Capítulo 14.

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Las noticias que Ser Jaremy le trajo al rey no le gustaron ni lo más mínimo.

-¡Matadlo, quemadlo, ahogadlo, haced lo que queráis con él pero traedme su cabeza! -chilló mientras intentaba darle una patada al Trono de Hierro.

Lord Robert Baratheon había ido a Invernalia buscándo el apoyo de Lord Eddard Stark. Ya había conseguido el de Lord Jon Arryn, y se encaminaba con un ejército mucho mayor al del mismísimo rey para aplastar a Rhaegar por su osadía.

A pesar del tiempo pasado, nadie supo jamás por qué el príncipe secuestró a Lady Lyanna Stark.

Para todos era un misterio, y no era menos para Ser Jaime Lannister.

Presenció la escena del ataque de ira del rey mientras pensaba en qué haría Robert Baratheon cuando traspasara la Fortaleza Roja reclamando a gritos la cabeza de Rhaegar Targaryen.

Probablemente lo mandaría matar, pero ¿quién cumpliría sus órdenes?

Contados eran los que seguían fieles al rey, y Ser Jaime no era uno de ellos.

Después de la masacre de los Stark, había echado por tierra toda la lealtad que le debía al rey. Tan solo quería ver su cabeza colgada de una pica, adornando los muros de Desembarco del Rey.

Su padre le había escrito sin que nadie más se enterase. Ni siquiera llegó a oídos del rey.

Lord Tywin Lannister, señor de Roca Casterley, al enterarse de lo ocurrido con los Stark, dio por sentado la enfermedad mental del rey, y planeaba traicionarlo, pero para eso, su hijo Ser Jaime tenía que convencer al rey de abrirle las puertas, Ser Jaime y el maestre Pycelle, que parecía estar de parte de los leones dorados de Roca Casterley, lo contrario que Varys, el gordo eunuco que se había empeñado en llevar a la princesa Rhaenys y la reina Rhaella a Rocadragón para protegerlas de la crueldad del venado, el lobo huargo y el águila que avanzaban desde el norte.

Poco hacía que las revueltas en Desembarco del Rey estaban a la orden del día.

Todos los campesinos sabían de la inevitable guerra que estaba apunto de estallar a las puertas de la ciudad.

El rey mandó a su Mano, Lord Owen Merryweather, que contuviera las revueltas. Este se vio incapaz. Eran demasiados, y el estúpido rey no quería prescindir de su Guardia Real ni tan siquiera para meter en cintura a sus aldeanos.

El rey se vio obligado a reemplazarlo, y, en su lugar, la insignia de la Mano del Rey ahora la portaba Jon Connington, uno de los amigos más allegados al príncipe.

El rey se sentía a salvo junto a él. Pensó que la lealtad y el respeto que Jon sentía por el príncipe impedían al joven caballero levantar la mano contra él.

Sin embargo, el rey no hizo ademán de buscar a sus enemigos hasta que llegó un campesino jurando haber visto con sus propios ojos a Lord Robert esconderse en una de las casas de Desembarco del Rey.

-Jon, ya que sois mi mano, iréis casa por casa en busca de Robert Baratheon. Quiero que me lo traigáis vivo -Jon Connington asintió. El rey se volvió hacia el campesino-. Si mentís, correréis la misma suerte que Lord Rickard Stark.

El campesino bajó la cabeza, pero no se marchó.

Jon llamó a todos sus soldados y marcharon en busca de Robert.

En cuanto las puertas del Salón del Trono se abrieron, las campanas del Septon de Piedra sonaron. Desembarco del Rey retumbó.

Jon advirtió que algo iba mal, sin embargo, era su deber encontrar a Robert Baratheon.

Pasó casa por casa, donde los campesinos juraban no saber dónde se hallaba el señor de Bastión de Tormentas.

Mientras seguían a lomos de sus caballos, en busca de otra casa que registrar, escucharon jaleo. Mucha jaleo. Gritos de guerra. Giraron sus caballos para ver a los blasones de los Stark y los Tully, junto con las cacerolas, los rastrillos y demás artilugios rudimentarios del pueblo llano.

Los rebeldes lo atacaban.

Jon respondió al ataque como mejor sabía, peleando. Se defendió a base de estocadas con su afilada espada, pero su caballo se asustó debido a las antorchas que los rebeldes habían encendido, y la Mano del Rey calló de espaldas.

Se levantó dificultosamente para encararse a Lord Hoster Tully.

Ambos adversarios lucharon con bravura, pero fue Jon Connington el ganador de aquel encuentro.

Lord Hoster quedó tumbado, con una profunda herida en el pecho.

Jon no quería herirle. Lord Hoster era un hombre valiente y fuerte, y Jon lo admiraba.

Jon miró a todos lados y vio lo que estaba sucediendo con más claridad. Vio la masacre que estaba teniendo lugar.

Se abrió paso hasta su caballo para marcharse de allí junto a sus soldados, pero Denys Arryn se lo impidió.

Lucharon ferozmente hasta que Jon le dio muerte a Denys de una estocada en el corazón.

La sangre del heredero de Jon Arryn manó por su boca sin control.

Era hora de marcharse de allí.

-¡RETIRADA! -chilló lo más alto que pudo. Ni siquiera se preocupó de buscar su caballo esta vez.

Corrió sin descanso hasta las escaleras del septo, donde alguien lo derribó. Giró sobre sí mismo para verlo. A él. Al más temido por el rey Aerys. A Lord Robert Baratheon, el venado sediento de sangre.

En su mano, un mazo de dimensiones desproporcionadas amenazaba con abrirle la cabeza como si fuera un melón.

Jon cogió su espada y ambos pelearon hasta que Jon cayó exhausto.

Robert alzó el mazo y uno de los soldados de Jon lo derribó de una patada en el pecho.

-¡Mi señor, aprisa! -el soldado de hierro le tendió la mano y Jon la cogió sin vacilar.

Montados en aquel caballo, marcharon hacia la seguridad de la Fortaleza Roja.

El Príncipe que Fue Prometido.Where stories live. Discover now