CAP.40

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Lago Dal (Srinagar)

Luna no sabía en qué momento había logrado dormirse, pero sospechaba que debía rozar el alba; todo tipo de bichos con insomnio habían organizado una ruidosa fiesta alrededor del agua, incluyendo perros que aullaban como lobos. Había tenido innumerables pesadillas y sueños extraños, todos vinculados con el lago y las montañas. En algunos de ellos su objetivo besable desempeñaba diferentes roles: desde su dios del mar suicida, hasta el protagonista de una de las novelas rosa que Mina le hacía llegar al hospicio camufladas con sobrecubiertas de libros de arte. En circunstancias normales, eso le habría provocado ese vacío en el estómago y los sentimientos de culpa que la empujaban a hacer cosas que le hacían daño, para su propio asombro, en lo único que podía pensar era en salir afuera para admirar el paisaje.

Sentada en el borde de la cama, observó con detenimiento sus manos: en uno de sus sueños tenía tatuajes en las palmas y no había rastro ni de la cruz gamada, ni de las marcas de sus uñas.

—¿Cómo no se me ha ocurrido antes? —masculló.

Desde la pequeña terraza, admiró la exótica belleza del Dal. El lago, cobrizo bajo el sol de la mañana, estaba rodeado de hermosos jardines flotantes y poblado de lotos y nenúfares. Al fondo del paisaje líquido y esmeralda, los picos de las altas montañas y un puente bajo de madera enmarcaban un vasto horizonte, formado por edificios de colores terrosos y añiles, apiñados unos con otros como las uvas de un mismo racimo.

Miles de aromas se entremezclaban en el aire, la mayoría de ellos provenientes de la cantidad de comercios flotantes que habían invadido las aguas. Entre gritos y aspavientos, los vendedores ofertaban verduras, abalorios, ropas de lana, pashmina y shantush, azafrán, alfombras y miel, así como también ofrecían todo tipo de servicios, como cortes de pelo o limpieza de zapatos. Era difícil no sentirse lleno de vida al contemplar el bullicio de las conversaciones de compradores y vendedores, y el trasiego de las barcas. Un ritmo frenético que la incitó a cargarse de energía y a enfrentar la jornada con entusiasmo.

Al contrario de lo que esperaba, su excitación del día anterior no menguaba y eso era tan inusual como prometedor: empezaba a sentirse como un animal salvaje que había crecido en cautividad y que, de repente, se veía libre para explorar el mundo. ¿Se encontraría a sí misma mientras buscaba a su padre? Necesitaba averiguar quién era en realidad: ¿Sería la Luna de noble y confiable de Sor Constanza? ¿La medrosa y obediente de Martín? ¿La pazguata y comprensiva de Gabriel? ¿La enajenada y traumada de Clara? ¿La provocadora e hipócrita de Esteban? ¿Era la Luna víctima? ¿Era la Luna enferma? ¿La mojigata? ¿La prostituta? ¿Cuál de ellas había viajado a Srinagar?

En el porche, la Sra. Phritika se esforzaba por retener a Alexander, que parecía impaciente por abandonar el hotel. La mujercilla, por momentos ofuscada, por momentos divertida, daba gritos y sacudía los brazos alrededor de un enorme bulto y de los dos operarios que intentaban introducirlo en su hotel.

Nahi, nahi... ¡Nahi! —se resistía.

—Está usted asustando a los transportistas y no hay razón. Compréndalo, me siento responsable—intentó calmarla Alexander en inglés—; si hubiera llamado a un técnico, en lugar de intentar arreglarlo por mi cuenta, no hubiera tenido que comprar un telar nuevo.

En un momento de la discusión, en el que la mujer soltaba un largo soliloquio en hindi, él echó la cabeza hacia atrás en señal de derrota. Tenía los ojos cerrados y cuando los abrió la sorprendió a ella espiándole desde la terraza. Para su azoramiento y mortificación, le dedicó un guiño cómplice y una mueca pícara, provocando que ella corriera espantada hasta el espejo del tocador. Se quiso morir al comprobar que jamás había tenido peor apariencia; era como una de las macabras acuarelas de Marilyn Manson, o una de esas chicas fantasmales que aparecían en las pinturas de Christopher Shy. ¡A partir de esa misma noche sería disciplinada y se desmaquillaría a conciencia! Si no estaba demasiado cansada para hacerlo, claro...

RASSEN IWhere stories live. Discover now