V: El REY

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Al salir de su planeta, El Principito comenzó por visitar los asteroides más cercanos para buscar una ocupación y, también, para instruirse. 

El primer planeta estaba habitado por un Rey, vestido de púrpura y armiño, sentado en un trono muy sencillo, y, sin embargo, majestuoso. Cuando vio al Principito, exclamó:

—¡Ah!, ¡Oh!, ¡Ja, ja! —sobó su gran panza—. He aquí, un súbdito. 

El Principito ladeó su cabeza. 

—¿Cómo puede reconocerme, si nunca me ha visto antes?

El Principito aún no sabía que para los reyes, el mundo está muy simplificado y todos los hombres son súbditos.

—Acércate —llamó—, para que te vea mejor.

El Principito soltó un mayúsculo bostezo, y dijo:

—¡Uy!, qué sueño tengo.

—¡ES CONTRARIO AL PROTOCOLO BOSTEZAR EN PRESENCIA DE UN REY! —Exclamó el monarca—. ¡Te lo prohíbo!

—Perdone usted —se excusó el Principito— pero no puedo evitarlo. He hecho un largo viaje y no he podido dormir. 

El monarca vaciló.

—Entonces —dijo el rey—, te ordeno bostezar. No he visto bostezar a alguien desde hace 20 años. Los bostezos son una curiosidad para mí. ¡Vamos, vamos! Bosteza otra vez. ¡Es una orden! 

—Perdone —dijo el Principito— pero ahora que usted me lo ordena, no puedo bostezar.

—Entonces —reclamó el monarca—, ¡te ordeno no bostezar!

—¿Puedo sentarme?

—¡Te ordeno sentarte!

A esta altura, el Principito, vio que el rey exigía que su autoridad fuese respetada. Pero al ver lo diminuto que era este planeta, se pregunto: ¿sobre qué podría reinar este rey?

—¿Puedo hacerle una pregunta? 

—¡Te ordeno que me preguntes!

—Usted aquí es el rey —comenzó el Príncipe—pero... ¿sobre qué reina?

—¡Sobre todo!— el rey, con un gesto discreto, señaló su planeta, los otros planetas y todas las estrellas.

—¿Sobre todo eso? —dijo, sorprendido, el Principito.

—Sí. Sobre tooooodo eso —rió el viejo.

—¿Y las estrellas le obedecen? 

—Por su puesto. Obedecen al instante —con un gesto fuerte, se acercó a él—. No to-le-ro la indisciplina.

—Quisiera... —mordió su labio el Principito—. Quisiera... ¡QUISIERA VER UNA PUESTA DE SOL, POR FAVOR! Hacedme el gusto. Ordena al sol que se ponga.

—Si ordeno a un general que vuele de flor en flor como una mariposa, o que escriba una tragedia ¡o que se transforme en ave!, y el general no ejecuta la orden enseguida, ¿quién estará en falta? ¿Él o yo?

—Vos señor —respondió el Principito. 

—¡E-XAC-TO! —espetó el rey—. Hay que pedirle a cada quien, lo que cada quien puede hacer. La autoridad reposa en primer término sobre la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrogarse al mar, seguramente armará una revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis ordenes son ra-zo-na-bles. 

—¿Y mi puesta de sol?— El rey no sabía que el Principito jamás se olvidaba de una pregunta. 

—Tendrás tu puesta de sol ésta noche —prometió el rey—, a las 7 y 40. Verás cómo soy obedecido. 

—No pudo esperar tanto —excusó el Principito—. Debo partir. 

—¡No partas!, ¡no quiero que partas! Si te quedas... mmm... te hago ministro. 

El Principito no quiso afligir al viejo monarca. Y entonces, le dijo:

—Si vuestra majestad desea ser obedecido, puntualmente, podría darme una orden razonable.

—Poooor, e-jem-plooo.

—Podría ordenarme que parta antes de un minuto.

El rey, contrariado, quedó en silencio. El Principito vaciló un momento y  luego, con un suspiro, emprendió el camino. 

—Espeeeeeraaaaa, te hago ¡em-ba-ja-dor! —escuchó la gran voz del monarca a lo lejos. 

—¡EMBAJADOR! —Se rió el Principito—. Las personas grandes son bien extrañas. 

Y el Principito, continuó su viaje. 

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En serio, muchas gracias por leer y agregar a sus listas de lectura. Compartan la historia, y no dejen que su Principito muera. 



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