Eddard le contó que vio a Ser Jaime sentado en el trono cuando entró, pero Robert alegó que no tenía importancia. Robert perdonó al heredero de Roca Casterley y dejó que siguiera con su título de Guardia Real.

Un conflicto entre los amigos Eddard y Robert estalló cuando Lord Tywin le entregó los cuerpos sin vida de la princesa Elia y sus hijos pequeños, envueltos en capas de los Lannister.

-¡Esto es un asesinato, no eran más que bebés! –gritó Eddard.

-No veo bebés, solo huevos de dragón –fue la agria contestación de Robert.

Ni siquiera Jon Arryn volvió a unir a los dos amigos, por lo que cuando Eddard fue a por Lyanna, dejó atrás a Robert.

-Me la llevaré a Invernalia, Robert. Jamás te casarás con ella.

La furia que despertó en Robert fue demencial.

Tiró sillas, jarrones, muebles y estuvo tentado a matar a más de dos personas.

-Pues la iré a buscar y me la traeré de vuelta.

-Ni lo sueñes –con aquella contestación, Lord Eddard se marchó con Lord Howland Reed, Lord William Dustin, Lord Ethan Glover, Lord Martyn Cassel, Lord Theo Wul y Lord Mark Ryswell en busca de su hermana. A los demás los llevó de vuelta a Invernalia.

Largo fue el camino hasta Dorne, pero sin embargo, cuando llegaron, los mejores soldados del príncipe Rhaegar fueron a enfrentarse a él.

Eddard luchó junto a sus hombres mientras pensaba en su hermana. Al fin podría verla después de tantos años, al fin podría llevarla de vuelta a Invernalia, y al fin podría reprenderla por haber detonado aquella guerra.

Sin embargo, en un descuido del propio Eddard, el mejor de todos los presentes en el manejo de la espada, Ser Arthur Dayne, pudo acabar con la vida de Eddard de una tajada en el cuello. Sin embargo Lord Howland Reed protegió a su señor con su espada, que se quebró al contacto con la de Ser Arthur.

Eddard miró desde el suelo al hermano de la mujer por la que todavía sentía cierto amor.

Aquel joven era el más respetado por todos, incluso por el mismo Eddard, por lo que no fue él quien le dio muerte, sino Lord Howland.

Aquella última batalla fue tan encarnizada, que los últimos combatientes en pie fueron Lord Howland Reed y el propio Eddard.

-¿Estáis… bien… mi señor? –jadeó Lord Howland mientras intentaba recobrar el aire.

Eddard asintió. Estaba aún más exhausto que su vasallo.

Sin embargo, contuvo el aliento al escuchar algo que el sonido del acero chocando contra el acero le habían impedido oír. El llanto de un bebé.

Eddard corrió hacia la habitación donde se encontraba su hermana y abrió la puerta.

El olor de rosas invernales mezclado con sangre le quemó la nariz, pero no hizo el intento de tapársela, ya que estaba más absorto en lo que estaba viendo.

Su joven hermana de dieciséis años estaba tumbada en una cama, llena de sangre, sudando, intentando recobrar el aliento, con un bebé entre las piernas.

Eddard no hizo caso al niño y se sentó junto a su hermana.

Le cogió la mano y le acarició el rostro.

-Lyanna –susurró.

Esta posó sus ojos negros en él. Sonrió al verlo e intentó acariciarle la mano, pero le dolía el brazo.

El niño lloró más y más.

-Dámelo, Ned… -Lyanna soltó la mano de su hermano e hizo el intento de incorporarse para coger al bebé.

Lord Howland fue más rápido. Cortó el cordón que unía al recién nacido con el vientre de su madre y se lo puso entre las manos.

Esta lo miró maravillada. El niño estaba lleno de sangre y aún seguía con el color morado de los recién nacidos.

-Es un niño –susurró llena de emoción. Las lágrimas inundaron su rostro y, de repente, su expresión cambió. Miró a su hermano muerta de miedo-. Rhaegar… ha muerto.

Eddard no contestó.

-Ned, sé que lo que voy a pedirte es muy arriesgado, pero por favor… me muero –Eddard la calló dulcemente.

-No te vas a morir, te vas a poner bien. Te llevaré a Invernalia y…

-No, Ned, me estoy muriendo, y quiero que te hagas cargo de mi hijo.

Eddard miró al bebé que Lyanna aún acunaba entre sus brazos, sin creerse lo que le estaba pidiendo.

-Por favor, me han llegado noticias de que ahora el rey es Robert… este niño es el hijo de Rhaegar… el último –sollozó-. Por favor, llévatelo a Invernalia. Di que es tuyo. Aléjalo de Robert. Que nadie se entere de la verdadera identidad de mi hijo, por favor… Prométemelo, Ned.

Eddard miró al niño y pensó en qué dirían de él. En que pensaría su mujer. En qué pensaría su primogénito cuando le contara que había traído al mundo a un bastardo mientras peleaba por recuperar a su hermana, y lo más importante, pensó en el color de los ojos y el cabello de aquel niño.

Si mostraba cualquier rasgo Targaryen, tendría que matarlo.

-Te lo prometo –aceptó de todas maneras.

Lyanna sonrió y acarició el rostro de su hijo mientras pronunciaba su nombre.

-Jon…

Y así murió. Con el nombre de su hijo en los labios, al igual que había echo su amado.

Eddard miró el cuerpo sin vida de su hermana y después cogió al niño que no cesaba de llorar.

Lo alzó para verlo mejor. Aquella era la razón de la muerte de su hermana, y probablemente, del propio príncipe Rhaegar. No fue el mazo de Robert lo que le mató, sino la esperanza de ver crecer algún día a aquel niño junto a su hermana Lyanna.

-Mi señor, será mejor matarlo ahora antes de que Robert sepa que es un Targaryen.

Eddard miró a Lord Howland.

-¿Por qué he de matar a mi bastardo?

El Príncipe que Fue Prometido.Where stories live. Discover now