La última oportunidad

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Thomas corría con lágrimas en los ojos. No pudo terminar de escribir su nombre, pero debía darse prisa, lamentablemente había empezado la cuenta regresiva.

Dylan. Dyl. Dyl. Todo estará bien, lo recuerdo, no lo olvidaré. Dylan. Dylan. ¡Tu nombre es Dylan!

El comenta ya se veía perfectamente en el cielo, justo arriba de Thomas y de todos el en festival de otoño. Pobre pueblo de Itomori, admirando la belleza de un fenómeno natural que destrozaría su hogar en un futuro muy próximo.

Thomas no tardó en llegar a la estación de electricidad donde se encontraría con Will. Parte de él se sentía agotado, la otra parte se sentía más vivo que nunca. Cuando una luz lo iluminó y escuchó un motor, se dió la vuelta. Ahí estaba su amigo, venía en una motocicleta con las cosas que necesitaban.

—¡Will! —exclamó mientras se acercaba a él.

—Thomas. ¿En dónde estabas? —pregunta mientras detiene el vehículo.

—Dice que lamenta perder tu bicicleta.

—¿Quién?

—¡Pues yo! —Thomas se señaló a sí mismo.

Will frunció el ceño.

—Tendrás que explicármelo después.

Ambos se dirigieron a la entrada de la estación de electricidad, Will traía un casco con luz y la encendió para ver bien y no cometer algún error; abrió la maleta que traía para sacar unas pinzas.

—Esa cosa se va a caer, ¿verdad? ¿En serio? —quiso rectificar antes de empezar con ésta locura.

—En serio —respondió con firmeza —. Lo vi con mis propios ojos.

—¿Qué? Diablos —sonrío de manera cómplice —. Entonces está decidido —colocó las pinzas en la cadena que mantiene cerrada las rejas de la estación —. Oficialmente somos criminales —y cortó la cadena.

Las cosas estaban sucediendo muy rápido, así debía ser si querían lograr su objetivo. Cuando todo estuvo listo en la estación, Thomas y Will subieron en la moto y llamaron a Rosa, quien ya estaba en su puesto.

—¿Qué? ¿En verdad tengo que hacerlo? —dijo la chica al otro lado de la línea.

—Cuando se vaya la luz en el pueblo, entrarán los generadores de emergencia —explicó Will, Thomas sostenía el celular para que su amigo pudiera conducir —. Cuando pase usa el equipo de transmisión.

Thomas ahora llevó el celular a su propio oído.

—No tengas miedo, Rosa. Y repite el mensaje cuantas veces puedas.

Will río debido a toda la adrenalina del momento.

—¡Tú puedes! —dijo, aunque levantaba un puño, no dejó de conducir la motocicleta.

—Demonios. Es hacerlo o morir —se quejó Rosa antes de colgar.

El par de chicos seguían avanzando rumbo al festival para asegurarse de que la gente evacuara una vez sonara la alarma.

—¿Crees que falte mucho? —preguntó Thomas respecto a los explosivos, cada segundo cuenta.

—¿Cómo voy a saber? —se quejó Will.

En ese momento sonó el estruendo. Will se detuvo y lograron ver a la distancia el humo y el fuego donde solía estar la estación de electricidad.

Las luces del pueblo se fueron apagando. Las de las lámparas, las de los puestos del festival, las de las casas, las del ayuntamiento, las de todo Itomori. Ahora la única luz con la que contaban era con la de las estrellas y la luna.

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