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Es mi primer día en el instituto, me dirijo sola hacia mi clase de Matemáticas analizando detenidamente al pasar la enumeración de las puertas por miedo a perderme. Mi vecino Sebastián tiene clase en otra aula, de no ser así estaría acompañándome.

Aula 210, 212...

Fijo la vista de nuevo en mi horario cuando un bulto en el medio del pasillo provoca que casi caiga al suelo.

—¡Lo siento, lo siento!— me disculpo enseguida.

Una chica de grandes ojos marrones me observa irritada.

—Mira por dónde vas, estúpida.

Y yo que quería hacer amigos.

—¿Cuál es tu problema? Ya me he disculpado— le espeto. No voy a dejar que me ninguneen en mi primer día. Ya me ninguneo yo solita.

—Creo que te has confundido, niña, la guardería no es en este edificio.

Oh, ahora sí que se la va a cargar.

—¿Me estás diciendo enana? ¿Por qué no te agachas y me lo dices a la cara?— ladro entre dientes.

La chica me dedica una sonrisa satisfactoria y se marcha en sentido contrario. Espero a que entre en su aula para recoger mi horario del suelo y proseguir la búsqueda.

Aula 214.

Estaba aquí mismo, al lado, es justo el aula en la que acaba de entrar mi nueva amiga.

●●●

Alejo el recuerdo del día que conocí a Calle y pongo la mejor sonrisa posible. Mi objetivo está sentado en un banco a unos pasos de mí, probablemente esperando a su mejor amiga.

Vamos, Poché, puedes hacerlo. Piensa en cosas buenas.

Pero no se me ocurre ninguna cualidad positiva de la Señorita Perfecta. El año pasado dejó en evidencia a una chica que le había pedido una cita delante de todo el mundo. Me parece bien que ella no estuviera interesada pero no debería haberla humillado de esa manera. No lo tolero.

Mierda, no pienses en eso.

—¿Se te ha perdido algo?

Sus palabras me desconciertan, de modo que me quedo pasmada delante de Daniela Calle sin poder hablar. Abro la boca con la intención de pronunciar algo, mas el sonido no logra salir de mi garganta. Unas tremendas ganas de huir se apoderan de mí, debo armarme de fuerza de voluntad para que mis piernas se queden quietas.

—Vi que tienes problemas con Historia y me preguntaba si quieres ayuda. Mi ayuda— ofrezco en mi mejor intento de no sonar como una acosadora. Me sorprende haber podido articular una frase entera con lo enervada que estoy.

Los sonidos ajenos a nosotras se amortiguan mientras me centro en escuchar cualquier frase que pueda salir de su boca. Un silencio incómodo nos envuelve y no puedo evitar pensar que he logrado hacer el ridículo una vez más.

—¡De hecho, me vendría muy bien tu ayuda!— exclama casi entusiasmada.

Casi, porque al parecer no soy merecedora de ninguna emoción positiva por su parte.

Estoy segura de que en este momento tengo un brillito en los ojos, y no es por estar con Calle sino porque mi plan comienza a funcionar.

Cita dobleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora