Estrellas y libros

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No había dormido nada la noche anterior, estaba emocionado de volver al mundo real.

¿Qué habrá sucedido mientras no estaba? ¿Acaso todo sería igual de aburrido que antes de que todo lo malo pasara? ¿Qué hay de Ben? ¿Me extrañará?

No puedo imaginar lo que sucederá, tampoco puedo saber nada sobre Ben, le había prometido a Mal no acercarme a él. Por mi bien conviene obedecer.

Ha pasado tanto y todavía no lo olvido ¿Cómo podría hacerlo? Es lo único que se ha sentido bien desde hace tanto tiempo. Toda mi vida no ha sido mas que desgracias, destrucción, incendios, dolor, lágrimas. Mi mundo no es mas que oscuridad y Ben, por ese instante, fue la luz que me guió hasta caer por un vacío. Sería mejor empezar a dejar el pasado atrás.

Me revolvía en la cama, no recordaba los ronquidos de Jay tan molestos, no podía cerrar los ojos. Intenté taparme los oídos pero no funcionaba para nada. Pronto amanecería y no había dormido nada.

Decidí salir de la habitación, ahora podía hacerlo sabiendo que todo lo que viera, todo lo que hiciera sería real. Había vuelto a la vida.

Procuré no hacer ruido al cerrar la puerta. Me dirigí hacia la izquierda, ni siquiera sabía a donde me dirigía, solo quería caminar un poco para relajarme.

Salí hasta un balcón en el fondo del pasillo, no era muy amplio pero podía alojar a dos personas de la manera mas romántica entre el aroma de las flores y la luz de luna. Perfecto para un beso.

Me asustaba cada vez mas con mi persona. Me descubría pensando en cosas románticas más de lo que debería, no podía enamorarme.

«El amor es debilidad». Dije al viento.

Me recargué en el barandal de piedra y observé el cielo estrellado que había sobre la silueta del castillo de Áuradon. Pensaba en cómo sería el castillo por dentro. De seguro tendría mas lujos que cualquier otro lugar en todo el reino: escaleras de mármol, cuadros enormes en marcos de oro, alfombras bordadas por manos tan finas como los hilos con que están hechas, cortinas de seda, candiles de plata y centenares de jarrones con flores frescas de aromas tan puros como el corazón de su dueña. Todos los diamantes que pudiera imaginar no serían ni suficientes para ellos. Cuanto daría por haber crecido así.

-¿Tampoco no puedes dormir? -dijo Evie a mis espaldas.

Me tomó por sorpresa su aparición pero no podía alterarme tanto, para mi siempre está a mi lado.

-Creí que era el único despierto. ¿Qué haces levantada? -. Evie se acercó a mi lado y miró a las estrellas.

-Es martes -. Respondió algo decaída.

-¿Que sucede los martes? -pregunté.

La chica me lanzó una mirada fugitiva y volvió su vista al cielo.

-¿Ves esa estrella? -me dijo apuntando al cielo. Miré en la dirección en que me indicaba hasta toparme con un cielo negro decorado con cientos de estrellas.

-Veo miles.

-La estrella de allá. A la derecha de la luna, la quinta estrella en linea recta -insistió. No podía saber cual estrella exactamente quería que viera pero supuse que sería una de ellas, la que fuera.

-¿Que hay con la estrella?

-Esa estrella es mi padre -contestó-. Murió un martes ¿recuerdas?... El peor día de mi vida -suspiró deprimida sin apartar la vista de su estrella. Pude notar como sus ojos se cristalizaban pero no paró de contarme:-. Todos los días intento no olvidarlo pero cada vez es menos doloroso. Solo los martes me visita, quiero creer que el aún no me olvida y que me mira desde arriba, es lo único que me consuela.

Pieles y coronasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora