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Desde hace unos años mi papá se ha volcado mucho en su trabajo en la tienda de neones para sacar a nuestra familia adelante. Aun así siempre saca tiempo para nosotras y lo compensa con aventuras como nuestra excursión a la nieve, programada para el próximo fin de semana.

Durante los últimos días solo había venido a casa para dormir, demasiado ocupado para adelantar trabajo y poder permitirse los dos días libres que durará nuestro viaje.

No se trata de uno de esos padres ausentes que llenan el vacío del corazón de sus hijas con regalos caros, no. El tiempo que pasa él con nosotras es de calidad, del bueno. De esos instantes en los que puedes estar con alguien en silencio, cada uno a la suyo pero apreciando la compañía del otro. De esos que puedes soltar la tontería más absurda y esperar que él te entienda o, al menos, se burle de la ridiculez del asunto.

—Qué arreglada estás, ¿me estabas esperando?— bromea frente a mí, todavía sin cruzar el umbral de la puerta.

Siento la sangre subírseme a las mejillas y me aparto de la entrada a modo de respuesta, dejando a la vista una pálida Daniela Calle.

—Hola, señor— saluda a medida que va recuperando el color en su cara, profundamente aliviada.

Cualquiera diría que se alegra de ver a mi papá, a pesar de que nunca antes se habían conocido.

—Vaya, no sabía que tenías compañía— me sonríe mi padre, demasiado feliz por verme con una amiga que no sea Sebas—. Soy Juan Carlos pero puedes llamarme Papá— se presenta.

Por favor, que no espante a Calle, por favor.

—Yo me llamo Daniela— responde mi acompañante, un tanto desorientada.

Incómoda por la situación, desvío la mirada hacia el reloj que decora la pared a mi derecha. Ya es de noche. El tiempo se ha pasado volando mientras estudiábamos. Papá se da cuenta y mira en la misma dirección.

—¿Quieres quedarte a cenar, Daniela?

Su ofrecimiento nos pilla desprevenidas a las dos, por lo que nos miramos mutuamente.

—En realidad, ya se iba— respondo antes de que nadie diga nada.

Que necesite conquistar a Calle no significa que quiera tener una cena familiar con ella.

En ese preciso momento, en la puerta de entrada que permanecía abierta, aparece mi hermana Vale, que ha vuelto de su propia sesión de estudios de Anatomía.

—¿Qué está pasando?— dice nada más entrar.

En cuanto ve a Calle sentada en la mesa de estudio, una sonrisa hace acto de presencia en su rostro.

—¡Calle, has vuelto!— retoma la palabra, hablando de manera complacida como si se tratara de una visita de la reina de Inglaterra.

—Va a quedarse a cenar— repite mi padre con júbilo.

—Nadie ha aceptado a eso— tercio bruscamente.

Ante la duda, los tres miembros de la familia Garzón quedamos en silencio y dirigimos nuestra atención a Calle, quien no se ha movido ni dicho una palabra desde hace unos minutos.

Yo soy la única que se mantiene inexpresiva, pues los otros dos muestran una palpable expectación hacia la respuesta de Daniela.

—Yo...— comienza a hablar bajo la presión de nuestras miradas. Por un momento siento lástima por ella—. Tendría que avisar a mi madre pero supongo que puedo quedarme— accede con su móvil en mano.

Maldigo mentalmente mientras mi familia se dispone a preparar la comida animadamente y Calle parlotea por teléfono, supongo que con su madre, apartada a unos metros de nosotros.

Cita dobleWhere stories live. Discover now