo para comprender de dónde venía. El Principito me acosaba a preguntas, pero nunca parecía oír las mías. 

—¿Y qué es esa cosa?

—No es una cosa —contesté—. Vuela. Es un avión. Es mi avión.

—¡Ah! —Un gran asombró lo inundó—. Entonces has caído del cielo.

—Sí —vacilé—, en cierta forma sí.

—¡Del cielo! ¡Qué grandioso! —expresó—. ¿Así que tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres?

—¿Tú también vienes del cielo? ¿Vienes de otro planeta?

—Uhm —dudó—. Me parece que con este... ¿avión, has dicho? 

—Avión, sí. 

—Con este avión no puedes haber venido de muy lejos. 

—Y tú, ¿de dónde vienes? ¿Dónde queda tu casa? ¡¿A dónde quieres llevar a mi cordero?!

—Me gusta la caja que me has regalo —dijo—, porque en la noche, le servirá de casa. 

—Si quieres —sonreí— también te daré una cuerda para atarlo durante el día. 

—¿Atarlo? —Preguntó—. ¡Qué idea tan rara!

—No no —vacilé—, no es rara. Si no lo atas, se irá a cualquier parte y se perderá. 

—¡No puede ser! Mi casa es muy pequeña. ¿A dónde se irá?

—A cualquier parte —respondí—. Derecho. Siempre adelante. 

—Derecho —repitió—, siempre adelante de uno, no se puede ir muy lejos. 




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