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Me demoro en abrir la puerta con la intención de hacerme la interesante y ocupada, ya que Juan me dijo que debía demostrar ser independiente.

Sé que es una tremenda estupidez. Quedé con ella específicamente a esta hora, ¿qué más podría estar haciendo que esperarla? Pero no puedes culparme por intentarlo.

Tras dar unas cuantas vueltas sobre mí misma, compruebo a través de la mirilla que se trata de ella. Sería el colmo ponerme tan nerviosa y que al abrir me esperara un vendedor de aspiradoras o incluso los testigos de Jehová.

—¿Me vas a abrir de una vez? Tengo una vida que vivir— gruñe su voz al otro lado de la puerta, como si su tiempo fuera demasiado valioso para desperdiciarlo conmigo.

Definitivamente es ella.

Mierda, mierda. ¿Qué hago?

Empezaré por abrirle la puerta.

—Ho... la— trato de hablar con normalidad mientras oculto mis manos temblorosas a mi espalda.

—Hola, Pochoclo. ¿Qué te mantenía tan ocupada?— pregunta enarcando una ceja.

—Estaba en el baño— suelto lo primero que se me viene a la cabeza, sin apenas pensarlo.

Genial, ahora pensará que tengo diarrea o algo por el estilo. Lo ideal para conquistar a Doña Perfecta.

Espera, ¿cómo me ha llamado?

—Es Poché— retomo la palabra—. Po-ché. No es tan difícil.

Está comenzando a resultarme irritante que nunca diga bien mi nombre. Nos conocemos desde hace casi seis años, aquella vez que choqué contra ella en el pasillo y no es capaz de recordar mi nombre de dos sílabas.

—Empecemos de una vez— sugiere con la vista en sus uñas y cualquiera diría que está aguantando un bufido.

Es mi oportunidad para "mostrar mis logros". Si hay algo en lo que soy mejor que ella, por extraño que parezca, es en Historia. A las dos se nos dan bastante bien todas las asignaturas, pero ella se tambalea en Historia.

Una debilidad que yo debo aprovechar.

—Muy bien, tenemos examen el lunes— la dirijo hacia la mesa mientras hablo, situándonos la una frente a la otra en la redonda tabla blanca donde la había estado esperando hace unos minutos—, lo cual nos deja cuatro días para estudiar incluyendo hoy.

—No pienso estudiar el fin de semana— me interrumpe, pero sus ojos me dicen que está dispuesta a ceder.

De todos modos, no sé por qué le preocupan tanto sus calificaciones si es una sola asignatura en la que saca nota más baja, pero igual aprueba.

Lo tiene todo: los amigos perfectos, la familia perfecta, la casa perfecta... un aprobado raspado en Historia debería ser la menor de sus preocupaciones.

—Vas a hacer lo que yo te diga— ordeno reprimiendo una sonrisa.

En cierto modo es divertido jugar a que yo tengo el control sobre Daniela Calle aunque solo sea en una mísera ocasión. A pesar de su actitud de "Tengo un mejor sitio en donde estar, es un privilegio permitirte estar a mi lado", la mirada de corderito que me dedicó unos segundos atrás me muestra otra cosa.

"Ayuda, Poché, eres mi única salvación". Imaginaré que dijo eso, es mi única motivación para ayudarla realmente.

—Espera, antes de empezar, quería preguntarte algo— interviene mi objetivo cambiando su expresión por una curiosa.

—Dispara.

Baja la mirada hacia la madera pintada de la mesa mientras murmura su pregunta:

—Ayer me dejé olvidada la ropa que traía puesta antes de la ducha, ¿no la habrás visto por ahí?

Observo cómo juguetea con sus dedos a la vez que pienso en lo que me acaba de decir.

No, definitivamente no he visto ninguna prenda en el cuarto de baño.

—No he visto nada— confieso, temiendo parecer una acosadora que roba su ropa.

Pero yo no he hecho nada, soy inocente. Seguro se habrá confundido, llevó su conjunto a su casa y ahora no lo encuentra.

Su cara se vuelve lívida pero asiente.

—Oh, está bien.

Después de esa extraña charla, logramos sumergirnos en el estudio de los temas, yo señalándole los puntos más importantes para luego preguntarle sobre ellos y ella esforzándose en aprenderlos.

Ahí concentrada con el libro entre las manos casi parece una buena persona.

Como una chispa en mi mente aparece el recuerdo de otro de los consejos de Juan. Ahora que parece tener la guardia baja tal vez sea un buen momento para hacerle un cumplido. ¿Qué podría perder? ¿La dignidad? Ya hace mucho que no la tengo.

No sé cómo introducir el halago en la conversación. Miento, no hay conversación, ése es el problema. ¿Cómo iba a haber una conversación si vinimos a estudiar?

Diablos, Poché, no las piensas.

La observo por encima de mi libro, sentada frente a mí a varios centímetros de distancia, con su cabello color café cayendo a ambos lados de su rostro.

¿Qué podría complimentarle? ¿Sus ojos brillantes que se mueven lentamente a medida que va leyendo? ¿Sus labios que parecen silabear las palabras desde su mente? ¿Su mano que juguetea en su barbilla de modo pensativo? ¿Su escote que...?

Creo no debería seguir bajando la mirada. Pero me quedo sin opciones. "¡Qué bonita mano!" sonaría demasiado extraño.

Demonios, apesto para coquetear.

—¿Se puede saber por qué me miras tanto?— la voz de Daniela me saca de mi ensimismamiento.

Bien, Poché, es la oportunidad perfecta.

—Eres preciosa y me distraes— pronuncio de forma automática las palabras, olvidando todo en lo que había pensado anteriormente.

—¿Entonces debería irme?— responde con un deje de diversión.

Por lo menos me ha contestado, es un avance desde la última vez. Y no parece que se lo haya tomado mal, ¿ahora qué hago? Me siento como un jugador de ajedrez pensando su próxima jugada, pero Daniela Calle es más compleja que cualquier juego de mesa. ¿Cuál es el movimiento adecuado para comérmela?

No es que quiera comerla de manera literal, es una metáfora con las piezas de ajedrez.

—No, no. Digo... a menos que tú quieras irte— prosigo al sentir una sensación extraña en el estómago.

Los nervios vuelven y no son de gran ayuda. Calle me mira detenidamente, sin una pizca de expresión en su rostro, por lo que me resulta imposible descifrar en qué está pensando.

—Es broma— explica relajada.

Suelto el aire que incoscientemente había estado reteniendo y antes de que me dé tiempo a volver a hablar, unos golpes en la puerta nos sobresaltan a las dos. Intercambiamos una mirada, luego me levanto de mi asiento, todavía extrañada por la preocupación que mi acompañante emana.

No tengo ni idea de quién podría estar al otro lado de la puerta pero no me molesto en comprobar por la mirilla, sino que abro directamente.

Percibo una leve sonrisa en su rostro a modo de recibimiento junto a las prominentes ojeras que se han formado tras pasarse varios días trabajando sin descanso antes de verme envuelta en un abrazo de oso.

—Papá, ¿qué haces aquí?

Cita dobleWhere stories live. Discover now