21. Ándate al loro, pollito.

448 56 54
                                    

Derek se revuelve incómodo cuando escucha decir a Tom, que la reunión no será en casa, sino en una sala de reuniones que ha reservado en un lujoso hotel.

A mí tampoco me gusta la idea, pero reconozco que es bastante lógico que no quiera meter a todos esos maleantes vestidos de traje, en su casa. Yo tampoco lo haría, vaya.

Jhon y yo nos montamos en la limusina junto con Tom y uno de sus hombres. No sin antes tener que escuchar varias veces a Derek repitiendo en mi oído "ten cuidado".

No me quiero arriesgar a decir ni suponer nada, pero creo que tras el sexo salvaje de esta mañana, Derek da por hecho que tenemos algo más que una amistad. Lo sé, lo presiento, por la manera posesiva en la que me ha estado mirando y la excesiva cercanía que se empeñaba en tener conmigo en todo momento. Sobre todo cuando se me acerca Jhon.

Esto tengo que aclararlo.

Derek me encanta. Me vuelve loca. Y aunque he de admitir que si yo y mi vida fuésemos normales, tendría una relación con él sin dudarlo, también debería de admitir, que eso no podrá no ser jamás. No. No porque ni mi vida ni yo somos normales. Ni pretendemos serlo. Eso es lo peor de todo.

Hace tiempo, leí un libro de fantasía en el que la protagonista se aferraba a un dicho que, a mí personalmente, me ayudó muchísimo.

"No querer para no perder. Qué verdad tan cierta, que certeza tan cruel, que crueldad tan oscura."

Supongo que desde que comprendí que tenía que alejar de mí a aquellos quienes me importaban, para protegerlos, hasta yo misma me he ahorrado unas cuantas tragedias.

-Ya estamos - dice Tom, devolviéndome a la realidad.

Sacudo la cabeza para centrar cuerpo y mente en una misma sintonía, y mi mirada recae directamente en la ventanilla. Mi boca no tarda en abrirse de par en par, al ver el inmenso y lujoso hotel que se alza a escasos metros de donde yo estoy sentada. Mi asombro no desaparece, que va. Podría decir que crece aún más, a medida que nos adentramos en el hotel y nos acercamos a la sala de reuniones. Todo es enorme, lujoso, despampanante. Incluso yo, acostumbrada como estoy a una vida de lujo y glamour, me siento como una pobre muerta de hambre en este lugar.

-Cierra lo boca, anda. Das demasiado el cante - susurra Jhon, divertido en mi oído.

Sonrío. Jhon tiene razón y estoy llamando demasiado la atención llevando una cara de total y absoluto asombro, incluso por el hecho de ver el resplandor de las baldosas.

Un hombre trajeado, y con pinta de ser el jefazo de este palacio, saluda a Tom con un apretón de manos. A mí, por el contrario, me agarra la mano con delicadeza, me da un beso en el dorso, y me saluda con un "señora".

-¿Está ya lista?- pregunta Tom.

El hombre asiente, y sin más entretenimientos, camina frente a nosotros hacia una puerta enorme de roble cuidadosamente tallado. En cuanto abre las puertas, una espaciosa sala con unas vistas de escándalo, una mesa acristalada de reuniones en pleno centro, y unas veinte cómodas sillas de cuero, se presentan frente a nosotros. El hombre desaparece y cierra las puertas sin decir palabra. Así, como si acabase de dejarnos a solas para disfrutar de las vistas de ese lugar.

Tom se pasea lentamente por la sala. No parece estar asombrado por el lugar, así que intuyo que no es la primera vez que está aquí. Por un momento, mientras Tom pasea y va acariciando suavemente el respaldo de las sillas con el dedo índice, mi mente divaga en un mar de posibles recuerdos no vividos. Y, por ende, un millón de preguntas sin respuesta.

Norah Fox Where stories live. Discover now