Capítulo 13

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"¿Sabes? Cuando se está tremendamente triste, se aman las puestas de sol." 

(Antoine de Saint-Exupéry)


Camden bajó del autobús, miró al cielo que estaba teñido de tonos anaranjados y esbozó una media sonrisa de alivio. Cada vez era más difícil fingir que estaba bien. Y, cuanto más rodeado de personas estuviera y mayor el tiempo, más horas necesitaba de eso. Soledad. Lejanía. Silencio. Paz, mucha paz.

No había sido una decisión consciente. En un momento determinado, rodeado de personas en medio de una fiesta, había sentido que iba a explotar. Gritaría, destruiría todo a su alrededor, lloraría.

Huir.

Esa era el único pensamiento que se había presentado en su cabeza. Huir. Necesitaba marcharse lejos. O, al menos, lo lejos que pudiera permitirse un adolescente de diecisiete años que depende por absoluto de sus padres.

Caminó sin rumbo por varios minutos. Aquellos minutos se convirtieron en dos horas en las que perdió la noción de todo. Del mundo que lo rodeaba. Perdió la noción de sí mismo y fue un alivio.

Así que lo tomó como costumbre. Cuando era demasiado, en el momento en que se estaba convirtiendo en una carga demasiado pesada, inventaba una excusa o se escabullía en silencio. Solo. Siempre, únicamente él.

Era lo mejor, después de todo. Podía reunir valor para afrontar un día más con una sonrisa, falsa ciertamente, pero una sonrisa al fin. Y no importaba lo mucho que tratara de dejarlo estar de una buena vez, cuando menos lo esperaba, volvía aquella oscuridad y él debía luchar para mantenerse en pie.

Las pesadillas, había aprendido, ya no se limitaban a la noche mientras dormía. Ahora, podían manifestarse incluso a plena luz del día, rodeado de personas. Era, irónicamente y en verdad, una pesadilla que no parecía tener fin.

Encontró un parque medio abandonado cerca y se sentó a contemplar el atardecer. La noche estaba cayendo rápidamente y sabía que era hora de volver a casa. Esta vez, había decidido salir de la ciudad. Y no era la primera vez que se le ocurría hacerlo. De hecho, así había encontrado varios lugares y había recorrido las afueras de la ciudad que poco o nada había encontrado interesantes antes.

El primer lugar que había servido de refugio, en aquella ocasión que huyó en medio de la fiesta, había sido una biblioteca. Estaban por cerrar, le informaron, sin embargo dejaron que pasara, tomara un libro y se sentara frente a uno de los ventanales que daban a un jardín pequeño y bien cuidado. Se sorprendió de lo tranquilo que se sentía. Había pensado que el silencio lo empeoraría todo, que las pesadillas serían más fuertes si estaba solo y sin ruido alrededor. Qué equivocado había estado.

Aferrado al libro, cerró los ojos y respiró hondo. Los abrió y, por primera vez desde hacía semanas, pudo leer más de dos capítulos que tuvieran sentido. Logró volver a sentir aquella emoción de encerrarse en un mundo diferente del propio, de olvidarse de todo.

Una biblioteca, un jardín, los parques, las afueras de la ciudad, se estaban convirtiendo rápidamente en sus lugares favoritos. Y, cuando no podía o no quería alejarse demasiado de casa, el jardín de la mansión también ayudaba. Ahí respiraba con normalidad, aunque trataba de evitar el lugar que compartía con Alina.

Alina... hacía un par de días que no hablaban. No realmente, al menos. No de la manera en que ellos siempre habían hablado.

Sacudió la cabeza, alejando a Alina de su mente. Se incorporó, fue a la parada del autobús y esperó hasta que tuvo oportunidad de realizar el trayecto de regreso a casa, cuando ya estaba entrada la noche.

Infinitamente - Primera Parte (Sforza #7)Onde histórias criam vida. Descubra agora