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A la salida de clases Juan me estaba esperando para darme "Clases de cómo triunfar en el amor y no morir en el intento",  nombre elegido por él mismo. Tuve que apresurarlo al decirle que la cita era esa misma tarde, por lo que no debía alargar sus lecciones más de lo necesario, aunque por supuesto no le dije de quién se trataba mi presa.

—¿Has probado a escribirle un poema?— sugiere una vez estamos delante del centro comercial, y cuando yo lo fulmino con la mirada aclara que está bromeando.

Más le vale, no quiero pasar por lo mismo que él un año después. Yo no sería capaz de recuperarme del golpe tan rápido como él.

—¿Vas a decirme a qué hemos venido?— pregunto mirando en dirección hacia las tiendas.

Una sonrisa macabra digna de villano de peli de miedo aparece en su cara. Realmente consigue aterrarme.

Por favor, que funcione, por favor.

—Vamos a explotar todo tu potencial sexual con nuevas ropas para lucirte.

Casi me giro para comprobar que realmente está hablando conmigo.

—¿Qué potencial sexual? Si la gente cree que tengo doce años— bufo señalando mi escasa estatura— como mucho.

—Ése es mi primer objetivo: si tú misma dejas de verte como un infante, el resto del mundo lo hará— me arrastra hacia la primera tienda (¿de ropa interior?) sonando bastante convencido.

El ambiente en el interior de la tienda es más cálido y las luces blancas iluminan toda la estancia, dejando unas claras vistas de todos los productos.

—¿Cómo van a ayudarme unas bragas de conejitos?— espeto dirigiendo la vista hacia la sección infantil.

—Dime que no compras tu ropa interior en la parte de niños— Juan se detiene a mi par y enseguida me aleja del lugar.

—Compro la de mi talla.

Nos adentramos en una parte del local con una iluminación más tenue y en la que el tamaño de la ropa brilla por su escasez. Eso por no hablar de la relación inversamente proporcional al precio.

—Vas a ponerte esto— mi acompañante me alcanza un tanga rojo casi invisible. Y digo invisible porque la tela es tan fina que parece ropa interior de pulga.

—Tampoco hay que ser extremistas— me excuso con una risita nerviosa, colocando la prenda de nuevo en su lugar—. No es que alguien me vaya a ver la ropa interior.

Es cierto, mis bragas de conejitos están perfectamente bien, son cómodas y cubren lo que tienen que cubrir. No nos volvamos locos.

—Eso dices ahora— tercia el rubio teñido a mi lado—. No es solo para que te vean, es para que tú las sientas.

Intento resistir las ganas de mirarlo como si estuviera chalado en vano.

¿Sentir? Si me pongo eso lo que voy a sentir es el hilo metido en el culo. No, gracias.

—Debes sentir— repite—. Si te sientes sexy, aumentará tu autoestima.

—No necesito eso— insisto señalando al tanga—. Dame algo más... recatado.

El poeta me dedica una mueca en desacuerdo, pero al final accede para que nos llevemos un conjunto de encaje que no está tan mal.

Quien dice un conjunto, dice diez. Al parecer mi amigo quiere dejar la tienda sin existencias.

Tras entrar en todos los establecimientos y mediar entre Juan y yo los atuendos ni demasiado cómodos, como quería yo, ni demasiado reveladores, como quería él, se predispone a continuar con sus lecciones.

—Una cosa muy importante es hacerle cumplidos. Si la elogias, la harás sentir especial.

¡Ja, y un pepino marino! Calle ya se siente especial de por sí.

—Una vez le dije que estaba guapa y ni me contestó— explico recordando el día anterior.

La desgraciada ni se dignó a agradecerme por darle ropa y permitirle usar mi ducha.

—Oh, es independiente— señala Jaramillo, y puedo comprobar que se queda sin opciones—. Sigue su ejemplo, muestra tus logros.

A estas alturas el pobre ya ni sabe qué decir, a cada consejo que me da le pongo una pega y es que la persona que le he descrito, Daniela Calle, es bastante difícil.

—¿Cómo dices?

—Demuestra que tú también eres capaz por ti misma, tienes algo especial, puedes tener éxito. Confía en ti— sentencia de una vez, con una sonrisa satisfecha en su cara—. Me gusta esa frase, puedo escribir algo con ella.

Genial, la siguiente obra que lea de Juan será un libro de autoayuda.

Si de algo me han servido sus Clases fue para vaciarme la cartera. Regreso a casa con los bolsillos ligeros, las bolsas llenas y es probable que también haya terminado con todo el espacio que tenía libre en mi armario.

—Gracias por renovarme el cajón de las bragas— pronuncio a modo de despedida.

—¡Recuerda seguir mis consejos!— exclama Juan enzarzándome en un abrazo.

Desconozco si lograré algún avance, pero para facilitarme el trabajo ya me he encargado de que Vale no esté en casa. Se fue con unas amigas a estudiar Anatomía, lo cual en realidad, es la excusa con la que trata de mentir siempre que queda con su novio. Su mentira es tan obvia que ni siquiera existe la asignatura de Anatomía en su curso.

Llego justo a tiempo para ducharme y cambiar mi indumentaria antes de la hora acordada para que llegue mi presa.

Me sorprendo al ver vacía la esquina de la ropa sucia (sí, esquina, porque soy demasiado vaga como para ir a meterla al cubo). En nuestra casa por norma general cada uno hace su colada y no creo que ni Vale ni papá me hayan hecho el favor de lavar la mía sin decírmelo.

Tal vez lo hice yo y ni me acuerdo.

Tras estrenar mis conjuntos recién comprados (quién iba a decir que tenía tetas), siento mi culo en la mesa situada justo frente a la puerta de entrada con el libro de historia y mi móvil como única compañía.

Enciendo la pantalla para comprobar el reloj: pasa un minuto de la hora.

—No te estreses, Poché, recuerda lo que dijo Juan.

Mi propio intento para alentarme provoca que en mi mente vuelen los consejos que me dio hace unos cuantos minutos mi amigo.

"Hacerle cumplidos, mostrar mis logros..."

El sonido provocado por el golpeteo de mis uñas contra la madera de la mesa se ve interrumpido por el sonido de un mensaje entrante.

¿Será Calle para avisarme de que no va a venir? Imposible, no tiene mi número.

Reviso el panel de notificaciones para encontrarme con las palabras motivadoras de Juan:

No eres un niño de doce años, eres Poché y eres sexy.》

Su mensaje logra sacarme una sonrisa y aliviar un poco los nervios que sentía por poner en marcha el plan Calle, pero una vez que el timbre suena, el nudo en el estómago vuelve.

Calle ya está aquí.

Cita dobleOù les histoires vivent. Découvrez maintenant