CAP.13

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        En la pensión más modesta de Bruma, a la que había acudido buscando anonimato y tiempo para reflexionar, Leander Blake pasó la mitad de la noche llorando con el anillo de compromiso (que no pudo entregarle a su amada Iris), aferrado en la mano, y la otra mitad ebrio, esperando a que Shaya, su escurridizo amigo y guardaespaldas, apareciera.

Al amanecer, el antiguo campeón de kushti se coló en su habitación sin previo aviso y utilizando alguna de sus triquiñuelas de gato callejero. Encontró a su protegido sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, frente a la tele apagada y rodeado de latas de cerveza barata vacías. Su aspecto era deplorable, al igual que el estado de la habitación; mucho más que caótico. Y así se lo hizo ver:

—Das pena y asco a partes iguales. ¿Piensas enfrentarte a tus problemas convirtiéndote en un pusilánime alcohólico? — le gruñó, levantando de un tirón la persiana de la única ventana del cuarto.

—¡Todo ha sido por mi culpa! ¡Debí suponer que algo así ocurriría! ¡Y ahora ella está muerta! ¡Mi amor! ¡Mi vida! ¡Mi niña! ¡Muerta! No tienes ni la menor idea de cómo me siento —se defendió Leander con voz pastosa, llevándose las manos a los ojos hinchados para evitar enfrentarlos a la luz del día —. ¡Ni siquiera he podido hablar con mi hermano Alexander para encontrar un poco de consuelo!

Shaya tomó aire y miró al griego con fijeza. Lo hizo del mismo modo en el que un microbiólogo analizaría la anatomía de algo invisible al ojo humano, a través de un microscopio. Por un momento, desaparecieron las bolsas oscuras bajo sus ojos rasgados, perfectamente delineados por sus largas y negras pestañas. Tenía la mandíbula tan apretada, que le marcaba unos hoyuelos inexistentes bajo los pómulos. Su expresión se tornó compasiva, pero su empatía duró lo mismo que aquel fugaz cruce de miradas.

—Sabes que Alex debe regresar a la India y que no lo hará si se entera de lo que ha pasado—descartó—. Tú deberías acompañarle: la Guardia Civil quería interrogaros a ti y a Electra. Gracias al cielo, la H1, (nuestra sección favorita de Interpol) ha prometido hacerse cargo del asunto, con la condición de que desaparezcas por un tiempo. ¿Por qué demonios tenías que ir al depósito de cadáveres? ¡No sabes lo cabreados que estaban!

Indignado, Leander arrojó una de las latas vacías a la cabeza de su protector. Como esperaba, Shaya la esquivó sin el menor esfuerzo.

—Solo quería asegurarme de que era ella —balbuceó—. ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que suceder ahora? Justo cuando estábamos a punto de emprender una vida en común. ¿Por qué ella? ¿Por qué no yo? ¡Dímelo, Shaya! ¡Sé que lo sabes!

El indio entrecerró sus astutos ojos negros, apartó a patadas algunas latas, y se sentó en el suelo frente a él. Era su amigo, era casi de la familia, pero también era su guardaespaldas, algo que había olvidado cuándo él le había pedido intimidad para estar a solas con Iris. Si había un culpable de aquella desgracia, junto con Electra, era él mismo.

— Creí que podría controlar la situación... Si no te dije nada, fue porque, por primera vez en años, parecías feliz e ilusionado—confesó a medias.

Leander atravesó a su amigo con una mirada acusatoria.

—¿Estás tratando de decirme que sabías que Iris estaba en peligro y me lo ocultaste?

Shaya asintió de forma casi imperceptible.

—Los dos lo sabíamos, porque tus sospechas eran ciertas: ella no se acercó a Belmonte y a su novia por casualidad, ni fue la que conectó a ese bastardo con Electra. Esos dos ya se conocían de las juntas de accionistas de la constructora. Y eso no es todo: hace dos meses, Iris contrató a un detective privado. Lo hizo con ánimo de volver a reactivar la investigación sobre los asesinatos de sus padres y hermanos—advirtió.

RASSEN IWhere stories live. Discover now