Capítulo 18: Fachada de cristal.

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Una semana después del atraco más grande la historia, la muchacha de los ojos azules despertó, encontrándose en una fría y solitaria habitación de hospital, tomó una profunda respiración al removerse en la cama, sintiendo punzadas de dolor al intentar sentarse, y consiguiéndolo luego del tercer intento, mirando alrededor, el nudo en su garganta volviéndole difícil la respiración.

Intentó levantarse, quitándose las agujas del brazo con cuidado, y desconectandose de la máquina que marcaba sus latidos, una mueca de dolor curvando sus labios antes de ponerse en pie, y caminar al baño a la puerta de la habitación que daba al baño, sosteniendose de paredes para no caer en el camino.

Se enfrentó a su reflejo en el espejo bajo aquella luz brillante, los ojos azules devolviendole la mirada a través de el, entonces tocando las vendas sobre su torso que cubrían su piel, y aquellas que permanecían en su brazo, cierta tristeza colándose en su mirada al recordar todo lo que había pasado antes de que el disparo impactara en su cuerpo.

Sus dedos rozaron el punto donde había impactado la bala, donde todavía sentía el dolor colarse, uno que no podía compararse con el dolor que sentía en el corazón, sin encontrar el modo de seguir adelante ahora, ahora que ya no tenía nada, entonces las lágrimas le nublaron los ojos.

Lloro en silencio, por quienes perdieron en el atraco, por tener que dejar ir a Berlín, y por tener que dejar atrás a Ellie como lo habia hecho con su hermano, y por sentirse tan sola como en ese momento se sentía, lejos de todo a quién habia amado.

Ahora, ella sabía lo que pasaría, sabía que tarde o temprano la policía llegaría a su puerta para interrogarla, y que estaba atrapada entre sus mentiras y sus armas, por unos segundos haciéndole desear el no haber despertado.

-Señorita Benavidez.-Golpearon la puerta, y tragándose las lágrimas abrió, encontrándose con la mirada preocupada de una mujer vestida de enfermera, tomando su brazo para ayudarla caminar de vuelta a la cama.-No debería estar levantada.

-Lo siento...-Murmuró apenas audible, sin fuerzas para resistirse a ir a la cama, por que aunque el dolor había cesado bastante, y respirar era más fácil que aquel último día en la fábrica, seguía estando herida, y con los medicamentos todavía en su sangre, hasta pensar le era difícil a momentos.-...Disculpe, ¿Podría alguno de ustedes, prestarme un teléfono?, necesito llamar a casa.

-Veré lo que puedo hacer.-Le sonrió la muchacha, cierta compasión en sus ojos al verla, por que entendía que luego de haber estado encerrada durante cinco días, y dormida durante una semana más debido a los medicamentos, necesitaba hablar con su familia, Samara teniendo suerte de que ella no supiera que era una de las atracadoras y se negara a ayudarla, una hora más tarde, apareció la enfermera de nuevo en su habitación antes de entregarle un celular, y Samara lo tomó con el corazón en un puño antes de marcar los números y presionar el aparato contra su oído, el silencio y los tonos que iban pasando poniéndola cada vez más nerviosa, hasta que escuchó la voz del otro lado.

-¿Hola?.

-Soy yo.-Habló para la voz de la hermana de su madre, quién contuvo la respiración unos instantes antes de hablar.

-Dios santo, pensé que estabas muerta cariño...-Soltó, conteniendo el llanto en la garganta, intentando mantenerlo lejos de su voz, aun así sus palabras tambaleándose.

-También yo.-Confesó débilmente la pelinegra, lágrimas en sus ojos.-¿Cómo esta Ellie?.

-Pregunta todos los días por ti, hice lo que dijiste, y no le he dejado ver la televisión, por ello tampoco sabía nada de ti, me tenías muy preocupada.

-Me dispararon Annia, en el pecho, desperté hace apenas unas horas.-Le explicó.

-¿Cómo estás?.

Play with fire. [La Casa de Papel].Where stories live. Discover now