IV: LA ROSA

3.3K 107 5
                                    

Poco a poco me fui enterando que un día, en su planeta, apareció una rosa. Había germinado de una semilla traída no se sabe de dónde. Pensó primero que era un nuevo género de Baobats. Pero no. Era una rosa, que decidió mostrarse una mañana, después que el sol salió. 

La Rosa bostezó enormemente.

—Oh —dijo con ansiedad—, acabo de despertarme, perdóname. Todavía estoy toda despeinada. 

El Principito la miró con asombro. 

—¡Qué hermosa eres! —sonrió. 

La Rosa vaciló, con vanidad.

—¿Si, verdad? —le miró—. Y he nacido al mismo tiempo que el sol. 

El Principito advirtió al instante que no era demasiado modesta; pero era tan conmovedora. 

—Creo que ya es hora de desayunar. ¿Me traerías un poquito de agua, por favor?

Y el Principito buscó una regadera, y le sirvió su desayuno. 

—¡Ah! —se removió un poco—, muchas gracias. ¿Sabes una cosa? Siento horror por las corrientes de aire. ¿No tendrías un biombo

Y el Principito la cubrió con un hermoso biombo

—Eh —ladeó sus pétalos—, por la noche tendrás que meterme bajo un globo. Aquí hace mucho frío, y hay muy pocas comodidades —apretó sus labios—. Allá de donde vengo...

—Pero si has venido en forma de semilla —le interrumpió el Principito—, no has podido conocer otros mundos.

La flor había mentido, y el Principito comenzó a dudar de ella. 

—No debía haberla escuchado. Nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirarlas y aspirar su aroma. No supe comprendedla entonces —me dijo un día, un poco triste—. Debía haberla juzgado por sus actos, y no por sus palabras. ¡Me perfumaba, me iluminaba! No debía haber huido de mi planeta. Las flores son tan contradictorias, y yo era demasiado joven como para saber amarla.

Supe, que una mañana, aprovechó una migración de pájaros silvestres y huyó de su planeta. Pero antes de irse, se despidió de su Rosa. 

—Adiós, flor. Adiós.

—He sido muy tonta —advirtió—. Te pido perdón. ¡Ah! Procura ser feliz. 

—Quiero cubrirte antes de irme —dijo modesto.

—No —susurró la Rosa—, no me cubras. Déjame así.

—Pero, ¿y las corrientes de aire?

—Quiero quedarme así —respondió—. No te detengas más. Has decidido partir. Vete ya. 

La flor no quería que la viese llorar, en el fondo, era una flor muy orgullosa. 









El PrincipitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora