T R E S

59 4 4
                                    

Desperté cinco minutos antes de que sonara la alarma, como de costumbre. No sé por qué, pero tengo un sueño bastante ligero. A tal punto que un simple portazo de la habitación mas lejana a la mía podía interrumpir mi sueño de inmediato. De hecho, ese día logré conciliar el sueño muy tarde y no dormí prácticamente nada. Todo por ese estúpido abrazo que no tuve que haberle dado nunca...

Soy de esas personas que se despiertan todos los días de su vida pensando pedazo de siesta me voy a echar hoy, y nunca la acaba echando porque termina saliendo o viendo una película, así que caigo rendida a las once y media de la noche. Pero esa noche fue diferente, mi corazón no paraba de latir como si quisiera escapar de mi esternón y salir corriendo. Me aferraba a las sábanas tratando de calmarme y poner la mente en blanco, pero por mi cabeza solo pasaba la imagen de mi mejor amigo mirándome a los ojos con un brillo que no había visto jamás en ellos, acercando su rostro cada vez más y más al mío. Estás jugando con fuego, y al final te quemas.

Quería sacar esa imagen de mi mente, olvidarlo. Así que simplemente decidí hacer como que no había pasado nada.

Me levanté de la cama de un salto y pulsé el interruptor de la luz. Mis párpados reaccionaron cerrándose por el cambio de luz instantáneamente. Gruñí y me froté mis ojos, soltando un largo bostezo y estirando mis brazos tanto como pude. Salí de mi habitación y entré a la cocina para prepararme un Colacao bien calentito con un par de tostadas recién hechas que mi madre había dejado previamente minutos antes de irse a trabajar. Cogí una cucharilla y me senté en la mesa con la taza en mis manos, masticando un trocito de tostada con lentitud. Miré el reloj que descansaba sobre la pared frente a mí, las ocho menos cuarto. Terminé mi fugaz desayuno con lástima y me dirigí al baño, todavía algo adormilada con los ojos entrecerrados. Iba a cruzar la puerta cuando un dolor agudo se instaló en el empeine de mi pie derecho.

—¡MIERDA! — grité. Menos mal que estaba sola en casa, si no mi madre ya me estaría dando de chanclazos — Joder — puchereé — , ¿quién narices ha dejado esto aquí? — pregunté al aire, mirando el pequeño taburete de madera con el que mi pie había impactado — Pero vamos a ver, ¿qué hace el elevador que usaba cuando era pequeña para lavarme las manos y no llegaba al grifo aquí? ¡Que ya soy mayor! — bufé — Y que todavía siguiera teniendo tres años para guardar esa estupidez... —protesté para mí misma.

Me agaché para frotar la zona dolorida, ahora de un tono rojizo y algo hinchado. Chasqueé la lengua y me reincorporé, pero cuando volví a dar un paso más para lavarme la cara y los dientes, vi las estrellas. Dolía como si me hubiesen atravesado el pie con un puñetero palo, de verdad. Ignoré el hecho de que me estaba matando aquel reciente dolor y para no perder tiempo, cogí el cepillo de dientes y apreté el tubo de pasta sobre él. Terminé y me froté bien la cara con agua fría; por no decir helada, para acabar de despertarme de una vez por todas y no volver a chocarme con nada más. Patética.

Me dirigí a mi habitación y me puse aquel aburrido uniforme como todos los días, ya era una rutina. Me calcé los zapatos reglamentarios y preparé la mochila con todos los libros necesarios para sentarme en mi escritorio y quitarme aunque sea solo un poco la cara de zombie con la que me levantaba todos los malditos días. Alcé la vista y me encontré con mi rostro moribundo reflejado en el espejo —Madre mía, que demacre llevo encima —reí —Pues nada, a dar chapa y pintura —exageré. Limpié mi cara con un tónico micelar, cubrí mi cara con crema hidratante y saqué mi arsenal de bases y correctores. A decir verdad, mi piel era tan pálida y blanca que con un poco de BB cream ya me cubría las ojeras y culquier imperfección que quisiera tapar, así que no tardaba mucho. Difuminé bien todo para que mi rostro quedara bien terso y me puse algo de máscara sobre las pestañas acompañado con una pizca de colorete para dar color a mis mejillas y una buena cantidad de iluminador. Cubrí mis labios con vaselina para que estuviesen bien hidratados y les di un poco de color con un tinte de una tonalidad coral. Volví a mirarme al espejo y... ¡lista!

Apuesta. [Lay/Zhang Yixing; EXO]Where stories live. Discover now