Capítulo VII

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-¡Dale, por favor! Hace una bocha no salimos todos juntos - Dijo Diego mientras yo revolee los ojos.

-Dale no seas amargado. Vení que te vamos a dejar joya.

Me paré y me dirigí al baño. Pobres mis amigos que tenían que ayudarme con todo esto, pero no podía evitarlo, me sentía sin ganas de nada. Había perdido a las personas que más amaba en el mundo y, para colmo, casi al mismo tiempo. Me miré al espejo y observé como una lágrima brotó de mis ojos. Los extrañaba, ahora tendría que volver con mis malditos padres. Los odio, mi mamá es una alcohólica al igual que mi padre. Tengo miedo que otra vez me golpeen. Descubrí que tengo un tío, al que le dicen Oscar, que vive en Mendoza. Él me ofreció su casa para vivir con él pero… no lo conozco y, teniendo la sangre de mi familia, no creo que sea una buena opción. 

-Eu Gabi, entendemos que estás mal pero lo único que queremos es que te distraigas un poco con nosotros- Dijo Alejandro, otro de mis amigos, del otro lado de la puerta.

En ese entonces me di cuenta que estaba perdiendo mi vida, hace medio año que llevaba esta depresión. Me seque las lagrimas y abrí la puerta.

-Tenés razón, vamos.

Diego y Ale se miraron sin entender y sonrieron mientras agarraban sus chaquetas. Hace mucho que no salía a bailar, había olvidado como hacerlo.

Llegamos al lugar, estaba oscuro. Comencé a mover mi cuerpo de un lado a otro, pero la música no pegaba con mi estilo. No podía creer que había un montón de canciones que no conocía. Me di cuenta que la muerte de mis abuelos hizo que me desactualice un poco de todo, me había quedado viviendo en la melancolía del ayer varios meses. Decidí ir a sentarme  en un puf blanco que había en un rincón, pensando que ese boliche sería donde pasaría el resto de los fines de semana; se convertiría en mi nuevo hogar porque me hacía sentir un poco mejor que en mi casa vacía llena de recuerdos. 

Desde ese puf me quedé viendo lo exagerados que eran mis amigos al bailar, era su forma de levantarse chicas. Me daban vergüenza. Eran los únicos que llamaban la atención de toda la pista, exceptuando a una chica que, por alguna razón, no paraba de mirarme. Parecía alguien especial, tenía una linda mirada aunque un poco penetrante. Llevaba puesto una remera dorada con una pollera negra y unos pequeños zapatos rojos, debía calzar como 36 pensé. Luego, se alejó un poco y dejó de mirarme, supongo que fue porque en donde estaba antes no podía bailar muy cómoda por la cantidad de gente. Era muy sensual al bailar, nada que ver al resto de sus amigas con las que no paraba de reírse. Luego de un rato de observarla me miró nuevamente y, sin darme cuenta, comencé a sonreírle. Ay no, era un estúpido, estaba mirando a una chica con cara de embobado, seguramente pensaría que estaba borracho, así que rápidamente dejé de sonreír. Ella río y vi que sus amigas la miraban haciéndole señas como para que venga a hablarme. ¡¿Qué haría si vendría a hablarme?! ¡¿Qué diría?! Me puse nervioso y luego afirmé dentro de mi “soy un boludo, esta piba no va a venir nunca a hablarme, yo tengo que ir” Así que empecé a caminar, todavía no sabia que iba a decir. Cuando quise darme cuenta estaba ahí, en frente de ella, me estaba mirando con sus enormes ojos marrones.

-Hola- Dije con una media sonrisa.

-Hola- Dijo la chica riéndose. Su voz era hermosa.

-¿Como te llamás?

-Chiara- Dijo tiernamente.

-Que lindo nombre- Dije, nunca había oído ese nombre, Chiara, era raro, me gustaba.

-Que chamuyero. –Me dice con cara de confianzuda.

-No, nada que ver. Es que nunca escuché ese nombre. Es original y dulce. –Defendí.

-Ah, sí, es raro –Me dijo ríendose y continuó -¿Vos cómo te llamás?

-Gabriel.

Así estuvimos toda la noche charlando, bailando y riendo. Hace tanto que no la pasaba tan bien. Todo el tema de mis abuelos se había aclarado. Estaba feliz, estaba enamorado. La única cagada era tener que convivir con mis padres pero, al menos, antes de que mis abuelos fallecieran, los habían enviado a un curso llamado “cómo ser buenos padres”. Es ridículo pero, al parecer, había funcionado un poco, ya que ambos me pidieron “perdón”. Sin embargo, yo aún seguía un poco resentido, pero acepté su disculpa.

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