Capítulo 8.

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La noticia del secuestro de su hermana se había extendido como la peste.

Por cada posada en la que entraba, Brandon siempre escuchaba nuevas versiones de la desaparición de Lyanna.

Muchos decían que el príncipe la secuestró mientras Lyanna paseaba a las orillas de la Bahía de los Náufragos, en plena noche, y que el príncipe se la llevó en su barco sin bandera, para no ser descubierto. Otros que Robert y él lucharon fieramente, ganando el príncipe, y llevándose consigo a Lyanna, y otros, que Lyanna se había marchado por su propio pie, ya que estaba enamorada del príncipe dragón.

Cuando escuchó aquello, a Brandon se le quitaron las ganas de comer y salió fuera de la posada para respirar.

Llevaba tres días cabalgando sin descanso hacia Desembarco del Rey, donde él mismo mataría al príncipe por haber mancillado el honor de su hermana y el de su Casa.

No fue hasta el quinto día cuando Brandon pudo atravesar las puertas de la Fortaleza Roja.

Allí, delante de las puertas, los vigilantes lo miraban curiosos.

Tenía una multitud de caballeros tras él que su padre le había enviado para ir a por su hermana.

Intentó llevar cuervos a Lord Robert para que se le uniera, pero Robert tenía otros planes en mente. Planes que todo el mundo, excepto sus hermanos, desconocían.

Las puertas de la Fortaleza no se movieron ni un centímetro, por lo que Brandon decidió gritar para ser escuchado.

-¡Rhaegar, sal a morir!

La reacción fue inmediata.

Murmullos se levantaron entre la multitud y las puertas de la Fortaleza se abrieron.

Brandon miró hacia atrás, echando en falta a Ser Rodrick. Para su desgracia, lo había obligado a volver a Invernalia para proteger a su señor padre y sus hermanos, por si al príncipe Rhaegar se le ocurría mandar a algún ejército para acabar con los Stark.

Brandon entró al galope en la Fortaleza Roja, seguido de sus caballeros.

-¡Rhaegar, ven aquí ahora mismo y muere como un hombre! -volvió a gritar.

Los únicos que le hicieron caso fueron los campesinos, quienes lo miraban asombrados.

Brandon descabalgó y se internó en el Salón del Trono, aún con sus caballeros tras él.

El rey Aerys estaba sentado en su Trono de Hierro, con su mujer y hermana a la vez, la reina Rhaella, a su lado. La reina era hermosa, sin duda, y su barriga no dejaba duda alguna. Estaba apunto de dar a luz. A su lado, Viserys, su hijo pequeño, veía con ojos inocentes el espectáculo que estaba apunto de suceder.

-¿Cómo osáis a venir hasta mi castillo y a amenazar a mi hijo? -rugió el rey levantándose del trono. Al parecer, él sí lo había escuchado.

-¿¡Y cómo osa su hijo secuestrar a mi hermana!? -contraatacó un Brandon cegado por la ira.

-¡Esto es un ultraje! -el grito del rey hizo que su hijo pequeño se tapara los oídos. Su madre acunó su cabeza entre su regazo, mientras miraba impasible el rostro de Brandon-. ¡Guardias, matadlos¡ ¡Matadlos a todos!

La Guardia Real desenvainó sus espadas, al igual que los caballeros de los Stark.

-¡Majestad! -una voz se hizo sonar entre la multitud. Brandon reconocía aquella voz de las pocas veces que había tratado con él en Harrenhal.

Aquel joven quinceañero de cabellos rubios y ojos esmeraldas se postró ante el rey y se levantó sin dejar de mirarlo.

-No creo que sea buena idea matarlo, Alteza. Los Stark atacarían Desembarco del Rey...

-Y nosotros les venceríamos -le interrumpió el rey.

-Si vienen solo los Stark, sí, pero si Lord Robert Baratheon decide unirse a los Stark... no creo que podamos resistir mucho tiempo.

El rey Aerys miró a Ser Jaime Lannister con expresión de disgusto, y para después mirar a su prisionero.

-¡Que los Otros os lleven, Ser Jaime! -refunfuñó-. ¡Guardias! -volvió a gritar-. ¡Encerradlo en las mazmorras!

Dos caballeros de la Guardia Real agarraron a Brandon Stark para obedecer las órdenes de su Majestad.

-Alteza, ¿qué hacemos con los demás?

El rey los miró de uno en uno con expresión de repugnancia.

-Matadlos.

El sonido del acero contra el acero horrorizó a Jaime Lannister.

Se volvió rápidamente hacia su rey.

-Alteza, no creo que...

-¿Es que vos también queréis morir, Ser Jaime?, ¡porque os juro por los dioses que no me importaría llevarle vuestra preciosa cabeza a Lord Tywin de Roca Casterley, envuelta en un trapo!

Jaime Lannister se mordió la lengua. Sabía que las acusaciones de Brandon Stark estaban fuera de lugar, pero, ¿acaso él habría echo menos si se hubiera enterado que el príncipe Rhaegar había secuestrado a su querida hermana Cersei? No, Jaime no se habría molestado en gritar su presencia por toda la Fortaleza Roja, él habría ido directamente a por el príncipe y lo habría matado allí mismo. El problema era que el príncipe no estaba allí, sino en Dorne, y no con su señora esposa y sus hijos, ya que la princesa Elia estaba sentada a la izquierda del rey Aerys, con su hijo Aegon en brazos, y la princesa Rhaenys se dirigía hacia sus habitaciones junto con su tío, Viserys, y una doncella. Sus madres no querían que presenciaran aquello.

Ser Jaime ni siquiera quiso ver la carnicería que estaba teniendo lugar allí mismo, delante de todos, por lo que dio media vuelta y se marchó junto a los Guardias que no habían tomado partido de la matanza de los Stark.

Mientras tanto, Brandon era arrastrado hacia el interior de las mazmorras, con una venda en los ojos, para no ver cual era el camino.

Una vez allí, sus carceleros le quitaron la venda de los ojos y lo empujaron dentro.

Brandon parpadeó varias veces, pero no conseguía acostumbrarse a la oscuridad.

Palpó con las manos la rugosa pared y se sentó allí, esperando a morir, agradeciéndole a los dioses haberle obligado a Ser Rodrick a volver a Invernalia.

El Príncipe que Fue Prometido.Where stories live. Discover now