—¿A dónde me llevas? —le preguntó ella en respuesta, mientras se incorporaba y miraba por una de las ventanillas intentando, inútilmente, averiguarlo por sí misma.

En ese instante se deslizaban a toda velocidad por un abrupto desfiladero que, a pesar de la sensación de vértigo que provocaba la búsqueda de su base, no era más que el peldaño más bajo de una escalinata de montañas de laderas empinadas y zigzagueantes valles verdes.

—Si la lluvia nos lo permite, a un pequeño consultorio médico en una aldea llamada Zhari Markar —la informó Alexander—. ¿Te sientes mejor?

Ella frunció el ceño y pegó la nariz a la ventanilla: no llovía, pero eran evidentes los estragos que fuertes lluvias habían causado en la zona, en la que aún se mantenían algunas áreas inundadas. Pequeñas e improvisadas cascadas drenaban el exceso de agua de las cumbres y repiqueteaban de tanto en tanto en el techo. ¿Se referiría él a eso?

El griego se aclaró la garganta y aceleró un poco más, levantando salpicones de barro alrededor del coche.

—Necesitas un médico—sentenció en tono paternal—. Intenté reanimarte varias veces, pero me resultó imposible. Tenía miedo de hacerte daño si seguía intentándolo. Si no te importa, me quedaría mucho más tranquilo si dejaras que mi amigo, el doctor Memet, te echara un vistazo.

—Gracias, pero, ya estoy bien... Y... Yo... Yo... No puedo ir a ninguna parte —se apresuró a advertirle Luna —: porque tengo una cita muy importante.

La joven esquivó la mirada del guía en el espejo. Le era imposible ordenar sus pensamientos y esos ojos, grises y escrutiñadores, la hacían sentirse transparente. No quería ser desagradable, pero tampoco estaba dispuesta a perder el tiempo. Y aquel hombre la intimidaba demasiado como para poder explicárselo con naturalidad.

Yo soy tu contacto—anunció Alexander, con voz temblorosa, estudiando su reacción en su reflejo—. No te lo dije porque ignoraba que tu vuelo se había adelantado, aunque eso no me justifica: ayer no te pregunté tu nombre, tampoco lo busqué en el registro del hotel.

A Luna no le pilló de sorpresa que él fuera el tipo que su padre había escogido para escoltarla por las montañas, de hecho, esperaba que, de no serlo, fuera algún amigo o pariente suyo, o de la Sra. Phritika. Lo que no entendía muy bien era por qué alguien de la relevancia y situación económica de Alexander Blake se prestaría a hacer de niñero para ella.

—No tienes por qué disculparte: Anjay me puso al corriente de tu relación con la familia de la Sra. Phritika y de todo lo que ocurre en el hotel; olvidaste mencionar que Axel el loco es un personaje de cómic—le restó importancia ella, intentando, sin demasiado éxito, controlar unas incipientes náuseas.

—¿Anjay? ¿Qué te ha contado exactamente ese mocoso? —inquirió el griego, temiéndose malas noticias.

—Me dijo que te admira, que eres como uno más de su familia, que en el hotel soléis acoger a personajes ilustres, que pretenden pasar desapercibidos en la zona, y que, para evitar problemas, usáis pseudónimos para ellos e intentáis no llamar a nadie por su nombre delante de los otros huéspedes. También me contó que la prensa te persigue en Europa y que por eso te gusta tanto Srinagar. Que mi nombre aquí es Shashi. Que si me casara con él no podría llamarle por su nombre de pila, para mostrarle respeto, y que tuvo una novia llamada Cisne, que parecía una gallina —admitió ella, en tono burlón —. ¿Ha obviado algo importante?

Alexander puso cara de cordero degollado y negó con la cabeza.

—¿Cómo empezó esa conversación? —inquirió con una risilla nerviosa.

—Creo que fue cuando me preguntó si Luna era mi verdadero nombre... O, tal vez, cuando, para eludir a un posible periodista, casi pone patas arriba el ricksaw. No estoy muy segura. Creo que tocaba la bocina cada diez segundos; tenía que adivinar la mitad de lo que me decía.

RASSEN IWhere stories live. Discover now