Capítulo 2.

997 40 5
                                    

Un mes. Ese fue el tiempo que pasó desde la última vez que vio a su joven prometido. Tres días después del banquete, los señores Tully y Baratheon, muy a su pesar, tuvieron que partir, cada uno para su fortaleza, llevándose consigo a toda su familia. Aquel día se volverían a ver, ya que Robert Baratheon había decidido acudir al Torneo de Harrenhal.

Lady Lyanna había vestido con unas ropas muy ligeras para ir a Harrenhal, ya que en el sur hacía mucho calor.

Un vestido marrón, de tela fina y ligera, había sido lo que había escogido para llevarse a Harrenhal, aunque, por supuesto, hasta que dejaran atrás las tierras del norte, Lyanna llevaba sobre sus hombros un abrigo negro de gatosombra. Sin embargo, no era lo único que tenía. Un pequeño baúl lleno de vestidos la acompañaría en su viaje.

Cuando estuvo apunto para marcharse, la Vieja Tata, una anciana que la había criado cuando su querida madre murió, fue a su habitación para despedirse de ella.

-Mi señora, quería deciros que... -la Vieja Tata enmudeció.

Lyanna, quien estaba dándole los últimos retoques a su pelo negro y rizado, se volvió para mirarla.

-¿Ocurre algo malo?

-No... Bueno, depende de cómo lo interpretéis, mi señora.

-¿De qué se trata?

-Es... de vuestro viaje a Harrenhal... no creo que... debáis ir.

-¿Por qué? -quiso saber Lyanna. Se estaba empezando a preocupar.

-Un sueño turbio tuve la anterior noche, mi señora, un sueño donde los dragones se extinguían, donde el venado se coronaba rey, donde los rubíes caían esparcidos por el Tridente, y donde vos fallecíais en vuestro lecho de sangre.

Se acercó hasta la anciana, que miró el suelo de la habitación.

Lyanna enmudeció.

-Son... solo sueños, Vieja Tata, no tenéis por qué preocuparos.

-Sí... supongo que tenéis razón, Lady Lyanna. Siento haberos importunado.

La Vieja Tata salió de la habitación tan rápido como había entrado, dejando a Lyanna enormemente confundida.

No tuvo tiempo de pensar en lo que le acababa de contar la Vieja Tata, ya que su hermano la urgió para ponerse rumbo a Harrenhal.

Su padre, Lord Rickard Stark, no asistiría al torneo, ya que, según su parecer, siempre debía haber un Stark en Invernalia, y puesto que los años ya le pasaban factura, el que hubiera sido Rey en el Norte decidió quedarse tras los muros de su fortaleza.

Aquel mismo día, la Vieja Tata le había contado a su señor aquel sueño tan extraño que había tenido, pero Lord Rickard le quitó importancia diciendo que los dioses amaban demasiado a su hija como para permitir que muriera.

La Vieja Tata había guardado silencio tras la respuesta de su señor.

Aquella despedida fue dolorosa para Lord Rickard Stark, ya que no volvería a ver a su hija en largo tiempo. La besó mil veces en las mejillas y la frente, y la abrazó tan fuerte como le fue posible.

Lyanna le devolvió los besos y los abrazos, intentando contener las lágrimas, pero sin apenas conseguirlo.

Mientras Lyanna montaba en su hermosa yegua, a la que había puesto el mismo nombre que su querida madre, Lady Eileen, se despidió de sus sirvientas con un asentimiento de cabeza.

La Vieja Tata la miró con ojos penetrantes y con la angustia reflejada en el rostro.

-Recordad lo que vuestro padre os ha dicho, Lady Lyanna, los dioses os aman, pero no os equivoquéis como lo ha echo vuestro señor padre al decir que por ello os mantendrán viva, pues los dioses cogen a aquello que aman y lo hacen suyo.

El Príncipe que Fue Prometido.Where stories live. Discover now