Estás soñando

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El despertador sonó con un tono distinto al que usa, pero el aturdimiento era el usual al notar que una vez más no se encontraba en su maldito cuerpo. Dylan ya podía imaginar que cuando regresara le dolería el brazo porque Thomas no logra acostumbrarse a su cama y siempre se cae. Levantó su playera y miró el delgado y pálido torso de Thomas, desde que supo que los cambios no eran sueños se preguntaba si Thomas comía lo que debe comer una persona normal.

Para lo que traga de postres, debería tener más músculo o algo.

La puerta se abrió.

—De nuevo viendo tu barriga —se queja Sam —, ya es hora de levantarse, ¡no tardes!

Y tan rápido como apareció, el niño se fue cerrando la puerta de golpe. Dylan suspiró y se cambió para ponerse el uniforme, luego intentó peinarse un poco o por lo menos aplacar los mechones rubios que trataban de ponerse rebeldes. Al salir, su abuela y su hermano lo miraron frunciendo el ceño.

—¿Por qué traes el uniforme? —preguntó Sam.

—¿Eh? —frunció el ceño.

Cuando su abuela le explicó, tuvo que hacerse el que lo olvidó de repente, aunque tuvo ganas de darle un golpe a Thomas por no avisarle que algo así estaba cerca; le hubiera gustado tener un mejor contexto para evitar quedar como idiota.

Dejó el uniforme en su lugar antes de ponerse ropa cómoda. Según lo que dijo su abuela, el viaje que harían, básicamente les llevaría todo el día. Cada hermano llevaba una mochila con provisiones y lo que iban a necesitar.

—¿Por qué el altar de nuestro Dios está tan lejos? —se quejó Sam.

—Por Mayugoro, no tengo idea —respondió su abuela.

—¿Quién es Mayugoro? —preguntó en un susurro.

—¿Eh? Pero si es famoso —dice su hermano entre confundido y sorprendido.

Iban subiendo colinas, aunque al darse cuenta de que todo sería subir, Dylan decidió algo. Se quitó la mochila y se inclinó de espaldas a la abuela de Thomas.

—Abuela, te ayudo —le ofreció.

La anciana no lo dudó y subió a la espalda del rubio, no obstante, Dylan olvidó por unos instantes que Thomas no tiene demasiada fuerza, así que casi cae junto con la viejecita.

—¡Thomas, ten cuidado! —le dijo su hermano.

Retomó la compostura antes de seguir avanzando. Sam terminó por llevar las dos mochilas, mientras Dylan ya empezaba a sentir que sudaba, pero no se quejaba, estaba ayudando a la abuela de Thomas.

-—Thomas, Sam. ¿Saben lo que es "Musubi"?

—¿Musubi?

—Es como llamábamos al dios guardián local hace mucho tiempo. —dijo la abuela —Significa "unión". Esa palabra tiene un profundo significado. Entrelazar los hilos es una unión. Conectar con las personas es una unión, y el pasar del tiempo es un unión. Todo eso es parte del poder del dios. Los hilos que trenzados son un lazo con él, una parte del dios. Representan el paso del tiempo mismo. Se acomodan y toman forma, se enredan y se retuercen, a veces se desenredan, se rompen y se vuelven a conectar. Eso es una unión, eso es el tiempo.

Dylan estaba sorprendido, la forma de pensar de la familia de Thomas era increíble, en Tokio no retoman ninguna tradición de ese tipo. Mientras que aquí, la abuela habla con tanta seguridad, con ese no sé qué que te hacía querer hablar así de lo que crees y piensas.

Hay un momento en el que hacen una parada para comer un poco y beber, Dylan estaba sediento, así que agradeció que la anciana le diera una bebida antes que a Sam, aunque el niño claro que se quejaba. La abuela siguió explicando que incluso beber o comer era una unión, cuando algo se vuelve parte de alguien es una unión. Se une a su alma.

En eso radicaba la importancia de la ofrenda que hacían por costumbre. Conectaba a su dios con ellos.

Pasaron más horas, o por lo menos así lo sentía Dylan, hasta que estuvieron en lo que parecía una clase de cráter enorme pero lleno de vegetación, incluso con una clase de riachuelo que rodeaba una pequeña cuevita. Tuvo ganas de tener a la mano lápiz y papel para dibujar aquel bello paisaje. La anciana bajó de su espalda y comenzaron a descender.

—Más adelante está el más allá. —dijo la abuela cuando estuvieron por cruzar el riachuelo — Es el inframundo.

—¡Sí, el inframundo! —dijo Sam emocionado mientras saltaba por unas piedras para cruzar.

—Para volver a este mundo tienes dejar lo más importante para ti.

Dylan metió sus pies en el agua para seguir ayudando a la abuela de Thomas, no quería que se cayera en alguna roca o se resbalara.

—Como el kuchikamisake. —la abuela les entregó dos botellas que parecían de porcelana, tenían un lazo de hecho de hilos tejidos de color rojo para tapar la botella junto con con una pequeña tela blanca. Se veía elegante —Lo pondrás a los pies de la reliquia sagrada, después de todo lleva la mitad de ti.

La mitad de Thomas, pensó Dylan mientras sostenía la botella y la miraba atentamente.

Después terminar con su tradición, empezaron su camino de regreso, y para entonces el sol ya estaba descendiendo.

Sam avanzaba muy feliz, a Dylan también estaba feliz. El pequeño niño se acercó a la orilla del camino, los ojos le brillaban de la emoción.

—¡Ya es la hora mágica! —dijo.

—¿La hora mágica? —cuestionó Dylan.

Se acercó a dónde estaba, pero no estaba preparado para paisaje tan bello. El cielo era un juego de colores, no era ni de día ni de noche, el lago del pueblo reflejaba una luz mágica. Era como estar hipnotizado.

—Maravilloso —susurró

—Thomas —escuchó decir a la anciana, por lo que volteó —, Thomas. Estás soñando, ¿verdad?

Dylan no pudo hacer más que sorprenderse, porque lo siguiente que pasó fue que estaba en su cama sobresaltado...

Y con lágrimas cayendo por sus mejillas.

Your name (Dylmas)Where stories live. Discover now