El templo del agua

390 42 2
                                    

Después de caminar bastante más tiempo, llegamos a una laguna cubierta por una delicada capa de niebla. El agua estaba tranquila y lo único que parecía moverse eran las copas de los árboles que lo rodeaban. No parecía un lugar donde habitaban criaturas mortales y donde varios habían perdido la vida anteriormente.

Me acerqué hasta la orilla donde la tierra se mezclaba con el agua y vi mi reflejo sobre el espejo de agua. No se escuchaba un solo ruido.

Era todo muy tranquilo...

... sospechosamente tranquilo.

Poco a poco mi imagen se fue desvaneciendo y pude ver levemente la silueta de un rostro pálido bajo el agua. Tenía ojos grandes, aunque estaba lejos de la superficie, podía ver eran amarillos.

—Si fuera tú me alejaría un poco —me advirtió Robin.

Lo obedecí por precaución.

El arquero dirigió su vista hacia Rick y entre ambos sostuvieron una plática con la mirada. Entonces Rick sacó de su bolsillo una campanilla de metal, tan pequeña como un pulgar y comenzó a agitarla suavemente con su mano derecha.

La campanita hizo un débil y constante cling, casi tan agudo como imperceptible. Solo me provocó unas pequeñas cosquillas en los oídos y después se detuvo.

Pero al parecer para las sirenas no era tan leve.

La tierra bajo mis pies se removió y el agua del lago se volvió turbia. Algo estaba sucediendo.

Entonces salieron.

Comenzaron a salir las criaturas del agua y saltaban hacia la superficie mientras chillaban horriblemente, como si una enorme parvada de cuervos atacara mis oídos.

Los gritos de las sirenas denotaban furia. La campana, esa cosa tan pequeñita, las había molestado terriblemente.

—Descuiden, no pueden hacernos daño estando en tierra —nos tranquilizó Robin.

No contaba con que una de ellas saltara desde la orilla y se abalazara sobre Rick —que era quien estaba más cerca—. La criatura se adhirió a él y comenzó a arañarlo. Rick luchó por quitársela de encima golpeándola en el rostro y las costillas. Finalmente la arpía cedió y regresó malherida a su habitad.

—¿Te encuentras bien? —se acercó preocupado Robin.

Rick se miró el brazo, estaba lleno de zarpazos y rasguños pero ninguno a profundidad.

—No me pasó nada. No hagas escándalo —gruñó.

El arquero reviso las heridas y se cercioró de que dijera la verdad. En ocasiones Robin podía ser muy orgulloso y evitar mostrarse débil aunque en verdad lo estuviera. Eso me recordaba mucho a Sheld...

—Debes tener más cuidado —Rick le miró mal, entonces Robin se detuvo y lo dejó libre.

Robin se acercó a nosotros y nos entregó a cada uno una campana similar.

—Tomen, esto hace una frecuencia muy alta que espanta a las sirenas —explicó—. Pero usenla sólo cuando sea necesario, las vuelve un poco... Violentas.

Tomé la mía y todos hicieron lo mismo.

No parecía tener nada de especial pero algo que aprendías con la magia era a no juzgar nada por como se ve.

—Hagan lo que yo —nos indicó Rick.

El chico caminó hacia el lago lentamente hasta adentrarse en el. Nadó un poco para quedar en una parte profunda y comenzó a flotar boca arriba, como si estuviera disfrutando de un día en la piscina.

Las sirenas se acercaron y nadaron en círculos a su alrededor. Esto se veía muy mal.

De un momento al otro su cuerpo se hundió en el agua y desapareció dentro del lago.

—¡Por dios, se lo llevaron! —gritó Evie.

—Tranquilizate, él está bien —se rió Robin.

Después él hizo lo mismo que su amigo y su cuerpo se perdió bajo el agua.

—¡Oh no! ¡Yo no haré eso! ¡Por ningún motivo! —gritó Evie aún alarmada por lo que acababan de ver sus ojos.

Comprendía su temor. No todos los días te ofrendabas como la cena para un montón de peces humanoides, era inconcebible.

Pero si era por Sheld, entonces tenía que hacerlo.

Reuní todo el valor que pude y no lo pensé más, solo caminé hasta el lago y seguí a fé ciega.

El agua estaba helada. Me dieron ganas de dar media vuelta y olvidarme de todo pero no podía hacer eso.

«Tengo que recuperarlo no importa si una sirena me cena, debo intentarlo» pensé.

Antes de imaginarlo, ya estaba en medio del lago. No sentía nada bajo mis pies más que el profundo frío que los acobijaba. Traté de regularizar mi respiración, debía estar tranquilo. No tendría miedo...

Una fuerza extraña me tiró de la cintura y me llevó hasta la profundidad. Entonces sentí miedo, al abrir los ojos y ver como la luz de la superficie se desvanecía, al sentir el cosquilleo que esa fuerza invisible me provocaba en la piel, al pensar en que posiblemente nunca volvería a respirar...

Todo se volvió oscuro por unos instantes. Momentos en los que parecía flotar en la nada.

Poco a poco un luz se acercaba a mí, la fuerza ahora se invertía y me empujaba hacia arriba. Estaba subiendo.

Llegué hasta la superficie y tomé aire desesperado. Tragué un poco de agua en el acto pero no me importó. Estaba vivo, era lo primordial.

Recuperado el aliento, traté de buscar a mis amigos en la orilla.

¡Pero la orilla ya no estaba!

Todo era muy extraño, el sol brillaba intensamente sobre mi cabeza. Había olas que me removían en un Vaivén ajetreante ¿Desde cuándo había olas en un lago? ¿Y desde cuándo se volvió tan grande? No había señal alguna de un fin, solo agua, agua y más agua.

¿Donde estaba?

Busqué algún indicio, cualquier cosa pero a mí alrededor solo había un océano interminable.

¿Y ahora que haría?

Seguramente se trataba de la ilusión que Robin nos explicó hacen las sirenas.

—Un océano ¿Acaso este es mi gran deseo? —me dije.

No, esto debía ser otra cosa. No puede ser que mi gran anhelo sean nada más que millones de galones de agua.

—¡Carlos!

Una voz me llamó. Debía provenir de algún lugar cercano, pero no había nada por ningún sitio.

Las piernas comenzaban a dolerme por tanto aletear y se me agotaban las energías. Debía pensar algo rápido.

Entonces apareció. Tras una ola, logré ver una balsa pequeña y muy rudimentaria, hecha con unos cuantos materiales pero capaz de mantenerse a flote sobre ese intenso mar.

Sin pensarlo más nadé hasta ella.

Aunque di varias brazadas, me acerqué poco. La balsa aún estaba lejos.

Seguí nadando y, entre tanto, alguien más gritó mi nombre:

—¡Carlos!

Otra balsa apareció entre las olas, de la misma confección pero con distinto pasajero. Estaba muy lejos para distinguir su rostro pero reconocería ese peinado donde fueron que lo viera a kilómetros de distancia.

La persona a bordo de la segunda balsa era mi madre...

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora